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Por: Nuria Barbosa León* – octubre 5 de 2011

El joven hondureño Merlin Javier Flores Guardado no esperó a concluir sus estudios de medicina, en la facultad habanera del Hospital Clínico Quirúrgico de 10 de Octubre, para realizar labores asistenciales en su país.

Nació en el municipio occidental de Lepaera, perteneciente al departamento de Lempira y ubicado en la zona fronteriza entre de Honduras, Guatemala y El Salvador, pero es descendiente de una prole de nueve hermanos en la que, por las difíciles condiciones de vida, tres de ellos emigraron hacia Estados Unidos y mantienen a la familia con el envío de remesas. Sus padres son campesinos, productores de café y pescado de agua dulce. Los pobladores de su comunidad hablan la lengua lenca, por lo que han sido marginados y excluidos desde la colonización española.

En período vacacional, varios estudiantes de su país en Cuba formaron un proyecto social y se fueron al municipio de San Antonio de Cortés, en el departamento hondureño de Cortés, para realizar una campaña de divulgación y prevención de enfermedades. Allí, Merlin Javier, en menos de siete días, caminó entre parajes de difícil acceso, visitó varias familias que nunca conocieron un médico, entrevistó a los pobladores y, además de los padecimientos, descubrió a personas en una situación social de mayores desventajas que las vividas por él en su niñez y juventud.

Supo de una zona montañosa con casas aisladas. Para llegar a ellas se debe ir caminando, no tienen agua potable y sólo cuentan con la lluvia para la cocina y el baño. Allí, los niños se levantan a las cuatro de la mañana para llegar a la escuela más cercana y el sólo aprender a reconocer las letras los hacen desertar para incorporarse, junto a sus padres, a las labores del campo.

Vio cómo las personas almacenan agua en vasijas colocadas a la intemperie, para luego tomar el ansiado líquido de los charcos llenos de lodo, para el consumo individual y para lavar verduras. Ninguno de los pobladores conocía de las enfermedades transmitidas por el agua. Sólo una semana bastó para que, junto con la Brigada Médica Cubana en Honduras y otros doctores egresados de la Escuela Latinoamericana de Medicina, se realizara el diagnóstico de enfermedades curables y la explicación a patologías ocasionadas por el agua.

Merlin Javier recuerda con nitidez a un adulto de cuarenta y tres años sentado en el patio de su casa, en total abandono de la familia, ciego, con problemas en el lenguaje, falta de memoria y con lesiones en la piel. Su destino era morir en aquel lugar, porque no contaba con cinco lempiras para pagar un médico ni con otro recurso para emprender un viaje hacia la ciudad, pero con un breve diálogo se pudo conocer su patología.

Un examen clínico corroboró una diabetes mellitus y una sonrisa brotó del paciente al saber que con implementar diferentes hábitos alimenticios se le pronosticaba una larga vida. Su alegría fue mayor cuando los mismos médicos gestionaron su traslado hacia un hospital y sintió latente la posibilidad de que se le devolviera la visión con una operación en sus ojos.

Para Merlin Javier, la historia sólo tiene un nombre: solidaridad.

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* Periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba.

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