25 de marzo de 2011
Nada justifica que Gadafi bombardee y reprima salvajemente a su propio pueblo. Tampoco nada justifica que las potencias bombardeen Libia para adueñarse de sus gigantescas reservas petroleras. La ayuda humanitaria llega hoy a Libia cargada de explosivos, a toda velocidad, en aviones de Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Dinamarca, España y otros países del primer mundo que, demostrando la superioridad de la democracia occidental, ya dejan a más de cien civiles muertos en las principales ciudades de este país del norte de África.
El sábado 19 de marzo, las tropas conjuntas, comandadas por Francia y Estados Unidos, iniciaron la operación de rapiña petrolera. Excediendo el mandato de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU, han venido concentrando sus ataques a objetivos en tierra que han afectado a un gran número de civiles, argumentando que de esta forma han logrado anular la capacidad de la Fuerza Aérea leal a Muamar El Gadafi y evitar que continúen los bombardeos contra los civiles rebeldes. Así, decenas de misiles Tomahawk han sido lanzados desde los once buques que Washington mantiene estacionados cerca de la costa mediterránea de Libia, haciendo impacto sobre radares, baterías antiaéreas, depósitos militares y, por supuesto, complejos residenciales del entorno del líder libio en Trípoli, infraestructuras civiles y vías.
Sin embargo, estas acciones militares nunca correspondieron con los propósitos de la zona de exclusión aérea por la que votó el gobierno colombiano, como otros que se encuentran bajo la influencia directa de Washington o París, en la reunión del Consejo de Seguridad del pasado 17 de marzo. En ningún momento la prohibición de vuelos en el espacio aéreo libio, aprobada por el organismo internacional para evitar nuevos ataques de la aviación de Gadafi sobre civiles, definió el ataque a blancos en tierra, que más bien corresponden a los intereses de Washington y París para deponer al gobernante de origen beduino y apropiarse de las reservas en petróleo, gas y agua subterránea del país desértico.
La trampa del juego imperialista con la zona de exclusión aérea puesta como misión humanitaria guarda un oscuro parecido con la impuesta sobre Kuwait en 1991 y, viendo los resultados de las dos guerras del Golfo Pérsico, hace presagiar un desangre generalizado sobre Libia, una gigantesca ola de refugiados hacia Europa y otros países de la región, y un empobrecimiento generalizado de la población del país que hoy mantiene la mejor esperanza de vida de toda África (74 años) y que en 2010 alcanzó el Índice de Desarrollo Humano más alto de ese continente, alcanzando el puesto 53 en el mundo –Colombia ostenta el 79–, según el PNUD.
Jaque petrolero
No se puede menospreciar el potencial petrolero de Libia. Se calcula que sus reservas de crudo suman 46.000 millones de barriles, aproximadamente un 3,4% del total mundial, y que bajo su suelo hay también 15.000 millones de metros cúbicos de gas. Por eso, no es de extrañar que con la intervención militar occidental el precio del barril en la OPEP haya subido hasta los 107 dólares y que los indicadores de las principales bolsas de valores del mundo brinquen alocadamente con la caída de cada bomba sobre Trípoli. Para EE.UU. y Francia no se trata solamente de quitarse de encima a un enemigo molesto: quien tenga el control sobre el petróleo y el gas de Libia podrá ejercer una importante influencia tanto en la política de Medio Oriente, en la que las transacciones de hidrocarburos son fundamentales, como en una economía globalizada centrada en la negociación de esas reservas.
De esta manera, las aves de presa de las potencias sólo son herramientas de los intereses económicos de sus respectivas elites. En las acciones militares sobre Libia nada tiene que ver la delicada situación humanitaria que se esgrime como justificación de la intervención militar ni tampoco el talante autoritario de Gadafi, pues lo que se juega en los cielos es la reorganización del ajedrez internacional en el norte de África, tan movido y removido debido a los levantamientos populares y revoluciones que se han producido durante este año.
Las aventura de Obama trata en realidad de aplacar la presión de las grandes petroleras sobre su gobierno, tratando de entregarles a su enemigo eterno en la OPEP, al mismo que bombardeó Ronald Reagan y del que los Bush trataron de deshacerse discretamente. A esta excursión por el Mediterráneo se han sumado once países: dos de Medio Oriente, Emiratos Árabes Unidos y Qatar; uno americano, Canadá; y ocho europeos, Reino Unido, Francia, España, Italia, Dinamarca, Bélgica, Grecia y Noruega. Cada cual pone a disposición de la coalición las fuerzas que puede aportar según su condición y de acuerdo a las alianzas que quiere con la gran potencia. De otra manera no podría entenderse cómo Grecia, un país en la quiebra y endeudado por todas partes gracias a la crisis, aporte cuatro aviones de combate, un buque y dos helicópteros para la fuerza conjunta; ni que Portugal, el país del occidente europeo en peores condiciones económicas hoy en día, haya votado a favor de la resolución impulsada por Washington.
