Por: Juan Diego García – diciembre 12 de 2011
Ni Obama ni los gobernantes europeos toman las decisiones de fondo. Las líneas maestras de la política de Occidente en el mundo árabe responden a relaciones de poder mucho más complejas que las encarnadas por presidentes de turno a los cuales tan sólo les está permitido matizar y llevar a cabo la escenificación necesaria que impone el sistema real de toma de decisiones.
En el mismo sentido deben entenderse las relaciones de Israel con sus aliados occidentales. Obedece a una una ilusión muy común considerar que Tel Aviv determina la política de Estados Unidos y sus aliados en el mundo árabe. Es más lógico, sin embargo, pensar que la creación, existencia y permanencia de un Estado artificial como Israel obedece a intereses estratégicos de las potencias occidentales, motivo por el cual resulta bastante dudoso que sea el engendro quien determina a sus creadores y no al contrario. De hecho, la arrogancia sin medida de Israel tiene unos fundamentos muy endebles. El día en que a Occidente no le convenga más, el Estado sionista tendrá sus días contados. No necesariamente Israel mismo, pero sí esa cuña de los Estados Unidos y de Europa, clavada en el seno de la comunidad de países árabes.
La demanda de los palestinos a la Organización de Naciones Unidas para que se reconozca oficialmente la existencia de su Estado tiene sin duda un gran contenido simbólico, no menos que una enorme trascendencia política. Esto no se debe a que sea la ONU la entidad que les otorgue tal condición, pues no puede ser mayor el desprestigio de una organización controlada por las grandes potencias y por completo ajena a la idea de una asamblea democrática de los pueblos del mundo. En realidad, la simple iniciativa corrobora que la resistencia del pueblo palestino no ha sido quebrada: a pesar de los sufrimientos y humillaciones cotidianas infringidas por el ocupante, las gentes de Palestina persisten en su lucha y sobreviven en medio de la agresión sistemática y las duras condiciones de existencia que deben soportar, en particular en ese inmenso campo de concentración que es Gaza, cada día más parecido a un campo de exterminio.
Por encima de las dificultades que le aquejan, el pueblo palestino mantiene las señas básicas de su identidad y el propósito de no cejar en su empeño. Mientras se debate en la ONU, las calles de Palestina se llenan de banderas, pancartas y, sobre todo, de hombres y mujeres probados en los trances más dramáticos de la cárcel, el hambre, la represión, el exilio y la muerte. Pero, de todo ello, Palestina renace a cada momento y de nada valen las mil armas y las mil artimañas con que el ocupante intenta en vano de sofocarles. Allí están, en una nueva intifada, desmintiendo en los hechos la frase infame de Golda Meier que les negaba la existencia misma como pueblo.
Israel sabe que a corto plazo los vientos soplan a su favor. Occidente le necesita como enorme base de agresión para asegurar el control de esa zona estratégica del planeta. La soldadesca de Israel, como una enorme formación de modernos mercenarios al servicio del gran capital, tiene aún por algún tiempo carta blanca para seguir con sus agresiones y jugar un rol clave en las guerras que se avecinan. ¿Siria?, ¿Irán? No hace falta ser muy suspicaz para identificar dinámicas que presagian lo peor para el proyecto sionista. En efecto, mucho se mueve en Turquía y Egipto, dos puntos claves que inciden de lleno en la estrategia israelí para la región, y no precisamente a favor de Israel.
Crece, además, el número de israelíes que empiezan a asociar una vida en paz con la creación de un Estado palestino, tal como se demanda hace poco en la ONU, y disminuye la influencia de los radicales del sionismo que sueñan con el Gran Israel y que verían con placer arrojar a los palesinos lejos de su tierra. A la par, se multiplican las mentes lúcidas, salvadas de la alienación patriótico religiosa, que entienden que la solución más democrática no sería otra que una sola nación, compuesta por gentes de diversa condición étnica, religiosa u origen nacional, tal como sucede en tantos países en los cuales el principio de la ciudadanía está por encima de cualquier otra consideración y es el fundamento de una vida civilizada. Sucedió en Sudáfrica y no hay razón alguna para que no pueda darse lo mismo en Palestina.
Llama la atención que, en contraste con Israel que recoge y alienta las corrientes más agresivas y racistas del judaísmo, el llamado fundamentalismo islámico extremo apenas tenga expresión entre los palestinos. No hay grupos de Al Qaeda ni en Gaza ni en Cisjordania, ni tampoco en los campamentos de refugiados dispersos por toda la región. Hamas no estableció un gobierno religioso o algo similar en el área que administra, tal como se pronosticaba, y las expresiones de ‘radicalismo’ en las filas palestinas no dan la impresión de constituir un fenómeno que impida una convivencia civilizada de gentes de diverso origen.
Pero lo más decisivo en contra de los intereses de Israel a mediano plazo es, sin duda, la evolución de la situación mundial. Si las actuales dinámicas se mantienen, llegará el momento en que Israel, tal como hoy lo conocemos, se haga insostenible al igual que ya son insostenibles para Occidente las guerras en curso, de las cuales ninguna parece arrojar pronósticos tranquilizadores.
Las calles y plazas de Palestina, como sucede en muchos otros lugares del mundo, se llenan hoy de gentes solidarias con su causa. Los gritos cálidos de ‘¡Viva Palestina!’ tienen en esta coyuntura un significado muy especial. Pase lo que pase en la ONU, nada ni nadie podrá doblegar la voluntad de un pueblo decidido a no abandonar sus más justas reivindicaciones. Una lucha que dura ya más de medio siglo y que no desfallece; una gesta humana que comenzó en el momento mismo en que se impuso el exilio, el desalojo y la humillación nacional de todo un pueblo; una pelea que tuvo su primer triunfo de esperanza cuando un pequeño grupo de guerrilleros resistió exitosamente los ataques del supuestamente invencible ejército israelí, dando así comienzo a la resistencia. Los dirigía un joven ingeniero llamado Yasser Arafat. En la plaza que hoy lleva su sombre, en la cual reposan sus restos mortales, se congregan hoy miles de palestinos a dar testimonio de que la lucha continúa y que tanto sacrificio no ha sido en vano.
Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.