Por: Marcos Urupá – febrero 5 de 2018
Sin lugar a dudas, Internet se ha convertido en algo casi esencial para la sociedad actual. Similar a lo que ocurrió con la televisión y la radio cuando surgieron, se ha colocado como un servicio que tiene futuro, que ofrece nuevas oportunidades comunicacionales, y en un incentivo para las áreas de salud y educación, así como para nuevas formas de sociabilidad.
Inicialmente surgida en medios militares y académicos, la red mundial de computadoras pasó a ser utilizada por varios segmentos sociales. Ejemplo de ello son los estudiantes, que pasaron a buscar informaciones para sus tareas escolares, mientras algunos jóvenes la utilizan simplemente para diversión en sitios de juegos; las salas de chat que se han convertido en puntos de encuentro para una charla virtual en cualquier momento; o los desempleados que iniciaron la búsqueda de empleos a través de sitios de agencias de empleo o enviando currículos por correo electrónico. Las empresas descubrieron en Internet un excelente camino para mejorar sus ganancias y las ventas en línea se dispararon, transformando la Internet en un entramado de verdaderos centros comerciales virtuales. En Brasil, solo en el primer semestre de 2015 se movilizaron más de BRL 18.600 millones en compras en línea, según datos de E-Bit Buscapé.
Junto con todos estos nuevos paradigmas, Internet ha traído también nuevas formas comerciales, así como nuevas amenazas a derechos ya consagrados, como la violación de la privacidad y la venta de datos personales: estos se convirtieron en el nuevo petróleo del mundo.
Para tener una idea de lo que nuestros datos representan en el mercado digital, es bueno tener en cuenta que, según el diario El País, nuestros datos valen en promedio USD 8 centavos por persona. Este es el valor que las empresas interesadas en la información de los internautas pagan para montar sus propias bases de datos, que se utilizan posteriormente para asignar perfiles específicos con hábitos de compras, preferencias personales e incluso orientación política de millones de personas.
Según el director de comunicación de Amnistía Internacional en España, Miguel Ángel Calderón:
El hecho de poder comercializar esas listas y de que ellas puedan acabar llegando a personas indebidas hace posible que sean usadas en iniciativas que podrían afectar los derechos humanos, como la creación de perfiles sofisticados que pueden atentar contra la privacidad.
Incluso Facebook, una de las redes sociales que está entre las mayores empresas que recogen datos personales de los usuarios, fue multada en España por violaciones al derecho a la intimidad. La Agencia Española de Protección de Datos (SEPD) impuso una multa de EUR 1,2 millones a dicha compañía por violar las reglas del país ibérico en la materia, al constatar que recoge, almacena y utiliza datos de sus usuarios, incluidos los que están protegidos, con fines publicitarios y sin autorización alguna de las personas.
Un aspecto importante que merece ser destacado es que ese ‘tráfico’ de datos, sea para la venta o para potenciar y dirigir campañas publicitarias, no es algo que sucede solo con las empresas de tecnología. En Brasil, podemos citar varios casos, entre ellos el de la red de supermercados Pan de Azúcar, que creó una aplicación, el Pão de Açúcar Mais, que ya fue bajado por más de 500.000 personas y que tiene como objetivo garantizar descuentos importantes en diversos productos. Hasta ahí todo bien, ¿quién no quiere tener buenos descuentos en productos y servicios? Pero, hay una pregunta: ¿qué es lo que la empresa gana con eso? La respuesta es: los datos personales de los usuarios de la aplicación. A pesar de que el negocio de Pan de Azúcar no es la tecnología, desde el momento en que tiene acceso a los datos personales de los usuarios de la aplicación, que se suministran como condición para que pueda utilizarla, es posible dirigir campañas en su amplia red de establecimientos o, peor aún, proporcionarlos a empresas asociadas. Y eso puede ser de manera gratuita o mediante un pago.
Estas prácticas a menudo tienen en común ciertos modelos de términos de uso y de política de privacidad. Hoy, para tener acceso a las diversas facilidades de servicios por medio de las aplicaciones, sea de una compra con descuento, como el caso de la red de supermercados brasileña, o facilidades de comunicación, como en el caso de una aplicación de Facebook, tenemos que someternos a las reglas impuestas por los términos de uso y aceptar las políticas de privacidad de esas grandes corporaciones.
