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Septiembre 14 de 2007

“Más vale sufrir la injusticia que realizarla,
porque realizarla supone ignorar que el mal daña
más radicalmente a quien lo realiza que a quien lo padece”

– Anónimo

El asesinato en Moscú de Anna Stepánovna Politkóvskaya, en octubre de 2006, es otro de los casos que demuestra el autoritarismo del actual gobierno ruso: no sólo controla la economía, la seguridad y las instituciones de ese país, sino que también lo hace ahora con la prensa y la información, reprimiendo y matando a aquellos periodistas que, en el caso de Anna, se oponían a las políticas del presidente Vladimir Putin, contando en sus artículos la realidad de Chechenia.

Esta periodista, de 48 años, venía trabajando desde 1999 en la versión digital del diario Novaia Gazeta, uno de los pocos medios independientes de Rusia. En sus crónicas y artículos sobre el horror de la guerra en Chechenia, Anna mostraba la violación de los derechos humanos, los abusos y las torturas por parte de las tropas rusas durante el proceso separatista de Chechenia, pero también  expuso las violaciones que se vivían bajo el mandato de Ramzan Kadyrov, primer ministro checheno apoyado por Rusia.

En algunas ocasiones, acusó a los servicios secretos rusos de amenazarla, ya que ella hacía críticas que otros periodistas no se atrevían. En una oportunidad fue arrestada por el ejército soviético y, posteriormente, fue obligada a exiliarse, pese a esto publicó libros como “Una guerra sucia: una reportera rusa en Chechenia” y “La Rusia de Putin” entre otros, y escribió “La guerra de Putin: la vida en una democracia fracasada”, el cual, posiblemente, será publicado en diciembre del presente año.

Los crímenes de guerra cometidos en Chechenia, y en otras regiones del Cáucaso Norte, merecen ser conocidos por el mundo: según los relatos de Anna, éste lugar se había convertido “en un campo de concentración abierto, un país entero sometido, prohibido a las cámaras, con cuarenta mil niños muertos por la noche y entre la niebla”. Ella conocía el peligro que su vida corría, como la de muchos otros periodistas y reporteros, y así lo señaló en una conferencia por la libertad de prensa realizada en Viena en diciembre de 2005: “la gente a veces paga con su vida por decir bien claramente lo que piensa. De hecho, una persona puede, incluso, ser asesinada por proporcionarme información. No soy la única que está en peligro. Hay ejemplos que prueban lo que digo”, y su muerte  reitera que está prohibido informar  los crímenes de lesa humanidad que suceden en Chechenia y en otras partes del mundo, y que el periodista está sometido a narrar todo lo que no se oponga a los medios monopólicos y, en sí, al poder del momento.

El asesinato de Anna Politkóvskaya causó indignación internacional y fue duramente criticado por la Comisión Europea, por la Asociación Mundial de Periódicos y por el Instituto Internacional de Prensa (IPI, por sus siglas en inglés), entre otros, ya que durante el mandato de Vladimir Putin ha muerto gran cantidad de periodistas, que, en su momento, realizaban investigaciones sobre la guerra en Chechenia. Aquellos que odiaban la mentira y osaron contar lo que pasaba han quedado en la sombra y en el olvido de la impunidad.


¿Calumnia o temor?

El gobierno ruso ha negado tener alguna vinculación con la muerte de Anna y de otros tantos periodistas, y, en consecuencia, cualquiera que intente denunciar estos hechos en su territorio podría ser demandado por calumnia, pero esta amenaza puede interpretarse como temor del mandatario a que se indague y se sospeche de la participación de sus cuerpos de seguridad y de sus espías en estos asesinatos, dañando la notable posición del presidente ruso y de sus funcionarios. Sin embargo se tendrían que revisar las investigaciones del fiscal general del Kremlin, entre las que ya se ha confirmado que algunas de las personas arrestadas son funcionarios del Estado y de los servicios de espionaje. Y ahora, ¿cuál calumnia?

Uno de los casos mas alarmantes, en relación con el asesinato de Anna, es el envenenamiento de Alexander Litvinenko ex espía ruso, quien había recibido amenazas de muerte por la investigación que estaba realizando sobre el asesinato de la periodista, dejando abiertas más dudas sobre estas muertes. Mientras el gobierno ruso se siente agredido cuando se habla de su relación con estos asesinatos, valdría la pena preguntar al presidente Vladimir Putin: “¿cómo es posible que un Estado tan eficaz en seguridad no pueda encontrar a los culpables?”, como lo señaló el presidente de la Comisión Europea, Jóse Manuel Barroso, para el periódico italiano La Stampa.

Quizás nunca se dé respuesta a esto y siempre existan irregularidades en las investigaciones, pero es preciso que los medios, tanto nacionales como internacionales, se expresen e informen este tipo de abusos y no se dejen en la impunidad estas historias, para que la labor del periodista realmente se respete, sin señalarse como un delito que es perseguido en muchos países del mundo y hasta en las supuestas potencias ‘desarrolladas’.

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