Por: Christian Peñuela – julio 11 de 2011
La Slut Walk de Canadá, Australia, Estados Unidos e Inglaterra; la Marcha das Vagabundas en Brasil y la Marcha de las Putas en Honduras, México, El Salvador, España y Venezuela, entre otros países, ha sido una acción colectiva a nivel global que protesta contra la violencia sexual hacia las mujeres. Madres, padres, hermanos, ‘putas y putos’, miembros de la comunidad LGBTI, así como niños y niñas salieron a las calles para reivindicar la dignidad de las mujeres.
Al grito “No es no”, los participantes en esta particular forma de protesta rechazan la utilización de las mujeres como objetos sexuales, así como el acoso y la violencia cometida contra ellas en los ámbitos públicos y privados. El interés en la palabra ‘puta’ se debe a la carga emocional que contiene y a la forma en que socialmente se impone a las mujeres una forma ‘válida’ de vestir, de actuar y de valorar su cuerpo y su feminidad. Sin embargo, estas movilizaciones poco tienen que ver con el trabajo sexual ni están compuestas por quienes ejercen esa labor, por el contrario, integran a mujeres y hombres de todas las edades y condiciones sociales que rechazan la discriminación y las agresiones hacia la población femenina.
Todo comenzó el pasado 24 de enero, por un comentario discriminatorio realizado por el policía canadiense Michael Sanguinetti durante un evento sobre seguridad civil en la Universidad de Nueva York. El uniformado afirmó que “las mujeres deben evitar vestirse como putas para no ser víctimas de la violencia sexual”. Esta frase indignó al movimiento femenino de la ciudad de Toronto (Canadá), que no tardó en emprender una lucha por la transformación de los imaginarios sociales que las estigmatizan como responsables de la violencia en su contra y organizó, el pasado 3 de abril, una gran manifestación en la que miles de mujeres, con el apoyo de la comunidad LGBTI y diferentes organizaciones sociales, se movilizaron vistiendo tacones, mallas, pronunciados escotes, ligueros y hasta desnudos para reclamar respeto por el derecho al cuerpo y a una vida libre de violencias.
Esto ha motivado la realización de quince movilizaciones similares alrededor del mundo y la preparación de decenas más, encabezadas por organizaciones de mujeres que han incluido las problemáticas de cada país entre las razones de la protesta: en México, contra los feminicidios; en Honduras, contra la violencia sexual agudizada sin precedentes desde el golpe de Estado; y en Argentina, por el registro de violadores, son algunas de las razones que han alimentado esta acción colectiva en América Latina.
En Colombia, existen muchas experiencias de movilizaciones contra la violencia hacia las mujeres. Desde las multitudinarias manifestaciones que, el 8 de marzo y el 25 de noviembre, se toman las calles de las principales ciudades del país hasta decenas de actos simbólicos en distintos lugares de la geografía nacional han servido para denunciar la delicada situación en materia de derechos que se vive en nuestro país.
Dos de estos esfuerzos por sensibilizar a la ciudadanía y transformar la realidad de violencia contra la mujer que se vive en el país se dan en extremos distintos de Bogotá, tanto por su ubicación geográfica como por su situación social y económica. Uno de ellos ha tenido lugar en el Parque Fundacional de Usaquen, donde la campaña Mujeres por la ciudad ubicó siluetas de mujeres tipo monumento y a escala humana para conocer el comportamiento que las personas tienen en su relación con aquellas. De igual forma, desde 2007, organizaciones de mujeres de la localidad de Bosa vienen vienen realizando plantones el primer viernes de cada mes para denunciar los casos de violencia sexual, bajo el lema: “Ni una niña, ni un niño, ni una mujer más violada en Bosa”.
Según el “Informe sobre violencia sexual y feminicidios en Colombia”, presentado en 2008 a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos por las organizaciones Corporación Casa de la Mujer, Mujeres que Crean, Ruta Pacífica de las Mujeres y Vamos Mujer, la situación en Colombia es preocupante por el tipo de agresión y el perfil de las víctimas: “una de cada tres víctimas de violencia está en el rango de edad de 10 a 14 años” y “una de cada cinco víctimas está en la edad de cinco a nueve años […] las niñas son las más agredidas sexualmente”, señala el documento.
Adicionalmente, tanto el informe citado como otros diagnósticos sobre derechos de la mujer señalan que la violencia sexual y el homicidio hacia las mujeres han sido mecanismos de control territorial en la guerra que se vive en Colombia. El informe “La Violencia Sexual en Colombia: Un arma de guerra”, elaborado por Oxfam Internacional en 2009, afirma que “la existencia generalizada y sistemática de la violencia sexual contra las mujeres, empleada por todos los grupos armados como arma de guerra y componente de una estrategia de terror más amplia contra la población civil, puede ser una de las claves para que este delito sea presentado como crimen de lesa humanidad. Esta realidad contrasta con la impunidad y la invisibilización que han silenciado y perpetrado estos crímenes”.
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