Por: Atilio Borón – septiembre 25 de 2009
¿Qué pretende Uribe con su frenética gira por Sudamérica? Nada menos que vender una iniciativa tóxica, para utilizar el lenguaje impuesto por la crisis capitalista: justificar la escalada de la ofensiva militar del imperio con el propósito de revertir los cambios que, en los últimos años, alteraron la fisonomía sociopolítica de la región. Ante esta desconcertante realidad, la táctica de la Casa Blanca ha sido abandonar la retórica belicista de Bush y ensayar un discurso igualitarista y respetuoso de la soberanía de los países del área, pero desplegando nuevas bases militares, manteniendo a la Cuarta Flota y fortaleciendo sin pausa al Comando Sur.
En este sentido, Barack Obama –a quien los perpetuamente desorientados ‘progres’ europeos y latinoamericanos continúan confundiendo con Malcom X– está siguiendo al pie de la letra los consejos de Theodore Roosevelt, el padre de la gran expansión imperialista norteamericana en el Caribe y Centroamérica, cuando dijera “habla bajito, pero lleva un gran garrote”. Roosevelt fue un maestro consumado en aplicar esa máxima a la hora de construir el Canal de Panamá y lograr, con la infame Enmienda Platt, la práctica anexión de Cuba a los Estados Unidos. Con su política de remilitarización forzada de la política exterior hacia América Latina y el Caribe, Obama se interna por el camino trazado por su predecesor.
La justificación que Uribe esgrime en apoyo de su decisión de conceder a las fuerzas armadas de Estados Unidos siete bases militares es que, de esa manera, se amplía la cooperación con el país del norte para librar un eficaz combate contra el narcotráfico y el terrorismo. Excusa insostenible a la luz de la experiencia: según una agencia especializada de las Naciones Unidas, los dos países donde más creció la producción y exportación de amapola y coca son Afganistán y Colombia, ambos bajo una suerte de ocupación militar norteamericana. Y si algo enseña la historia del último medio siglo de Colombia es la incapacidad para resolver el desafío planteado por las FARC por la vía militar.
Pese a ello, el general Freddy Padilla de León –quien gusta decir que morir en combate ‘es un honor sublime’– anunció en días pasados en Bogotá que las siete bases estarían localizadas en Larandia y en Apiay, ambas en el oriente colombiano; en Tolemaida y en Palanquero, en el centro de Colombia; en Malambo, sobre el Atlántico, en la costa norte; en Cartagena, sobre el Caribe colombiano y la séptima en un lugar aún no determinado de la costa del Pacífico. El Congreso de Estados Unidos ya aprobó la suma de U$46 millones para instalar su personal y sus equipos bélicos y de monitoreo en estas nuevas bases, con el objeto de reemplazar las instalaciones que tenía en Manta. En la actualidad ya hay en Colombia 800 hombres de las fuerzas armadas de Estados Unidos y 600 ‘contratistas civiles’ –en realidad, mercenarios– pero los analistas coinciden en señalar que la cifra real es mucho más elevada que la oficialmente reconocida.
No hace falta ser un experto militar para comprobar que con la entrega de estas bases Venezuela queda completamente rodeada, sometida al acoso permanente de las tropas del imperio estacionadas en Colombia, amén de las nativas y los ‘paramilitares’. A ello habría que agregar el apoyo que aportan en esta ofensiva en contra de la Revolución Bolivariana las bases norteamericanas en Aruba, Curazao y Guantánamo; la de Palmerola, en Honduras; y la Cuarta Flota, que dispone de suficientes recursos para patrullar efectivamente todo el litoral venezolano. Pero no sólo Chávez está amenazado: también Correa y Evo Morales quedan en la mira del imperio, si se tiene en cuenta que Alan García en Perú arde en deseos de ofrecer ‘una prueba de amor’ al ocupante de la Casa Blanca otorgándole facilidades para sus tropas.
En Paraguay, Estados Unidos se aseguró el control de la estratégica base de Mariscal Estigarribia, situada a menos de cien kilómetros de la frontera con Bolivia y que cuenta con una de las pistas de aviación más extensas y resistentes de Sudamérica, apta para recibir los gigantescos aviones de transporte de tanques, aviones y armamento pesado de todo tipo que utiliza el Pentágono. También en ese país dispone de la enorme base ‘Pedro Juan Caballero’, ¡localizada a 200 metros de la frontera con Brasil! Pero, según Washington, pertenece a la DEA y tiene como finalidad luchar contra el narcotráfico. La amenaza que representa esta expansión sin precedentes del poder militar norteamericano en Sudamérica no pasó desapercibida para Brasil, que sabe de las ambiciones que Estados Unidos guarda en relación a la Amazonía, región que ‘puertas adentro’ los estrategas imperiales consideran como un territorio vacío, de libre acceso, y que será ocupado por quien tecnológicamente tenga la capacidad de hacerlo.
Ante estas amenazas, los países sudamericanos tienen que reaccionar con mucha firmeza, exigiéndole a Estados Unidos archivar sus planes belicistas en Colombia, desmilitarizar América Latina y el Caribe y desactivar la Cuarta Flota. La retórica ‘dialoguista’ de Obama es incongruente con la existencia de semejantes amenazas y, si quiere lograr un mínimo de credibilidad internacional, debería ya mismo dar instrucciones para dar marcha atrás con estas iniciativas. Por su parte, los gobiernos de la región nucleados en la Unasur y el Consejo Sudamericano de Defensa deberían hacer oídos sordos ante las falacias de Uribe y pasar del plano de la retórica y la indignación moral al más concreto de la política, impulsando algunos gestos bien efectivos: por ejemplo, ordenando el inmediato retiro de las misiones militares y los uniformados estacionados en nuestros países mientras no se reviertan aquellas políticas. De ese modo, el mensaje de rechazo y repudio al “militarismo pentagonista” –como precozmente lo bautizara un gran latinoamericano, Juan Bosch– llegaría claro y potente a los oídos de sus destinatarios en Washington. Las súplicas y exhortaciones, en cambio, no harían sino exacerbar las ambiciones del imperialismo.
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