NULL

Por: Federico Franqui*- abril 7 de 2010

Al llegar a Santa Marta (Magdalena), no importa si se habla con un taxista, con un agente de la policía o con un transeúnte del común mientras se espera por un bus, siempre que  uno se refiere a los barrios ubicados a un costado de la Avenida del Río, la respuesta inmediata va a ser:

– ¡Ah, sí! Vas para Villa Paraco.

A mí el hecho de tener que llamar a esta zona por el nombre que le dan los samarios me llena de un dolor de patria y de una sensación tan horrible que, incluso, me tembló la voz la primera vez que tuve que solicitarle a un taxista que me llevara de vuelta al Boulevard de las Rosas, primer barrio del complejo resindencial.

– Disculpe, por favor nos lleva a la Villa…

– ¿A Villa Paraco?
¡Claro, son $4.000! –dijo el taxista tras unos segundos de silencio.

Según me contó Pedro*, mi anfitrión en Santa Marta, Villa Paraco existe desde hace aproximadamente una década, debido a una invasión de terrenos similar, mas no igual, a las que han llevado a cabo miles de colombianos y colombianas víctimas de la miseria para poder malvivir. “Yo había participado junto al pueblo en invasiones y tomas de terrenos aquí en la ciudad en el pasado, pero siempre llegaba la Policía y echaba todo abajo, y a nosotros no nos quedaba más que salir corriendo con nuestras cosas. Sin embargo, esta invasión de estos manes fue diferente”.

Y realmente lo fue: Villa Paraco, que ya hoy cuenta con casi cinco barrios en su primera etapa, no es una invasión de los humildes; no es un conjunto de ranchos de lata y cartón, como aquellos en los que Pedro tuvo que vivir; ni tampoco es el resultado de una iniciativa popular por la búsqueda de un lugar donde vivir.

Villa Paraco, precisamente, le hace honor a su nombre al ser el barrio construido por los paramilitares en Santa Marta. Pedro recuerda que “cuando la Policía decidió meterse aquí hace unos años, con motos y amenazando con meter las volquetas para sacar a todo el mundo, los paracos dijeron: ‘que se metan con armas, que nosotros también tenemos con qué darles’”. Y fue así, pues, aunque al parecer no contaban con la complacencia de las autoridades de la ciudad, tenían las armas, las mismas con las que bajo las ordenes de ‘Jorge 40’
llenaron de sangre la costa norte del país.

Además de esto, los paramilitares y narcotraficantes invasores del terreno ganaron, en 2003, un apoyo sin igual que los blindaría en su tarea de ocupar ilegalmente los predios de Villa Paraco: Trino Luna se presentaba a las elecciones como candidato único a la Gobernación del Magdalena, convirtiéndose como mandatario en un aliado muy importante de las invasiones de terrenos, no sólo haciendo la vista gorda ante las acciones de los nuevos ‘urbanizadores’ sino facilitando la llegada de los servicios públicos y la adecuación de la principal vía de acceso, la Avenida del Río. Así se ‘legalizó’ a Villa Paraco, aunque hoy en día ni siquiera el Boulevard de las Rosas, uno de sus barrios más representativos, aparezca en la descripción presentada en el sitio web oficial del Distrito Histórico y Turístico de Santa Marta.

Ni un solo ranchito de lata y cartón

Podría constatarlo cualquier viajero que, estando en Santa Marta, decida ir a Villa Paraco: las casas allí no son en modestas o humildes, como las que caracterizan a las invasiones populares, y hacia donde se mire se encontrarán construcciones de tres pisos, con frentes amplios, fachadas coloridas y hasta adornadas, en algunos casos, con columnas y suntuosos decorados. Todas ellas muestran la expectativa de seguirse expandiendo hasta alcanzar el cuarto o incluso el quinto piso. “Yo pago $350.000 de arriendo aquí, pero es que el apartamento lo vale”, señala Pedro y no está equivocado: tres habitaciones amplias, una sala comedor, una hermosa cocina, un patio de ropas y un cómodo baño componen el espacio desde el que narro esta historia.

“Aquí llegaron y lotiaron esto. Incluso vendieron lotes de 80 por 80 [metros]
en tres millones de pesos […] como a diez cuadras de aquí vive la suegra del Pibe [Valderrama]”, recordaba mi anfitrión mientras me señalaba un sitio con la misma mano en la que tenía la cerveza que minutos antes nos hubiera servido ‘Mr. Bean’, amable muchacho que atendía la tienda del barrio. Realmente, lotes gigantescos como éstos, en una ciudad como Santa Marta, podrían costar hasta diez veces el precio que menciona Pedro y hoy se han transformado no sólo en casas sino en establecimientos comerciales y hasta instituciones educativas, gozando hoy de una legalidad tácita.

Sin embargo, el precio por vivir allí puede ser bastante alto: “aquí hubo gente que se fue de vacaciones y cuando llegó encontró a otros viviendo en la que se suponía era su casa”, asegura Pedro. La ley de Villa Paraco definitivamente es la del más fuerte y, en medio de esta guerra de ‘para titanes’, los más afectados han sido los arrendatarios y las viudas que quedan como resultado de los enfrentamientos entre los ‘dueños’ de las casas y los jefes mafiosos asentados en el barrio que no sólo orientan el devenir diario de la comunidad sino incluso definen cómo operan las nuevas maquinarias electorales de la parapolítica y niegan hasta los más mínimos derechos de quienes habitan en esta zona de Santa Mata.

Una estrategia que continúa en ejecución

Esta ‘para’ invasión ha sido una táctica de control social, territorial y militar. Los diarios de Santa Marta dejan claro que los barrios que componen Villa Paraco han tenido un papel importante en los altos índices de delincuencia y violencia en la ciudad. Irma*, una habitante de la zona, confirma que desde allí se planean y cometen numerosos crímenes y que la expansión de la invasión se hace sentir cada día con más fuerza: “al rector de la Universidad del Magdalena le tocó cercar los alrededores o sino se le mete esa gente allá y después… ¿quién los saca?”.

Me pregunto si algún día se legalizará por completo Villa Paraco, teniendo en cuenta que siguen en marcha la estrategia que han seguido los paramilitares para fundar sus propios barrios al invadir terrenos del distrito de Santa Marta. En el país del sagrado corazón algo terminará por suceder. Sin embargo, en la memoria de los samarios quedará el recuerdo de cómo los paramilitares de la zona se adueñaron por la fuerza de unos terrenos, construyeron, arrendaron y conformaron una agrupación de barrios, justo frente a las narices de la misma justicia que supuestamente los sometió y los juzga por los crímenes que cometieron, cometen y, tristemente, seguirán cometiendo.

Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.