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Por: Juan Diego García – noviembre 8 de 2007

En reciente discurso el presidente de los Estados Unidos ha propuesto a la comunidad internacional crear un fondo para promover la transición de Cuba a la democracia, según la particular versión que Washington tiene del término. Para sustentar su oferta Bush describe un panorama dantesco de miseria y opresión que justificaría una ingerencia humanitaria para sacar a los cubanos del supuesto infierno en que viven. La sarta de inexactitudes sobre la situación real de la isla es tal que no merece mayor comentario; muchas de las afirmaciones son tan burdas que mueven a risa si no fuera por las aviesas intenciones de quien las pronuncia. Nadie por supuesto las toma a broma y menos que nadie los propios cubanos que desde siempre han resistido a los deseos anexionistas de los Estados Unidos.

El discurso de Bush ha sido trasmitido por la televisión cubana. Es posible imaginar la reacción de los televidentes al enterarse sobre la supuesta prohibición de escuchar radios extranjeras, leer libros sin permiso de las autoridades, cambiar de puesto de trabajo o de residencia o reunirse en grupos de más de tres personas sin autorización de la policía, entre otras sandeces por el estilo. Por supuesto, ninguna de estas cosas son ciertas y hasta pueden hacer pensar que quien le escribió el discurso a mister Bush le quiere poco, sometiéndolo al ridículo público. Hubiera sido más inteligente que el presidente estadounidense mostrara los fallos y errores que la misma Revolución reconoce y que se traducen en dificultades cotidianas, sugiriendo que el sistema actual es incapaz de solucionarlas. De esta manera Bush podría unirse como uno más al vivo debate que sobre estos temas adelantan los propios cubanos empezando por sus dos máximos dirigentes, Fidel y Raúl, y por cientos de especialistas y miles de gentes sencillas que con enorme espontaneidad y hasta con desparpajo hablan de sus problemas y la mejor manera de solucionarlos.

Pero hacia Cuba los estadounidenses nunca han mostrado ni suspicacia ni mucha inteligencia y las voces sensatas que llaman a reflexionar sobre otros caminos nunca encuentran eco. Menos ahora con una administración que tanto debe a la minoría extremista de la colonia cubana de Miami. Las autoridades de La habana podrían pedir en este caso una muestra de reciprocidad elemental y permitir que las cadenas de televisión estadounidenses transmitan la respuesta de Cuba a la propuesta de Washington.

No se sabe si es torpeza, ignorancia, malas intenciones o todo ello junto. Porque proponer a la población cubana ayudas para salir del atraso en educación y salud resulta demencial; precisamente en salud y educación, temas en los cuales Cuba puede dar lecciones a los propios Estados Unidos como mostrará un análisis comparado de las cifras de la UNESCO, la UNICEF y la OMS sobre educación, cuidado de la infancia y salud pública. En realidad las autoridades de La Habana si podrían ofrecer un plan de apoyo urgente para los 40 millones de estadounidenses que viven sin cobertura sanitaria, los millones de analfabetas (totales y funcionales) que hay en el país del norte, los cientos de miles de infantes sin atención y ese 30% o más de habitantes que viven en la miseria en el seno de la mayor y más rica potencia del planeta.

Un discurso tal solo se entiende si va dirigido a una población que lo ignora todo sobre Cuba y es a la vez víctimas de una operación de manipulación mediática de grandes dimensiones; una población que en un alto porcentaje aún cree que Sadam Hussein fue responsable del ataque el 11 de septiembre, que las armas de destrucción masiva si fueron encontradas y, por supuesto, que Dios habla al oído de su presidente.

Que se sepa, nadie en su sano juicio ha dado respaldo a la nueva locura de Bush. En el área, hasta los amigos más fieles de Washington guardan un silencio revelador y no falta quien rechaza abiertamente la propuesta por constituir una grosera ingerencia en los asuntos internos de un país soberano. El llamamiento a la desobediencia de las fuerzas armadas y en general la incitación subversiva pone en aprietos a más de uno, empezando por las llamados “disidentes” internos que señalan lo inconveniente que resulta para su imagen el descubrir de manera tan clamorosa que son financiados por una potencia extranjera. Por ese delito se encarcela en Cuba, pero también en Estados Unidos y en muchos otros países que lo consideran traición a la patria.

