Por: Pedro Echeverría V. – febrero 27 de 2013
A partir de las denuncias de Wikileaks contra los gobiernos del mundo, me ha parecido que se han publicado más investigaciones sobre la situación de la pobreza, la miseria y el hambre en el mundo. Se habla mucho de la crisis alimentaria que está provocando el incremento de los precios de los alimentos y que lleva a una situación límite: hambre y muerte a una parte importante de la población mundial. Parece que incluso la ONU empieza a preocuparse, pero no se sabemos si pretende beneficiar a las grandes empresas agroalimentarias o a los famosos transgénicos. De lo que estoy convencido es que, hoy por hoy, el mundo cuenta con suficiente producción para poder garantizar la seguridad alimenticia de toda su población, no obstante, hay 850 millones de personas que sufren hambre y que dependen directamente de las ayudas de diferentes organismos internacionales, y este número aumenta a medida que se incrementa el precio de los alimentos.
La realidad es que la miseria, el hambre, la indigencia de más de la mitad de los pueblos de África, América Latina y Asia, en vez de reducirse, parece aumentar. De nada han servido los grandes descubrimientos y el desarrollo de las tecnologías para solucionar el hambre de los pueblos. Como ha sucedido durante toda la historia del capitalismo, una minoría de familias, las más ricas y poderosas, se ha aprovechado de todos los avances tecnológicos para continuar acumulando riquezas y se vislumbra que así será por lo menos en los próximos 50 o 100 años […]
Mi amigo, el sicólogo Fritz, me ha enviado un trabajo de Jean Ziegler, que es relator de la ONU para la alimentación y escritor, de quien además se dice que lleva décadas luchando para demostrar que otro mundo es posible. Me ha obligado a revisar sobre este intelectual para conocer otras publicaciones y me he encontrado que Ziegler ha declarado que 100.000 personas mueren de hambre, o de sus consecuencias inmediatas, cada día. Un niño de menos de 10 años muere cada siete segundos y cada cuatro minutos otro queda ciego por falta de vitamina A. El orden mundial no es sólo asesino sino absurdo, pues mata sin necesidad. Hoy ya no existen las fatalidades. Un niño que muere de hambre hoy, muere asesinado. Es importante tener consciencia en que son mucho más los niños y familias que mueren por hambre, producto de la explotación y la miseria, que los que mueren por guerras, revoluciones, crisis, huracanes o sismos.
Explica Ziegler que hay dos tipos de hambre: el coyuntural y el estructural. El coyuntural es la hambruna a que siempre hemos visto en Etiopía o se registra en periodos de guerra, y que es fruto del hundimiento de una economía. Esta hambre causa el 5% de las víctimas. El hambre estructural es diferente, porque está implícito en las estructuras del subdesarrollo y del sistema de explotación capitalista, causa el 95% de las muertes y es el hambre que realmente pide a gritos la intervención de la comunidad internacional.
Así que, aunque debemos ocuparnos por evitar cualquier manifestación de hambre, la que debe alarmarnos más es la que está en nuestras manos solucionar mediante la lucha social de los pueblos por el cambio de las estructuras capitalistas. ¿De qué sirven las políticas asistencialistas o de caridad practicadas por todos los gobiernos con el fin de frenar las protestas y prolongar la explotación, tal como lo hace la iglesia?
Lo terrible de esta situación en todas partes, escribe Ziegler, es que el hambre que se reproduce biológicamente. Cada año, cientos de millones de mujeres dan a luz a cientos de millones de niños destruidos desde el momento mismo del nacimiento. Un niño subalimentado entre los cero y los cinco años ya no tiene arreglo; incluso si a los seis tiene suerte y lo adopta una familia española, está dañado de por vida. Ziegler pone un ejemplo: en Brasil hay madres que se ven obligadas a cocinar piedras cuando sus hijos les piden comida. Esperan poder distraerles del hambre, que se cansen de esperar y se duerman.
Debemos saber que tenemos los medios para alimentar al doble de la población mundial sin necesidad de alimentos modificados. No olvidemos que los transgénicos son patentes, marcas registradas, y tienen dueño. Afortunadamente, hay lucha contra ellos, aunque las empresas que detentan las patentes, por ejemplo Monsanto, hacen todo lo posible por obtener el máximo beneficio de su propiedad.
Los trabajadores todos hemos estado sometidos a los males del sistema para que los más poderosos vivan a cuerpo de rey. Sabemos que la única salida es la revolución libertaria de los productores, aunque tengamos que luchar por ahora por medidas transitorias. Concluye Ziegler: hasta aquí hemos vivido bajo la herencia de la época del poder por delegación, la república y los derechos humanos. Toda herencia está amenazada de muerte por el gran capital financiero internacional, que pretende que la mano invisible del mercado sea la única y suprema autoridad de la historia. Estamos creando un mundo en que los derechos humanos no tienen sitio y la propia democracia está en grave peligro, hasta el punto en que puede llegar a desaparecer. Es decir, vivimos en la jungla del capitalismo globalizado y la ley del más fuerte. Puede haber salida, pero debemos ser conscientes de que estamos defendiendo la última trinchera.
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