Por: Lenin Cardozo – abril 24 de 2012
Otilia, desde los 4 años de edad, acompañaba a todos sus hermanitos y a su madre a escarbar entre la basura. Ellos salían desde muy temprano en la mañana hasta cuando ya el oscurecer quitaba toda visibilidad. Ellos vivían en una carpa improvisada de cartón, tablas de madera y zinc, a escasos metros de la cerca ya caída de uno de los laterales del botadero principal de basura.
Para alimentarse, durante el día, ‘pescaban’ de entre las bolsas las sobras que llegaban de los puestos de comida rápida de la localidad. Decenas de niños hacían lo mismo, al igual que los perros y buitres que allí habitaban. En ese ambiente Otilia dejó su niñez, allí también murió a la edad de trece años por una infección que le avanzó con el paso de las semanas y que nunca fue atendida. De la ciudad sólo conoció su basurero.
En Latinoamérica, al igual que Otilia, cerca de 500.000 niños dejan su infancia y adolescencia en los vertederos de basura. El subcontinente, con sus 11.000 municipios, alberga unos 12.000 basureros públicos, las cuales se han transformado en espacios sin ley, controlados por los grupos que comercializan esos recursos. En los basureros municipales la explotación infantil es más que evidente. Los gobiernos locales no desconocen esa realidad, pero poco o nada hacen, para detenerla: para ellos es un problema de tantos, pero no la prioridad.
Incitar al trabajo infantil es una de las acciones más viles, crueles y cobardes de quienes profesan el subyugamiento humano. Manipular supuestos sentimientos de afecto, protección, paternalismo o maternalismo con el oculto propósito del lucro es inaceptable. Para estos esclavistas modernos la vida humana pasa a ser simplemente un valor de uso.
Son muchas interrogantes de carácter ético que, territorialmente, requieren urgentes respuestas: ¿Puede Latinoamérica crecer como subcontinente desconociendo que en sus 11.000 municipios se practica la esclavitud infantil? ¿Dónde están esas leyes subcontinentales que decididamente frenen a quienes deliberadamente le roban la infancia y la adolescencia a medio millón de niños? ¿Si esos castradores de futuro actúan en el presente impunemente contra quienes debieran ser parte de la generación de relevo, qué consideración se puede esperar a favor de la vida de los no humanos? ¿Existen políticas sociales para resguardar a la niñez? ¿En una sociedad solidaria, como la que profesamos, pueden existir al mismo tiempo niños con futuro y niños sin derecho a la vida? ¿Es posible seguir desconociendo que tenemos miles de niños escarbando la basura, en la calle o en las alcantarillas, trabajando en las minas o dedicados a mendigar?
Ya es tiempo de que los paquidermos de la política subcontinental dejen de actuar como el avestruz, saquen la cabeza del pequeño orificio donde la tienen y miren a sus lados.
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