Esta nueva iniciativa de la administración Bush tan solo es un paso más en una estrategia de acoso y agresión iniciados desde el mismo comienzo del proceso revolucionario. Pero en realidad habría que remontarse a los esfuerzos que a lo largo del siglo XIX hizo Washington por apoderarse de la mayor de las islas de Caribe. La intervención en la guerra contra España no tenía la menor intención de propiciar la independencia de la Isla como demostró la enmienda Platt que convertía a Cuba en poco menos que una colonia de los Estados Unidos con fachada de república. Y así fue durante la primera mitad del siglo pasado, controlando sin el menor pudor a gobiernos corruptos y sátrapas sangrientos hasta que llegaron los Rebeldes de la Sierra Maestra y “el comandante mandó a parar”. Ni un solo instante se ha desistido del propósito anexionista; menos ahora que el “sueño americano” se ha vuelto más demencial y agresivo, convirtiendo en norma y ley lo que hasta hace poco era violación e imperialismo. Si durante la guerra fría el “peligro comunista” sirvió de pretexto, ahora lo han intentado todo para justificar una agresión en forma y barrer del mapa la Revolución. Acusaron a Cuba de promover el terrorismo y les fracasó; inventaron una historia rocambolesca de fabricación de armas biológicas y quedaron en evidencia; reforzaron hasta lo infinito las medidas del bloqueo a pesar de las reiteradas condenas de la Asamblea General de Naciones Unidas a esa medida criminal, y ahora (precisamente días antes de esa Asamblea y una posible nueva condena) el señor Bush aparece con esta propuesta de ingerencia grosera, violatoria de cualquier principio de legalidad internacional.

Cuba ha salido airosa siempre y ha podido conservar su independencia. Hasta en los momentos más oscuros y las coyunturas más dolorosas su población resiste mediante un ideario nacionalista que encuentra en José Martí su mayor expresión. Para quienes tienen la patria segura, para quienes no ven peligrar bajo la bota extranjera el suelo que les vio nacer, para quienes no han visto nunca pisoteados por la soldadesca los símbolos más queridos de su identidad, el sentimiento nacionalista de los cubanos podría resultar un tanto excesivo. No, si se conocen los antecedentes; no si se tiene conciencia de las enseñanzas de la historia.

Washington intenta reiteradamente aislar a Cuba. Pero la Isla jamás ha estado sola, ni antes ni ahora cuando es mayor el número de gobiernos que sostienen con ella relaciones normales de amistad y cooperación. Nunca como hoy su causa fue comprendida y apoyada por más gente. En los propios Estados Unidos ya no solo son los progresistas que están en contra de la política de bloqueo y agresión; se oponen también los empresarios que ven perjudicados sus intereses por las trabas absurdas al comercio libre con la Isla; discrepan igualmente un número creciente de políticos de todos los partidos sabedores de lo inútil de tal estrategia belicosa. Cuba tiene hoy amigos en todas partes mientras los Estados Unidos sufren desprestigio universal y aislamiento internacional. Su arrogancia y prepotencia, sustentada por el peso de sus armas y la amenaza de sus ejércitos ha deteriorado su imagen de cuna de las libertades y paladín de la democracia. Nadie teme a Cuba, mientras el planeta entero desconfía de los Estados Unidos y su poder sin controles.

Y no ha faltado la nota jocosa que parece acompañar indefectiblemente al presidente Bush. Como es público y notorio que el actual inquilino de la Casa Blanca no se destaca precisamente por su destreza mental, sutileza en el análisis y facilidad de palabra, las malas lenguas sostienen que la frase final de su discurso no fue “Viva Cuba libre” sino “viva el cuba libre”, un lapsus fruto de su condición de alcohólico que deja la bebida pero sigue arrastrando los problemas que los llevaron al vicio.

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