Por: Juan Diego García – abril 23 de de 2012
La reciente cumbre en Cartagena de Indias ha puesto nuevamente de manifiesto hasta qué grado los Estados Unidos ven disminuida su hegemonía en la región. Con la sola compañía de Canadá, los estadounidenses han visto cómo unas reuniones continentales que antes se limitaban a asentir sin mayores resistencias las directrices emanadas de Washington se convierten ahora en un lugar incómodo en donde hasta sus mejores y tradicionales aliados hacen causa común en su contra.
Los estadounidenses empezaron a ver mermada su hegemonía económica cuando, luego de la Segunda Guerra y debido a su pronta recuperación económica, los europeos y los japoneses hacen presencia cada vez más activa en este hemisferio, desalojándoles de mercados y compitiendo con sus multinacionales por hacerse con materias primas.
El panorama se torna más complejo hoy, cuando las llamadas potencias emergentes aparecen en la zona. China, en particular, pero también Rusia, India y hasta Irán desafían el poder hegemónico de los Estados Unidos, estableciendo relaciones comerciales muy intensas no sólo con los gobiernos de centro izquierda, que debido a sus políticas nacionalistas resultan incómodos para Washington, sino también con gobiernos de indudable tendencia derechista.
Para los gobiernos de progreso estos nuevos socios ofrecen una oportunidad de oro para debilitar, y en su caso reemplazar, su dependencia casi total de las potencias tradicionales del mundo rico. Diversificando sus vínculos mercantiles se ponen a salvo de posibles bloqueos económicos y de chantajes políticos mediante los cuales el Occidente rico –la llamada ‘comunidad internacional’– acosa a quienes se atreven a afectar sus intereses o los de sus aliados internos, en este caso, la burguesía criolla.
Por su parte, para los gobiernos conservadores, como Chile, México, Colombia o Perú, las economías emergentes como la de China ofrecen una alternativa muy esperanzadora para mantener su modelo económico, basado fundamentalmente en la exportación de materias primas y alimentos. Si Occidente reduce sus demandas debido a la crisis, China y las demás economías emergentes, a pesar de verse igualmente afectadas, muestran no obstante una dinámica de crecimiento y, por ende, de demanda muy superior a los modestos registros de Estados Unidos, Japón o la Unión Europea. Acercándose a estos nuevos socios y, a pesar de los lazos de profunda amistad y cercanías afectivas de los burgueses criollos con sus socios tradicionales, ahora hacen suya la máxima de los estadounidenses según la cual ‘no se tienen amigos sino intereses’.
El caso de Brasil constituye, sin duda, un factor igualmente preocupante como desafío real al poder que aún conservan los estadounidenses en la región. Dadas sus dimensiones, y a pesar de la importante presencia de grandes multinacionales extranjeras en su tejido económico, lo cierto es que hasta cierto punto este gigante sudamericano ha alcanzado niveles de autonomía que pueden llegar a convertirlo efectivamente en una más de las economías emergentes, aumentando el desafío a las potencias tradicionales. Que Brasil, Argentina, Venezuela y otros estados de la región no hayan suscrito tratados de libre comercio con Estados Unidos; que sean los responsables del fracaso parcial del ALCA; y que den ahora impulso a una alternativa propia a través de Mercosur muestra hasta dónde han cambiado las cosas, hasta dónde los Estados Unidos han perdido terreno. El show de Cartagena no podía prescindir de esta realidad.
De todas formas, sería poco realista desconocer los muchos mecanismos de dominación con los que aún cuentan los Estados Unidos. Más aún, algunos de ellos pueden llegar a potenciarse, precisamente para compensar su evidente incapacidad de recuperar su antigua hegemonía. Conviene no olvidar, sin ir más lejos, que además de los intensos vínculos políticos que tienen en todo el continente su presencia militar es abrumadora. No se trata sólo de la IV Flota que ya navega por el Caribe, como una amenaza a Venezuela y Brasil; se trata, igualmente, de las bases militares que los Estados Unidos tienen desperdigadas por todo el continente: Honduras, Panamá, Colombia, Perú, Chile, Argentina, Paraguay, Guantánamo (Cuba) y otras islas del Caribe.
No es menos significativa la presencia de miles de oficiales, mercenarios, asesores y personal técnico estadounidense participando directamente en los conflictos internos de México y Colombia, desembarcando en Costa Rica, que carece de fuerzas armadas desde hace más de medio siglo, y ocupando Haití en ‘misión humanitaria’, por supuesto. A todo esto, deben agregarse los especiales vínculos del Pentágono con las fuerzas armadas y de policía locales, y –lo que no se sabe a ciencia cierta, pero se sospecha– su control efectivo de los mecanismos de ‘inteligencia’ de estos países.
Por muy decadentes y debilitados económicamente que estén los estadounidenses, aún conservan múltiples mecanismos de control que, de hecho, se convierten en amenazas efectivas para el ejercicio de la soberanía nacional.
Por supuesto, de estos espinosos temas no se habló en Cartagena, pero todos los presentes sabían que quien aún mantiene en alto el ‘big stick’ y se abroga un derecho de veto ya no lo puede decidir todo. Los gobiernos progresistas tienen ahora mayores márgenes de acción y los utilizan. Por su parte, los gobiernos conservadores de la región, sencillamente por puras consideraciones utilitarias, se acercan a los nuevos socios porque en determinados asuntos resultan más ventajosos que los gringos y sus aliados. ‘Business are business’.
Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.