Por: Lenin Cardozo – abril 20 de 2012
Aún la información es confusa. Lo que siíes cierto es que la Casa Real no sale de su asombro y de la vergüenza. Están tratando de que lo sucedido no salga a los medios de comunicación. El equipo médico no tiene argumentos para ‘confundir’ a los curiosos y, así, desinformar sobre la rara fractura de cadera que le ha ocurrido, ya que ésta se produjo desde adentro hacia afuera. Dificíl y, a la vez, penoso de explicar. Sin embargo, están buscando aún los argumentos ‘técnicos’ del caso.
Todo indica que el rey Juan Carlos I, que es un excelente cazador de animales en cautiverio, quiso repetir la hazaña de matar a uno de los grandes. La vez anterior fue muy exitoso cuando, casi a quemarropa, le dio a un oso en Vologda, en el noreste de Moscú, que por cierto estaba amarrado y había previamente consumido casi dos galones de miel con vodka. Cuentan que el Borbón cazador falló dos veces porque el oso se revolcaba de la borrachera que tenía y no se quedaba quieto.
Pero ahora la situación fue distinta y ocurrió ‘lo peor de lo peor’. El rey se anotó en un nuevo safari, esta vez en en Botsuana (África), para cazar elefantes. El plan era que a él lo iban a esconder en un matorral y los del safari, ‘para ayudarlo’, llevarían con una cuerda a un elefante ya de mucha edad, casi moribundo, para que Juan Carlos le pudiera pegar unos balazos, claro, a una distancia no mayor de tres metros, porque más de ahí ‘el gran cazador de España’ no da al blanco y más bien puede causar un accidente. Porque más de un accidente ha causado.
Lo cierto es que con la euforia ‘el coronado’ no acató las recomendaciones de tener cuidado porque había una manada de elefantes que estaban en celo, es decir, en época de apareamiento, y ahí sí la cosa se podía complicar más. Como él es el rey, no hizo caso y dijo que lo dejaran solo en el monte acordado y que le pasaran rápido el elefante que tenía que cazar. Y mientras el rey esperaba de cunclillas a la presa, un elefante inadvertido que estaba a su espalda se abalanzó sobre él y sucedió la tragedia, la gran ‘deshonra real’.
Todo fue muy rápido: un elefante encima del hombre, un grito desgarrador de dolor del cazador, unos minutos de terror, de pánico que paralizó a todos los acompañantes y cuando estos reaccionaron ya era demasiado tarde. Y el elefante hizo de las suyas y se fue. Los testigos sufrieron lo que dicen popularmente ‘la pena ajena’ y los organizadores del safari no salían de su asombro.
A los amigos del África sólo les quedó mirar con cierta discreción y taparse los oidos de la gritería que cargaba Juan Carlos. No digo que se le tenía que romper la cadera: más bien corrió con suerte y no le pasó nada. Todos creían que los ojos los perdería por lo saltones que se le pusieron. El rey no dejaba de chillar, hasta que la reina no aguantó más tanta quejadera y le gritó también: ‘¿por qué no te callas?’.
Ahora vienen las averiguaciones y a buscar al culpable de ese daño a la realeza española. La WWF, ONG para la preservación de la naturaleza donde Juan Carlos I es presidente de honor, quiere que se castigue a los culpables por tan ‘real’ atropello, lo que ha puesto en entredicho la ‘nobleza’ de esa organización. Bueno, Juan Carlos I, sólo nos queda decirte que esperamos que te cosan bien la herida y que pronto mejores, te lo deseamos de todo corazón los ambientalistas y ecologistas del mundo. Queremos que seas un ejemplo en vida, de los que finalmente son cazados por los mismos a quien ellos cazan.
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