Por: Daniela King Reyes – octubre 23 de 2019
Chile vive en estos días las movilizaciones más radicales, masivas e ininterrumpidas desde el regreso a la democracia en 1990.
El comienzo de toda esta revuelta fue a causa del alza del precio del transporte público en CLP 30, lo que dejó la tarifa del metro en horario punta en CLP 830 (USD 1,25). Como si no fuera suficiente con ello, el ministro de Economía, Andrés Fontaine, declaró que “el que madrugue será ayudado, de manera que alguien que sale más temprano y toma el metro a las 7 de la mañana tiene la posibilidad de una tarifa más baja que la de hoy”.
Es en este contexto que los estudiantes de secundaria se organizaron y realizaron acciones de evasión masiva en los torniquetes del metro de forma pacífica, a lo cual el gobierno de Sebastián Piñera respondió con el cerco a las estaciones por parte de los Carabineros y la represión mundialmente conocida. Estos hechos ocurrieron el miércoles y jueves pasado, 16 y 17 de octubre, y llevaron a que múltiples organizaciones sociales convocaran mediante redes sociales a un caceroleo masivo el viernes 18, con lo que comenzó un ciclo de protesta que no se ha detenido hasta hoy y no tiene cara de tener solución en el corto plazo, ya que el presidente no ha hecho otra cosa que gobernar a través del estado de emergencia, militarizar las ciudades y declarar toques de queda.
Todo lo que está sucediendo se debe a una desconexión abismal entre las demandas de las mayorías y una clase política nefasta y egoísta, que va desde una derecha que estimula la enajenación, el consumismo y la ignorancia hasta una pseudo centroizquierda que se ha quedado sin ninguna legitimidad social.
Esta clase política, además, está situada en todas las posiciones de poder que existen en el sistema actual: medios de comunicación, medios de producción, fuerzas armadas y policiales, sistema privado, la banca y el control sobre las pensiones. Vive, además, en un mundo que no conoce angustia ni necesidad alguna, y en que tampoco se siente el peso de mover a Chile con trabajo duro y con condiciones de locomoción pública miserables, mientras se sobrevive en el país más caro y con los sueldos y pensiones más bajos de la región.
Desde la ignorancia de esas sensaciones, todo se criminaliza y para ello se emplean los grandes medios de comunicación como arma letal para desinformar y dividir al pueblo. Esto, claro, porque saben que somos más, que si hay una rebelión somos inmensamente myores en número. Sin embargo, las redes sociales en estos tiempos hacen imposible esconder la basura debajo de la alfombra, porque todo se informa, todo se sabe de manera inmediata e indesmentible, pues no hay nada más certero que la imagen, y ahora sí tenemos la capacidad de registro y denuncia.
Por estas mismas razones, los sectores populares no han tenido miedo y desafían las medidas de fuerza sin miedo: no respetan los toques de queda y convocan a manifestaciones multitudinarias, algunos calman sus carencias organizando recuperaciones o saqueos, y otros protestan de manera pacífica y copan las calles con las cacerolas en la mano.
Hoy cumplimos 5 días con los militares en las calles y los saqueos no han bajado. Por el contrario, se han comenzado a quemar grandes tiendas comerciales, extrañamente, custodiadas por los mismos militares. Estas situaciones han sido registradas por medios audiovisuales, donde se han detectado a policías incendiando, robando y abusando de la fuerza.
En este escenario tan enrarecido se reviven las viejas justificaciones para la violencia que ya se escuchaban en 1973, año del golpe de Estado en Chile, con un presidente que solo anuncia más odio contra lo que llama la “delincuencia organizada” y se declara “en guerra contra un enemigo poderoso”. Con los antecedentes chilenos se puede pensar en cualquier tipo de conspiración, incluso algunas voces hablan de un ‘autogolpe’.
Esta actitud despótica hace que no se vea una salida clara al conflicto y a ello se suma que este gran movimiento no tenga líderes ni voceros válidos que representen a las miles, o tal vez millones, de personas que se manifiestan a diario y que se hacen ver en las barricadas, en las marchas o en los miles de caceroleos.
Para este miércoles se ha llamado a una gran huelga general desde las mayores fuerzas sociales del país: la Central Unitaria de Trabajadores, el movimiento NO + AFP, el Colegio de Profesores, la Confederación de Federaciones de Estudiantes de Chile (Confech), la Coordinadora de Estudiantes Secundarios (Cones) y distintas organizaciones de lucha por la vivienda, entre muchas otras.
No obstante, diversos análisis señalan que estas organizaciones están llegando tarde, pues las demandas sociales explotaron como sentimientos en cadena después de muchas humillaciones y vejaciones a la gente que trabaja, como las alzas constantes en los bienes y servicios básicos, los innumerables casos de corrupción y colusión entre lo empresarial y lo político, la represión a los estudiantes, la represión al pueblo mapuche, la apropiación privada de las pensiones, la salud y la educación de mala calidad y quizás me quedo con muchas otras demandas en el tintero.
Lo que la ciudadanía está esperando es una señal clara y concreta que le diga basta a los abusos y a la desigualdad. Incluso, hay posturas que plantean como salida desde la elaboración de una nueva Constitución que reemplace la de 1980, redactada en dictadura, hasta un paquete de medidas que en algo ajusten la dignidad en el vivir de la población más pobre.
Mientras, las protestas continúan. Esperamos que en el extranjero se pueda develar que Chile ha estado muy lejos de ser un país modelo de desarrollo, puesto que aquí el crecimiento económico lo que ha traído es desigualdad y una apropiación indecente de la riqueza por parte de un número reducido de individuos agrupados en una élite a la que sostiene la mayoría de la población.
Para la gente que está movilizada este es el momento en el que tenemos poder, el poder de las masas enojadas, el poder de los jóvenes que han perdido el miedo, tenemos la fuerza transformadora que quiere construir un nuevo país.
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* Comunicadora popular chilena.
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