Los peones
Exceptuando a EE.UU. y Reino Unido, que mantienen en secreto el número total de aeronaves que participan en la agresión armada a Libia, el total de aviones de combate de la coalición reportados por la coalición a la ONU suman 96 y los de inteligencia cuatro. De lo que sí se encuentran registros totales es del resto de la fuerza aérea movilizada, en la que se emplearán tres bombarderos, seis transportes de tropas terrestres, tres aeronaves de patrulla marítima, trece helicópteros y siete naves de reabastecimiento. Así mismo ocurre con los 33 buques anclados en el mediterráneo, entre los que se destacan seis submarinos, nueve fragatas, dos destructores y cinco portaaviones, que sirven de base móvil a la poderosa fuerza de combate reunida por Obama y Sarkozy para derrocar a Gadafi y hacerse con la gigantesca riqueza libia.
Por su parte, las fuerzas libias se encuentran hoy diezmadas por las deserciones de uniformados y por su división entre los partidarios y opositores de Gadafi –antes de la crisis, se calculaban unos 50.000 hombres en el ejército–, en medio de una guerra civil azuzada por Occidente y que se ha agudizado desde que Gadafi ordenara atacar a los rebeldes de Bengasi y Misrata. La actual fuerza aérea consta de 166 cazas, 283 bombarderos, 59 transportes, 94 helicópteros y un avión cisterna, todo ello operando desde trece bases aéreas que, según el comandante de las fuerzas británicas, vicealmirante Greg Bagwell, ya han sido destruidas con los primeros ataques. Sólo falta la invasión de tropas de tierra, prohibida por la Resolución 1973 –tanto como la destrucción de objetivos en tierra–, para completar la conquista del territorio libio.
La disyuntiva Libia
Los libios tienen el supremo derecho a decidir qué tipo de sistema político y qué gobernantes quieren. Los más de 42 años en el poder de Gadafi no sólo han posicionado a sus familiares como casta dominante en el país, acusada por demás de corrupción por todas partes, y han exacerbado los problemas étnicos entre la mayoría beduina, a la que pertenece el líder de la Revolución Verde, y otros grupos menos poderosos, como los tubus y los tuareg, sino que han dejado al país privatizado casi por completo y lleno de centros de detención para los migrantes africanos que no logran colarse al Primer Mundo, gracias a los acuerdos del supuesto ‘socialista’ de Trípoli con las multinacionales y las grandes potencias para poder ser recibido con honores en Occidente y facilitar las ventas de petróleo a la democrática Europa y a varias multinacionales con base en EE.UU., a cambio de los mismos armamentos que ha usado contra los manifestantes, civiles armados y militares rebeldes de Bengasi y otras ciudades.
Washington y sus aliados declaran hoy la superioridad moral de Occidente al intentar deponer a Gadafi, al ‘monstruoso dictador’ que esas mismas potencias han armado y mantenido, sólo para apropiarse del botín que yace bajo el suelo libio. Si su intención es responder a los llamados del pueblo de Libia por mayor democracia y respeto a los derechos humanos, ¿por qué no se ha procedido de la misma manera contra Arabia Saudita, que no sólo mantiene a una monarquía que niega los derechos básicos a toda su población sino que ha intervenido militarmente en Bahrein para reprimir protestas mucho más moderadas que las que se viven en Bengasi? Bajo una situación muy similar, en 1991, una coalición de 31 países comandada por EE.UU. envió a más de 415.000 soldados tras Sadam Hussein, en una carnicería que terminó dejando al pueblo iraquí en la penosa situación que sigue viviendo hoy, con un país convertido en semicolonia de los intereses de las grandes petroleras gringas.
Sólo podrá haber un pleno ejercicio de los derechos humanos en Libia si los pueblos del mundo logran poner fin a la rapiña de las grandes potencias y si el propio pueblo libio logra, finalmente, solucionar sus disputas y decidir democráticamente en qué tipo de país quieren vivir y cuál va a ser la suerte de Gadafi, sin la presión de Occidente. Por su parte, la ciudadanía colombiana deberá ejercer el mismo derecho, llamando a rendir cuentas a su embajador ante la ONU, Néstor Osorio, por apoyar una resolución engañosa que ha permitido una agresión militar injustificable a otro país, y al presidente Juan Manuel Santos, por ser quien define una política exterior que pone a Colombia como dócil marioneta de los mezquinos intereses que ordenan hoy el humanitario bombardeo de la democracia.
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