Por: Juan Diego García – junio 21 de 2016
El tema central en las elecciones del próximo domingo en España no es otro que la vigencia o desmonte del modelo neoliberal.
El Partido Popular (PP) ha aplicado las reformas neoliberales que dejaron como estrategia central los gobiernos anteriores de esa agrupación y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), solo que con un énfasis mayor y para beneplácito de los banqueros alemanes y de la derecha europea en general. El resultado ha sido un descontento ciudadano generalizado que se expresa en la crisis del sistema político y en la aparición de fuerzas nuevas tanto a derecha como a izquierda.
La nueva derecha, Ciudadanos, es esencialmente neoliberal y en algunos aspectos va mucho más allá, en coincidencia plena con las grandes empresas nacionales y extranjeras, convencidas de la necesidad de buscar un relevo a un PP muy agotado por los mil escándalos de corrupción que protagoniza.
El PSOE, la socialdemocracia tradicional, no renuncia en lo fundamental a las políticas neoliberales que ha impulsado tanto en España como en las instancias de la Unión Europea, generando un descontento creciente en sus bases obreras, sobre todo entre el proletariado tradicional.
La nueva izquierda, Podemos y grupos regionales afines, y la izquierda de inspiración marxista, Izquierda Unida, constituyen la única oposición frontal al modelo neoliberal y en muchos aspectos reivindican las viejas banderas socialdemócratas abandonadas por el PSOE como la alternativa más realista, dada la actual correlación social de fuerzas. Se trataría de detener hasta donde sea factible el avance neoliberal, comenzar a recuperar el Estado del bienestar y preparar batallas futuras más ambiciosas contra el capitalismo en España y en la Unión Europea. En esa empresa intentan atraer a las bases del PSOE y a ciertas tendencias de ese partido proclives a coligarse en un gobierno de izquierdas.
Las tendencias electorales registradas a menos de una semana de las elecciones mostrarían que esta alternativa de izquierdas es posible. En un escenario en el cual Ciudadanos y el PP parecen estancarse y hasta retroceder en apoyos populares, queda en manos del PSOE asumir el reto, una incógnita habida cuenta del control férreo de la vieja guardia del partido que oscila entre quienes apuestan por una coalición con el PP y quienes prefieren favorecer un gobierno de derechas quedándose en la oposición. El escenario político se caracteriza sobre todo por la incertidumbre y todo depende de la gestión que los partidos, y los centros del poder, lleven a cabo en lo que resta de campaña.
El proyecto de la nueva izquierda es perfectamente realizable: revisar a fondo la reforma laboral, volver a los necesarios controles de la actividad financiera, reformar un sistema electoral diseñado para favorecer al bipartidismo, combatir a fondo el despilfarro y la corrupción –pública y privada–, restablecer los servicios públicos básicos deteriorados por las políticas neoliberales, establecer una nueva política de endeudamiento y de fiscalidad, y comenzar el debate sobre el cambio sustancial del modelo económico para superar la enorme dependencia de la construcción y el turismo.
El programa del PP pretende mantener las fórmulas que han fracasado, al menos para las mayorías sociales, con vagas promesas de mejoramiento de la gestión pública, poco creíbles dados los casos de corrupción de ese partido que inundan los medios de comunicación un día sí y el otro también.
El programa del PSOE, aunque en lo fundamental no renuncia a sus prácticas anteriores –básicamente neoliberales–, sí deja márgenes suficientes como para avanzar hacia un gobierno de coalición con la nueva izquierda.
Sorprende, sin embargo, que en ninguno de los programas ni en los debates aparezca la difícil coyuntura por la que atraviesa la Unión Europea: la posible salida del Reino Unido, las muy malas perspectivas económicas mundiales para el año que se avecina, la equivocada apuesta por la estrategia bélica de Estados Unidos contra Rusia que en manera alguna favorece los intereses europeos, el drama creciente de la inmigración, el crecimiento preocupante del racismo, la xenofobia y el nacionalismo excluyente y debilitador del proyecto comunitario, todo ello cristalizado en el resurgimiento de una extrema derecha tan similar a las fuerzas siniestras del fascismo de antaño.
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