Mujeres privadas de la libertad por la guerra contra las drogas - Foto: Andrea Umaña

Por: Andrea Umaña

El pasado 3 de mayo, la Casa Sámano del Museo de Bogotá volvió a abrir sus puertas para presentar la exposición “Pabellón Libertad”, una apuesta por comprender la historia de la cárcel en Bogotá que busca conmover a los asistentes, mientras se les interpela sobre la transformación del sistema carcelario. Una pregunta acompaña durante toda la exposición a quienes la visitan: ¿encerrar y castigar es realmente hacer justicia?

Desde estos interrogantes se vislumbra una realidad que puede llegar a ser incómoda, a propósito de un sistema judicial que ha llevado a que, muchas veces quienes están en prisión, lo están, no por ser peligrosos, sino por haber sido empujados al margen por la pobreza, el abandono estatal o la discriminación. entonces la cárcel no aparece como solución, sino como la sentencia de un país que castiga antes de cuidar.

A través de los relatos de mujeres, hombres, jóvenes, personas LGBTIQ+ y presos políticos que vivieron la privación de la libertad, Pabellón Libertad nos acerca a sus luchas por la dignidad en contextos de encierro, mientras combina testimonios, ilustraciones y objetos personales para cuestionar cómo entendemos la justicia, la ciudad y la posibilidad de construir relaciones más humanas.

Uno de esos relatos es el de el profesor de sociología Miguel Ángel Beltrán Villegas, quien, después de estar recluido durante dos años en la cárcel acusado de rebelión y concierto para delinquir con fines terroristas, fue absuelto en primera instancia del proceso judicial. Aún así, en ese momento no sabía que se tendría que exiliar junto a su familia, y que 4 años más tarde sería nuevamente recluido en la cárcel La Picota, donde al cabo de un año, recibiría la absolución de todos los cargos por parte de la Corte Suprema.

Para él, esta muestra llega en un momento crucial. En un contexto continental en el que crecen los discursos punitivos y la admiración por los recientes modelos carcelarios adoptados en El Salvador y Ecuador, Pabellón Libertad se erige como una respuesta pedagógica, una invitación a repensar los sistemas de justicia más allá del castigo físico y simbólico. Al respecto, Beltrán precisa:

Destaco la solidez de esta investigación que está allí detrás de toda la presentación y no solamente está muy bien documentada, sino que además asume una crítica comprometida, cuestiona las narrativas dominantes sobre justicia y castigo y deja escuchar diferentes voces y abre la posibilidad sobre todo de imaginar otros caminos de justicia social.

Miguel Ángel subraya que la prisión, tal como la conocemos hoy, no es una institución natural ni eterna, sino que surgió con la consolidación del capitalismo moderno como una forma de control social, orientada no a resolver los problemas estructurales, sino a administrarlos desde la exclusión. Las cárceles, lejos de proteger a la sociedad de quienes infringen la ley, terminan albergando principalmente a personas pobres, racializadas, disidentes o marginadas. Aquellas que han sido despojadas de derechos antes siquiera de enfrentar un proceso judicial.

[La cárcel] lejos de ser una herramienta de justicia, se convierten en mecanismos para gestionar las consecuencias derivadas del mismo capitalismo.

Esto afirma Beltrán, y subraya que el daño no se queda en los muros del penal: Se proyecta sobre familias rotas, comunidades fragmentadas, generaciones marcadas por la ausencia.

Poesía ante la amargura – Foto: Andrea Umaña

Dignidad antes que victimismo

Ante el transcurrir propuesto por la exposición, el profe Miguel Ángel hace un llamado a recorrerla como un espacio de reflexión crítica sobre el sistema penitenciario, e invita a cuestionar las creencias sobre la prisión como solución, y a abrir el debate sobre quiénes están en las cárceles, por qué, y si estas representan verdadera justicia o solo castigo del Estado.

Fotos: Andrea Umaña

Sobre este enfoque, Angie Solano, Licenciada en Educación Comunitaria y Ex detenida política, precisa:

Es sorpresiva porque, a diferencia de otros espacios que abordan el tema de las prisiones, no posiciona a las personas privadas de la libertad desde el victimismo. Personalmente, me resulta más comprensible y potente una aproximación que parta de la dignidad, (…) ya que permite un diálogo más profundo y confrontativo sobre los modos de justicia que históricamente se han impuesto en la sociedad.

Parte de la potencia de Pabellón Libertad es su método participativo. No se trata de un relato hecho desde la distancia académica o institucional. Las personas que vivieron la privación de la libertad participaron activamente en la selección de objetos, en la ilustración de sus memorias y en la construcción del guion curatorial. Esta colaboración construye un relato íntimo y colectivo a la vez, donde cada color, cada trazo, cada palabra nos obliga a detenernos.

«Al final todos necesitamos un abrazo»

Cartel de reflexión: «Qué puedes hacer para que el lugar donde vives sea más justo» – Foto: Andrea Umaña

El Museo de Bogotá abrió un espacio íntimo y profundamente esperanzador: un encuentro pensado para que niñas, niños y adolescentes reflexionaran sobre una pregunta que pocas veces se les formula directamente: ¿cómo entienden ellos la justicia, el castigo y la libertad?

La actividad, impulsada por el programa Civinautas, del Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, no buscó ofrecer respuestas adultas a preguntas complejas, sino escuchar. Escuchar cómo perciben los más jóvenes la cárcel, cómo sienten las consecuencias de la segregación en sus barrios, escuelas o cuerpos, y cómo imaginan, con sus propias palabras, trazos y juegos, una Bogotá más justa y menos marcada por estigmas.

A través de actividades de introspección y creación colectiva de la mano de la Fundación PT, los niños propusieron otras maneras de resolver los conflictos cotidianos. Se habló de ternura como forma de cuidado, de la importancia de sentirnos escuchados y de abrazar la diferencia como un valor. Lejos del miedo o la culpa, este encuentro cultivó el pensamiento crítico desde el afecto con un mensaje claro y contundente: repensar la justicia también implica dar voz a quienes aún están aprendiendo a nombrarla. Porque como bien lo expresó una de las niñas de la fundación:

Yo creo que castigar no es lo mismo que cuidar, y que al final todos necesitamos un abrazo.

En medio de estas reflexiones, Pabellón Libertad se plantea como un refugio, un espacio para pensarnos desde el cuidado y la empatía. Reconoce que hablar de cárceles incomoda, pero insiste en la urgencia de hacerlo. Porque solo mirando sin evasivas a quienes han sido privados de su libertad podremos construir formas distintas de convivencia.

Al final del recorrido, no queda espacio para la indiferencia. La muestra no solo humaniza a quienes están o estuvieron tras las rejas, también cuestiona a quienes estamos afuera: ¿qué papel jugamos en la reproducción de estas violencias?, ¿por qué seguimos creyendo que castigar es justicia?, ¿quiénes son los verdaderos responsables de los dolores que esconden los barrotes?

Quienes visiten esta exposición probablemente saldrán con más preguntas que respuestas. Pero quizás ahí esté su mayor valor, en recordarnos que la libertad no siempre se encuentra al otro lado de la puerta, sino en el modo en que decidimos mirar, escuchar y actuar, además de llevarnos a replantear el castigo, el encierro y el sometimiento de los cuerpos como sinónimo de justicia, en una sociedad que, como la colombiana, se ha estructurado sobre condiciones de marginalidad y sanciona a quienes la cuestionan.

Relatos de personas privadas de la libertad – Foto: Andrea Umaña


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