Por: Carlos Jaime Fajardo – 21 de diciembre de 2010
¿Es posible conocer el proceso de los fenómenos naturales? Por lo menos, con algunos de ellos esto se ha logrado: los mayas conocieron los ciclos cortos y largos del movimiento de la galaxia, hasta hace pocas décadas por medio de las cabañuelas los campesinos predecían las temporadas de lluvia o sequía del año y ahora la tecnología moderna permite predecir el clima. Incluso, desde el sentido común se puede predecir dónde se pueden inundar barrios debido a su posición geográfica o, de igual manera, prever dónde se pueden presentar temblores o terremotos, pues ya se sabe se sabe por qué lugares pasan las fallas geológicas y qué barrios corren riesgo de deslizamiento.
Entonces, ¿por qué ocurren los desastres? ¿será culpa de la naturaleza? Pienso que no: en el caso de la tragedia de Armero (Tolima), el gobierno de Belisario Betancur estaba alertado del riesgo y, en el caso del barrio La Gabriela en Bello (Antioquia), los habitantes habían hecho la denuncia respectiva por Teleantioquia. Entonces, ¿qué pasa con los gobernantes?
Llama la atención que en los barrios de estratos altos no sucedan desastres por el invierno: en Bogotá no se ha deslizado Cedritos o el Chicó ni en Medellín ha ocurrido esto con el Poblado, sólo por citar algunos ejemplos. En cambio, sí que han ocurrido desastres en los barrios de estratos bajos. Al respecto, algunos altos funcionarios dicen que es culpa de la gente por vivir en zonas de alto riesgo. Pero, ¿por qué tienen que vivir estas personas en dichas zonas? Simplemente porque no hay dónde más, pues muchos de ellos han sido desplazados, otros engañados por urbanizadores piratas e, incluso, por algunos legales que construyen sin realizar estudios técnicos sólidos.
Para el caso del campo, pensemos por un momento que Ingeominas es desmontado de la misma manera en que se ha procedido con varias entidades. ¿Qué pasaría con el seguimiento que se le hace al volcán Galeras en Nariño? Sin duda quedaríamos a la deriva de la naturaleza, de la misma manera que sucedió con la reestructuración del Himat –que era el instituto encargado de la adecuación de tierras, así como de dragar canales y ríos para evitar inundaciones– en el Ideam, que ocasionó, por ejemplo, que en el Valle del río Sibundoy en Putumayo se produjeran inundaciones en años pasados. ¿Cuántas veredas están hoy con las vías llenas de derrumbes, incomunicadas y sin una institución encargada de las llamadas carreteras terciarias, como lo era antes Caminos Vecinales, a la que también el modelo neoliberal desmontó?
En el caso de las ciudades, si se adelanta una reforma urbana que permita que se confisquen las mejores tierras, aptas para construir viviendas y que hoy están en manos de especuladores, sin duda muchas familias no habitarían en zonas de riesgo. Incluso, si a muchas de aquellas, por medio de una verdadera reforma agraria, se les entregara tierra en el campo no vivirían en barrios vulnerables. De igual manera, si existieran instituciones encargadas de mitigar los efectos de la naturaleza, con gobiernos oportunos que piensen más en las personas que en los costos, disminuirían los desastres. Lo que está pasando con la actual ola invernal es fruto principalmente del modelo social y no culpa de la naturaleza.
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