Por: Rubén Flores Rivera – abril 8 de 2015
El presidente de Estados Unidos, Barack Hussein Obama, mediante una acción ejecutiva, acaba de declarar que la República Bolivariana de Venezuela es “una inusual y extraordinaria amenaza a la seguridad nacional y a la política exterior” de su país. Así, el principal comprador de petróleo venezolano acusó a funcionarios de Venezuela de “violar los derechos humanos”.
Éste es el mismo presidente que en 2011, mediante una acción ejecutiva, impuso sanciones comerciales y financieras contra Libia, aun antes de juntarse con los viejos imperios europeos para armar y entrenar a grupos bélicos en función de derrocar y asesinar al entonces presidente de ese país africano. Este mismo presidente encabezó los ataques que cayeron desde el aire sobre ciudades milenarias del mediterráneo, con misiles, bombas y ráfagas de ametralladora. Bajo el pretexto de ‘defender a la población civil’ en medio de una supuesta rebelión, Estados Unidos estaba al frente de una operación militar para desesperar y desestabilizar a su antiguo opositor africano, cuyas críticas señalaban las injerencias agresivas de su hostil antagonista como manifestaciones inseparables de su política exterior. Ahora, ese territorio azotado se encuentra sumido en el caos y la violencia política, mientras que empresas transnacionales hacen negocios sobre los pozos petroleros de un país diezmado, catalogado de tener la décima reserva más grande de petróleo en el mundo.
Éste es el mismo presidente que, aun antes, en 2010, mediante una acción ejecutiva, autorizó sanciones comerciales y confiscación de activos contra Siria, mientras que otorgaba su conocido apoyo y financiamiento a grupos insurgentes de todo credo para derrocar al actual presidente de ese país del Medio Oriente. Este mismo presidente pronunció, con una cara serena, que las políticas de Siria eran “una amenaza importante y muy poco común contra la seguridad nacional, la política exterior y la economía de Estados Unidos”. No sobra recordar que las abundantes reservas petroleras del vecino de Iraq son enormes y que antes contaban por el 40% de los ingresos nacionales –ahora sólo explotan a la vorágine desmesurada–. Entre tanto, el gobierno de Estados Unidos apoya económicamente a grupos insurgentes fraccionados que batallan con la tormenta de arena que arrasa por la región y que está llena de manifestaciones violentas de fundamentalistas bien armados. Innumerables familias padecen la violencia sangrienta que desencadena una crisis mórbida sin precedentes, con graves implicaciones para los países vecinos.
Éste es el mismo presidente que apenas en su tercer día en la cumbre del mando estadounidense en 2009, mediante una acción ejecutiva, ordenó su primer ataque encubierto de drones. Estos aviones asesinos no tripulados, son cargados de misiles para eliminar a personas categorizadas como terroristas o enemigas de la política exterior de los Estados Unidos. Sin importar las leyes que rigen la soberanía de países autónomos, estos aviones asesinos sobrepasan aquellos obstáculos ‘poco importantes’. Este mismo presidente gobierna una flota de aviones asesinos que llevan nombres como “la Parca” y “el depredador” y cazan sus blancos militares desde las alturas del firmamento. Sin preocupación por la seguridad nacional de los habitantes de tierras foráneas, los bombardeos caen sobre supuestos blancos estratégicos que a veces resultan en matanzas de familias o de pobladores civiles que se reunían para alguna celebración local. El gobierno de Estados Unidos aún no reconoce abiertamente su mala puntería ni compensa a los familiares de las víctimas.
Este es el mismo presidente que recibió el premio internacional más prestigioso por la paz. Lo aceptó casi un año después de su primera acción ejecutiva para seguir las arremetidas de drones. Desde ese momento, este ‘líder del mundo libre’ aumentó de manera considerable los ataques de estos aviones asesinos como parte de la política exterior de su régimen, aun más que su infame predecesor belicoso. Movilizaciones descomunales de los pueblos del mundo se dieron en contra de la anterior política bélica del imperio estadounidense, miles soñaban con que este hombre, que parecía serio y sincero, iba a ser un agente de cambio, creyendo que la sonrisa ancha y el guiño simpático no engañaban. Este mismo presidente, que posaba de opositor a las intervenciones estadounidenses durante su primera campaña electoral, hoy en día coordina todas sus fuerzas militares para maquinar intervenciones y seguir controlando militar y económicamente a varios países del mundo.
Éste es el mismo presidente que, incluso, tiene el cinismo, mediante una acción ejecutiva, de clasificar al pequeño país petrolero de Venezuela como “una amenaza para la seguridad nacional” del imperio más devastador de la historia de la humanidad. Para rematar, este mismo presidente amonesta a los opositores del imperio yankee por “violar los derechos humanos”.
Pese a la esperanza que este mismo presidente fomentaba cuando predicaba el cambio de la política exterior de su país, el imperio de Estados Unidos sigue con los mismos asuntos de siempre. En este caso, no hay nada nuevo bajo el sol.
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