Por: Alexander Gamba Trimiño – mayo 9 de 2018
Las elecciones presidenciales en Colombia permiten ver las fracturas, las apuestas, las maquinarias y los discursos que se posicionan en un determinado momento en la sociedad. En este 2018 hay un hecho trascendental para la historia política reciente del país: la emergencia de un actor político, Gustavo Petro, que le está disputando con gran acierto el discurso de lo popular a Álvaro Uribe Vélez.
Las elecciones en Colombia desde el año 2002 hasta nuestros días han estado signadas por un hecho político de inmensa trascendencia: la hegemonía política de Álvaro Uribe Vélez como el gran elector. Su éxito se debe, de un lado, a la alianza entre las élites regionales, narcotraficantes, paramilitares y militares para consolidar un proyecto político que ha sido su soporte más doctrinario y, de otro, a su capacidad para involucrar al pueblo en abstracto en una cruzada contra el ‘mal’.
Ese discurso de lo popular había sido casi único en este periodo. Si bien había candidatos que convocaban a los sectores populares, el diálogo y conexión eran casi inexistentes y, de hecho, las candidaturas más exitosas contra el uribismo se habían centrado más en un electorado de las clases medias urbanas que en uno de carácter popular -Carlos Gaviria en 2006, Antanas Mockus en 2010 y Santos en la segunda vuelta de 2014-.
En 2018 el panorama está cambiando. El gran hecho político de estas elecciones es que Gustavo Petro le está disputando el discurso popular a Uribe Vélez, pero no por connotaciones demagógicas de las que le acusan sus críticos sino copando un espacio vacío que nunca llenó Uribe: las demandas sociales.
De las demandas a un nuevo campo de contradicción política
A lo largo de estos 16 años todo el significante de lo popular que logró construir el uribismo estuvo motivado por una lógica de enemistad absoluta, la cual es muy efectiva para construir un ‘nosotros’ y un ‘ellos’. Esto dio lugar a un relato que explica las causas de los males en general de la sociedad colombiana con gran simpleza: el pueblo trabajador estaba siendo amenazado por una serie de delincuentes -las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)- que no dejan prosperar al país. Dicho discurso ha sido muy exitoso, pero con un proceso de paz que ya muestra y con una nueva Fuerza Revolucionaria Alternativa del Común (FARC) ya en proceso de reincorporación a la vida civil, quedan en evidencia sus vacíos, es decir, las demandas sociales.
El uribismo llenó los vacíos en las demandas populares con la agudización del discurso de enemistad, dinámica que solo es posible en un contexto de guerra. Hábilmente logró explicar todos los problemas del país a través de una sola causa: los enemigos de la patria.
El discurso uribista encierra, a su vez, una paradoja: solo sobrevive si sus oponentes siguen en la lógica antagónica de amigos y enemigos, allí es donde el uribismo concentra su hábitat natural. Sin embargo, su efecto se pierde si esa lógica trasciende a una de carácter agonista en donde el otro ya no es enemigo sino adversario. Al enemigo se le puede matar y destruir en la guerra; al adversario, así sean irreconciliables sus proyectos políticos, se le respeta, se le considera legítimo y nunca, nunca, se le ataca al punto de desconocerlo como oponente.
El crecimiento de Petro en esta campaña se explica porque ha sabido poner en tela de juicio ese contenido y disputar ese relato, llenar ese significante vacío en un sector amplio de la población que hoy privilegia las demandas sociales sobre el miedo. Ha logrado ir posicionando en lo popular unas demandas con contenidos claros, siendo las principales la lucha contra la desigualdad social, la agenda ambiental, el campo como motor de la economía nacional y, por último, pasar de la dicotomía ente la paz y la guerra a la que existe entre la reconciliación y elodio.
Del cambio del discurso a la construcción de un proyecto colectivo
Petro ha logrado, hasta ahora, disputarle el discurso al Uribismo, pero para lograr un triunfo tanto electoral como político debe abordar varios retos en estas elecciones y en un escenario de mediano plazo.
El primero de ellos es cambiar la dinámica de la contienda: de los enemigos, en dónde siempre gana el uribismo, a la de adversarios en donde quedan al descubierto los vacíos de su discurso.
El segundo es cambiar los actores de la contienda. El uribismo se concentró en el ‘nosotros’, el pueblo colombiano y la ciudadanía ‘de bien’, que incluye a los ricos y las élites, contra las antiguas FARC y sus supuestos aliados, es decir, todos los que se opusieran a los primeros. Petro debe modificar esa relación, puesto que los adversarios no son ya las FARC ni el uribismo sino las élites del poder que han gobernado desde el nacimiento de la República, y aquellas incluyen también al uribismo, y un nosotros más amplio: el pueblo, los trabajadores y los pequeños y medianos empresarios. Se trata de un nosotros que debe incorporar al ciudadano uribista y no uribista, al ciudadano que apoyó la paz y al que se le opuso en el plebiscito.
El tercer reto tiene que ver con cambiar los códigos de la contienda, pasando de la rabia a la indignación. El uribismo usó el malestar social y la desazón de la sociedad colombiana, y los tradujo en un discurso de odio. Replicar esta lógica lleva a moverse en la arena de la contienda, donde el sector político del expresidente sabe moverse y conoce los códigos de la disputa. Para derrotarlo es necesario pasar del lenguaje del odio y el rencor al de la indignación.
El quinto reto es cambiar el relato y reconstruir el campo adversario, disputar el discurso del pueblo. Esto es lo más importante que está en juego en esta contienda electoral de 2018 y, si se logra, puede llevar a que la aceitada maquinaria electoral de Uribe se venga abajo. Si Petro logra esto, estaría marcando una ruta que parecía incierta en 2002, 2006, 2010 y 2016: derrotar al uribismo desde una propuesta alternativa y no desde las élites nacionales.
Gane o pierda las elecciones, también es un reto para Petro el consolidar un proyecto colectivo. La fortaleza del uribismo ha residido del discurso de su líder pero la soledad de Uribe es su gran debilidad. Si Petro quiere cambiar el país, no solo debe ganar unas elecciones sino que debe evitar la emergencia del ‘petrismo’ y consolidar una propuesta colectiva.
Urge cambiar el horizonte estratégico de los sectores alternativos, haciendo que el objetivo ya no sea solo derrotar a Uribe, lo cual sigue siendo algo central, sino construir una voluntad popular colectiva que trascienda la coyuntura del momento y se postule como un proyecto histórico que le dispute a las élites la dirección política y moral de la sociedad colombiana. Para ello se requiere que este potente discurso sea el eje de dicho proyecto colectivo.
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Publicado originalmente en el blog del autor.
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