Estos términos de uso, combinados con la política de privacidad de estas aplicaciones, permiten el seguimiento de la navegación de los usuarios en otros sitios a través de la instalación de cookies, archivos de Internet que almacenan temporalmente lo que el internauta está visitando en la red. En casi todos los casos, estos términos no se leen o, si lo fueran y tuviéramos alguna discrepancia, ni tendríamos la oportunidad de cuestionarlos, porque al negarlos simplemente no tenemos acceso a la aplicación, es decir, no es un acuerdo sino una imposición.
Esta es una práctica abusiva e impositiva para los usuarios. En el fondo, se observa que estos servicios no son gratuitos sino que en realidad son formas de captar nuestra información, ya sea de navegación o de datos personales, para subsidiar campañas o para ser vendida a otras empresas.
Es importante subrayar que esta práctica, la de recoger y sistematizar datos, no es nueva. Las aseguradoras y empresas de tarjetas de crédito, por ejemplo, ya tenían esa práctica de recopilar nuestra información para catastros socioeconómicos y perfiles de compras, pero ahora hay dos diferencias: la primera es alta capacidad de obtener inputs a partir de lo que hacemos en esas plataformas. Diariamente, estas son abastecidas con nuestra información a una velocidad vertiginosa, ya que la digitalización de los datos ha facilitado esta práctica y nos permite gestionarlos en tiempo real desde el momento en que estamos conectados. ¡Y hoy pasamos buena parte del tiempo del día conectados! El volumen de datos generados es enorme.
Un segundo aspecto a observar es la capacidad de procesamiento de los datos recopilados. Antes, esta se almacenaba en papel o en alguna base de datos que no permitía la comunicación ni el cruzamiento con sus similares. A partir del momento en que uno crea una tecnología capaz de hacer estas cosas, surge un nuevo abanico de información capaz de dirigir e individualizar acciones que antes eran hechas sin mucha precisión. Esto es lo que se llama Big Data.
A partir del análisis adecuado de todos estos conjuntos de datos, es posible encontrar tendencias de negocios, gustos y toda clase de preferencias de una persona. Antes de estas empresas de tecnología, el Estado era el mayor tenedor de información de un ciudadano. En São Paulo, por ejemplo, hemos visto a la alcaldía de la capital, comandada por Joao Dória, utilizar datos de los ciudadanos registrados en el programa Billete Único como moneda de cambio en el intento de obtener un buen negocio con ciertas empresas.
Una campaña para frenar los abusos
Ante los graves problemas señalados aquí, hay que alertar a la sociedad en general sobre lo que está sucediendo con sus datos. En Brasil, entidades organizadas en la Coalición Derechos en la Red, que reúne a decenas de entidades de la sociedad civil, investigadores y organizaciones de defensa del consumidor, lanzó la campaña “Sus datos son usted: libertad, protección y regulación”. La iniciativa promueve diversas acciones sobre el tema y para llamar la atención sobre la necesidad de construir reglas que eviten esos abusos, en especial una legislación que regule este asunto.
La campaña tiene una extensa agenda, que pasa por eventos y la diseminación de materiales en redes sociales, con la intención de denunciar los abusos cometidos por aquellos que usan datos personales y privados como moneda de cambio. Es importante resaltar, como ya se ha dicho, que es necesario navegar por Internet y utilizar todas las facilidades proporcionadas por las aplicaciones existentes, pero eso no significa, en modo alguno, que nuestra privacidad sea violada o que debamos ser rehenes de las prácticas abusivas de las grandes empresas.
Otro punto que debe quedar claro es que este debate no pasa por la lógica del ‘no tengo nada que esconder’. El enfoque aquí es impedir que las empresas ganen dinero con nuestra información personal y que dejen de monitorearnos sin nuestra autorización. Es necesario comprender que tenemos el derecho a que no se viole nuestra privacidad, que es nuestra intimidad la que está en juego.
Asimismo, es necesario que la sociedad civil de toda América Latina exija a los gobiernos de sus países la creación de órganos reguladores que garanticen la protección de datos personales de los ciudadanos, expidiendo leyes que impidan la venta y el uso sin autorización de su información personal.
La garantía legal de nuestros derechos es lo que nos permitirá una mayor seguridad ante esos gigantes de Internet y gobiernos que usan nuestra información como mercancía. Internet es una tecnología que llegó para garantizar derechos, como el de la libertad de expresión, y no para quitárnoslos.
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* Periodista y abogado, integrante del Consejo Directivo de Intervozes Coletivo Brasil de Comunicación Social, doctorando en Políticas de Comunicación en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Brasilia. Publicado originalmente por ALAI.
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