Por: Emiliano Terán Mantovani – agosto 22 de 2019
Los enormes incendios que se han producido en la Amazonía brasileña, así como la de otros países de la región como Bolivia, han capturado la atención global y avivado la discusión sobre el problema de fondo que sufre esta muy sensible ecoregión.
Es cierto que en la Amazonía hay temporadas de incendios, primordialmente entre los meses de julio y septiembre, aunque pueden continuar hasta noviembre, cuando llegan los períodos secos. También es cierto que se han registrado incendios en amplias áreas de otras partes de Suramérica y que estos no han tenido la misma repercusión mediática. Pero, al menos desde lo que se ha registrado oficialmente, estamos ante el incremento de un 85% de estos eventos en territorio amazónico en relación al año pasado, según el Instituto Nacional de Investigación del Espacio de Brasil (INPE), y se han quemado extensiones a tasas récord desde que se comenzaran los registros en 2013. En la Chiquitania boliviana, en el departamento de Santa Cruz, ya son cerca de 500.000 hectáreas las que se han incendiado.
La NASA ha dicho que la actividad total de incendios en la cuenca del Amazonas, observada a partir del pasado 16 de agosto, fue ligeramente inferior al promedio en comparación con los últimos 15 años, aunque la actividad ha estado por encima del promedio en los estados Amazonas y Rondonia de Brasil. Pero, en todo caso, el dato no es si estos incendios son o no los más importantes de los últimos años: lo importante es, más bien, el momento que revelan, el tiempo particular de la historia ambiental del Amazonas que habla, al mismo tiempo, de nuestro propio tiempo de crisis civilizatoria.
Amazonía y tiempos de inflexión: últimas fronteras y extractivismo desinhibido
Lo primero que hay que decir es que estos incendios no son solo ‘catástrofes naturales’ sino, más bien, el producto tanto de las modificaciones al espacio natural como de los impactos directos provocados por las actividades económicas más depredadoras que han sido impulsadas por los intereses económicos dominantes locales, nacionales y transnacionales.
Sobre esto hay que señalar el alto impacto de la deforestación, promovida por la minería formal y la ilegal; el aumento de las tierras para agricultura intensiva con monocultivos, pero también para beneficiar a los poderosos sectores ganaderos y agrícolas; o bien el rol de la industria maderera y el tráfico ilegal de madera por mencionar ejemplos. La quema en sí misma es también promovida por los sectores ganaderos para ‘limpiar’ y despejar la tierra.
Por mencionar un ejemplo de lo dicho, estudios han mostrado cómo la deforestación es uno de los principales factores que favorecen estos grandes incendios, al dejar vulnerable la selva ante vendavales que ayudan a propagar el fuego. Existe una relación directa entre la deforestación y el crecimiento de los incendios, y por lo tanto entre estos últimos y los depredadores intereses de extractivismo.
Olvídese de la explicación monocausal de los ‘accidentes naturales’. No hay forma de haber llegado a este punto sin el insidioso accionar de los intereses extractivistas y capitalistas.
Lo segundo, estos incendios nos muestran en realidad un momento socioecológico de la Amazonía. Estos eventos están pasando cuando ya esta ecoregión tiene una larga historia de carga de impactos y presiones que vienen en avanzada y que, de seguir como van, la están aproximando a un punto de inflexión, al debilitar más y más sus propios mecanismos de defensa y ‘estabilización’, y, con ello, a socavar los aportes que ofrece para la reproducción de la vida en el planeta: generación de oxígeno, patrones estacionales, sumideros de carbono y un largo etcétera. Transitamos un límite muy peligroso que, además, debe ser entendido en el marco de estos tiempos del Antropoceno (capitaloceno).
Lo tercero, y algo fundamental, estos incendios revelan la forma que tiene el asalto a las nuevas fronteras de los commodities y sus vínculos con el nuevo tiempo del extractivismo en América Latina. El fuego masivo en la Amazonía hace evidente la configuración de esta ecología política atravesada por esta fase más violenta del extractivismo.
El avance en los últimos años de una ola de derechización en la región no debe ser entendida sólo como el posicionamiento de actores y mandatarios de derecha y extrema derecha en puestos de gobierno sino también como un avance, un asalto voraz y desinhibido hacia la naturaleza. Y dicho avance se está generando a partir de actores que actúan desde arriba y también desde abajo, y que comparten entre sí las lógicas de despojo altamente patriarcalizadas, autoritarias y violentas.
Entre ellos están los actores del agronegocio, los intereses particulares de poderes económicos locales –como los latifundistas–, el mismo crimen organizado que deforesta cada vez más y controla buena parte del tráfico de recursos naturales, y, como actor y guía, gobiernos como el de Jair Bolsonaro en Brasil, pero no únicamente este sino incluso otros gobiernos que, de otras formas, promueven la recolonización de las últimas fronteras de la extracción, como lo es el gobierno de Evo Morales o Nicolás Maduro en Venezuela.
Bolsonaro es la cara más acabada de este patrón de poder dominante en la región: al mismo tiempo que da luz verde y hace un llamado a la expansión de una violencia clasista, patriarcal y racista, del mismo modo convoca al asalto voraz de la Amazonía. Las tasas de deforestación se incrementan en 2019. La fascistización política se presenta también como una fascistización contra la naturaleza.
Algunos de los ‘niños de los ojos’ de Bolsonaro, los fazendeiros, en este caso del sudoeste de Pará, anunciaban para el 10 de agosto el ‘día del fuego’, con la idea ‘llamar la atención del Gobierno’ y evidenciar que querían trabajar y la única forma era ‘limpiando sus pastos con fuego’. El INPE, a partir de su programa de monitoreo de quemas, registra una explosión de incendios en la región. Días después se desata el infierno.
Defender las fronteras de vida
La oscuridad durante el día en la ciudad de Sao Paulo resulta muy simbólica, en la medida en que representa esos paisajes distópicos, recreados en el cine, que suelen tener tras de sí un mundo deforestado […] Y sobre todo, como esa oscuridad alcanza las zonas de consumo privilegiado, las zonas del modo de vida imperial.
Aquí estamos, en este tiempo de enormes desafíos, tiempos que requieren de nosotros una respuesta acorde a ellos, una respuesta que evite que solo seamos espectadores por las redes sociales del ecocidio capitalista.
La defensa la Amazonía, en realidad, simboliza la defensa de todas las últimas fronteras de vida; las fronteras de los ecosistemas, de los territorios, de los cuerpos y de la mente. Es, en última instancia, un llamado a la defensa de lo común, lo único que compartimos todos: la casa común.
* Publicado originalmente por el Observatorio de Ecología Política de Venezuela.
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