Por: Francisco Mora – julio 28 de 2015
Al mejor estilo de una ‘república bananera’, en donde los condenados a muerte eran sacados de sus celdas para fusilarlos y cuando ya estaban en el paredón se les disparaban balas de salva, y luego se les sometía indefinidamente al mismo perverso tratamiento sin que nunca supieran cuando les llegaría la hora verdaderamente, la Secretaría de Movilidad de Bogotá, Transmilenio y la Alcaldía Mayor someten a pequeños propietarios, conductores, usuarios, terceros afectados y a la ciudad en general a un matoneo constante, que data desde la génesis misma del supuesto ordenamiento del transporte público en la ciudad con el surgimiento del Decreto 309 de 2009.
Efectivamente, han sido innumerables los plazos y ultimátums que se han establecido como fechas límite para su extinción total. Recordemos los twits del alcalde afirmando que el primero de junio de este año no circularía un bus cebollero más, luego dijeron que el 25 de junio y ahora que el 16 de julio, y así nos van llevando de tranco en tranco como buey al matadero.
Alguien tiene que decirles a las autoridades del transporte en Bogotá que no pueden seguir lanzando amenazas irresponsables e irreflexivas desde lo alto de su mediocridad e improvisación, porque si hay algo peor de que lo amenacen a uno es que no le cumplan la amenaza. Todos los actores de la movilidad y los ciudadanos en general tenemos derecho a planificar nuestras vidas, a elaborar un ‘plan B’, y las autoridades están ahí para eso, para darnos certezas y no para mantenernos eternamente en esa especie de limbo, en donde los plazos incumplidos sólo favorecen un clima de caos y zozobra en el que ganan unos pocos y se perjudica a millones de personas, ya que, por un lado, el usuario, ante la supuesta inminencia del fin de la oscura noche del Transporte Público Colectivo (TPC), se apresura de mala gana a aprender a usar un Sistema Integrado de Transporte Público (SITP) que dista mucho de ser la maravilla que dicen que es, y, por otro lado, los aterrorizados antiguos propietarios, especialmente los que postularon sus vehículos a las hoy quebradas operadoras Egobús y Coobús, malbaratan el negocio que los sostuvo a ellos y a sus familias dignamente durante décadas ante este terrorismo financiero que los acosa diariamente.
Y es que si hacemos un análisis a vuelo de pájaro, nos encontramos con que el SITP prometió ser el bálsamo que venía a curar la famosa ‘guerra del centavo’ y la cambió por otra guerra igual o tal vez más peligrosa, que es la guerra contra el reloj en la que a diario se sumergen miles de conductores del masivo y del zonal para cumplir los tiempos preestablecidos por el ente gestor Transmilenio y donde el usuario es el que menos importa. Se prometió también eliminar los ‘racimos Humanos’, mentira que no merece mayor ilustración. Se dijo que ahora las empresas estarían obligadas a tener sus propios parqueaderos para resguardar su flota en condiciones de seguridad y confort, nada más alejado de la realidad ya que se les puede ver a éstos vehículos por toda la ciudad invadiendo el espacio público y teniendo a sus conductores en condiciones higiénicas y sanitarias deplorables. Se anunció que se acabarían las ‘chimeneas ambulantes’ y hay que preguntarse si, acaso, al pintar un carro de color azul éste disminuye automáticamente la emisión de agentes contaminantes.
De otra parte, se afirmó que ahora sí se iban a respetar los derechos laborales de los conductores, especialmente en lo que tenía que ver con el cumplimiento de la jornada laboral y lo que se hizo fue inventar sistemas perversos de esclavitud, como las ‘tablas partidas’ que consisten en fragmentar los horarios de trabajo para que laboren en las horas pico y ‘descansen’ las horas valle, de tal manera que obligan al conductor a permanecer entre 16 y 18 horas fuera de su hogar. Todo esto, para no hablar de las multas contra el salario y los ‘bonos’ que no son otra cosa que formas de evasión de los aportes parafiscales y de evitar la contratación de más personal.
Con la excusa de reorganizar, se retiraron y no reemplazaron cientos de rutas de transporte tradicional, con la lógica consecuencia de que ahora son servidas por transporte pirata y, en otros casos, los ciudadanos migraron por cientos de miles hacia la moto y hacia el uso del moto y bicitaxismo, lo cual quiere decir que el Distrito no sólo admite y permite sino que también fomenta la ilegalidad.
¿Eso es desarrollo? ¿A eso le llaman modernidad? La ciudad pierde semanalmente 15.000 millones de pesos para subsidiar la operación de las empresas del SITP, cuando el transporte tradicional no necesitaba de subsidios y, al contrario, los otorgaba a todo aquel ciudadano que por medio de señas se declaraba insolvente y pedía ser transportado por mil o por quinientos pesos.
Pero, quizá la mayor mentira que se dijo era que se iba a privilegiar la democratización de la propiedad del transporte y lo que terminó pasando es que el negocio quedó en manos de no más de cinco clanes familiares que, paradójicamente, son los mismos transportadores tradicionales que complotaron para quedarse con todo el pastel y ahora son dueños absolutos del masivo, del integrado y de lo que queda del tradicional.
Dichos transportadores arruinaron a miles de pequeños propietarios, cuyos vehículos alimentaban una economía subterránea compuesta por verdaderos ejércitos de mecánicos, latoneros, calibradores, vendedores de comida y de toda clase de mercadería que se alimentaban de las monedas que, de forma profusa, brotaban de las vetustas cafeteras del sistema tradicional, hoy sistema provisional, sin que nadie haya hasta el momento analizado seriamente el impacto que tendrá en la ciudad su retiro definitivo y la consecuente incidencia que se dará en la ya disparada inseguridad de Bogotá. Miles de personas pelechaban a diario de las boronas del transporte tradicional, ¿acaso los sistemas modernos dejan escapar una sola moneda para regalar? ¿Se ha visto alguna vez a un conductor del SITP comprando un Bon-Ice en un semáforo? ¿Los conductores de Transmilenio andan con acompañante? ¿Si un habitante de calle le toca las llantas a un bus biarticulado el conductor le tira 200 pesos?
Espero que no se diga que quien escribe estas líneas está respirando por la herida debido a su inminente desplazamiento, pues antes que trabajadores del transporte tradicional también somos usuarios y nuestras familias también lo son y no queremos para ellos un transporte que, tal y como está planteado, es una farsa. Si podemos hacer algo para mejorarlo, o por lo menos para volverlo más humano, lo haremos.
El transporte tradicional ya cumplió un ciclo y perdió su oportunidad. Es justo que sea reemplazado, ya que no supimos brindar un buen servicio a la ciudadanía, pero también es justo que lo que nos reemplace esté a la altura del reto que significa devolverle a la ciudad la competitividad que día por día pierde frente a las demás urbes de la región por culpa de la inmovilidad a la que la condenan los intereses mezquinos de unos pocos.
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* Trabajador del transporte urbano tradicional de Bogotá e integrante del Sindicato Nacional de Trabajadores del Transporte (SNTT).
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