Por: Nuria Barbosa León – abril 11 de 2012
Una joven de piel morena, rasgos de indígena latinoamericana, hablar pausado y muy bajo, con acento de la zona centroamericana, accedió a ofrecer un diálogo.
–Mi nombre es Dalena Cataví Lozano. Tengo 25 años y estudio medicina en el tercer año en la facultad Salvador Allende de la capital cubana.
Nuria Barbosa: –Hablemos de tu procedencia.
Dalena Cataví: –Vengo de Guatemala, del poblado Pastores, con unos mil habitantes y ubicado en el departamento de Sacatepequez. Mi zona es turística, muy visitada por la arquitectura antigua que guarda. Se le nombra como el territorio de la eterna primavera porque sus estaciones permiten la cosecha de todo tipo de flores, frutos y verduras. Vivo en la región central. Mi pueblo queda relativamente cerca de la capital del departamento, cuenta con muchas montañas y con un río nombrado Guacalate, conocido por su mística porque se decía que sus aguas eran benditas. En estos tiempos sufre de la contaminación ambiental.
NB: –¿Cómo es la población del lugar?
DC: –Mi poblado fue fundado por colonizadores españoles, pero en él viven muchos indígenas de la etnia quiché, que mantienen su cultura y tradición. Visten trajes típicos confeccionados a mano con muchos bordados y colores. Son trajes muy valorados porque su confección demora meses y años. Los colores están atribuidos a la naturaleza y a la historia de cada localidad.
NB: –¿En qué laboran la mayoría de los pobladores de tu región?
DC: –Se dedican a la agricultura y, como en toda zona rural, abundan la pobreza y las malas condiciones de vida.
NB: –¿Tu familia a qué se dedica?
DC: –Mis abuelos vivieron de la agricultura. Mi abuelo cultivaba frutas y verduras y mi abuela las vendía en el mercado. En la medida de sus posibilidades se preocuparon por dar una educación a sus hijos. Hablamos de que ellos tuvieron entre doce y quince hijos. Mi papá se hizo maestro, pudo sacar su carrera con mucho sacrificio alternando el estudio con algún trabajo mal pagado. Ahora es maestro en una escuela primaria. Mi mamá es ama de casa. Mi papá la ayudó a terminar el grado de bachiller, pero con ese nivel académico no se consigue empleo fácilmente. Tengo un hermano menor.
NB: –¿Cómo sabes de la beca a Cuba?
DC: –Una prima, que vive alejada de mi casa, me informó de la posibilidad de venir a estudiar a Cuba. Me propuse luchar por la beca y eso me llevó cuatro años de mi vida. Todo se dificultó porque no había recursos para poner en orden la papelería. También el colegio no emitía un título de bachiller y no me aceptaban una certificación sin ser avalada. Yo no tenía recursos para pagar una universidad en mi país, por lo que me aferré a lograr mi propósito de estudiar en Cuba. En esos cuatro años tuve que incorporarme a trabajar porque no pude matricularme en una universidad. Por eso, yo valoro mucho el poder estar acá y me esfuerzo demasiado para concluir la carrera.
NB: –¿Por qué decides estudiar medicina?
DC: –En el lugar donde vivo sólo existe un ambulatorio atendido por una enfermera que labora sólo dos horas al día, entre las diez y las doce de la mañana. Yo laboré en una escuela primaria y conocí a muchos niños enfermos sin recibir asistencia médica. Mis niños tenían muchas necesidades. Incluso, tuve una alumna que me conmovió: con diez años enfrentaba la enfermedad de la madre y el cuidado de sus cuatro hermanos. Por supuesto, se ausentaba con mucha frecuencia y no lograba rebasar el segundo grado, a pesar de estar apta en el aprendizaje. Recuerdo su cara triste al comunicarme de la muerte de su madre. Cinco niños quedaron solos y desamparados. Eso debe cambiar en mi país.
NB: –¿Por qué venir a Cuba?
DC: –Fue la primera y única puerta que se abrió ante mis aspiraciones de estudiar. En mi pueblo se conoce de la calidad de los médicos. No se puede ocultar la solidaridad y la honestidad con que se trabaja en Cuba, donde el paciente no es una mercancía sino un enfermo. Fui testigo, también, de las consecuencias de un ciclón y conocía a médicos cubanos que no escatimaron esfuerzos para socorrer a la población: no tenían horarios ni descanso por tal de atender a los necesitados. Yo aprendí de la forma en que trabajaban los médicos cubanos. Ellos solidariamente ayudaron a todos.
NB: –¿Qué conocías de Cuba antes de venir?
DC: –El nombre y el país lo conocí en clases. En las noticias se mencionaba a Cuba y nunca escuché nada bueno. Soy del criterio que cada país tiene sus virtudes y defectos, al igual que las personas. Sin embargo, a pesar de todo lo negativo en las noticias siempre hubo una frase para reconocer el nivel educacional de Cuba y la preparación de sus médicos.
NB: –¿Cuántos años llevas en Cuba?
DC: –Más de tres.
NB: –¿Qué opinión te merece Cuba en estos momentos?
DC: –No es tan mala como me la hicieron imaginar. He conocido a muchas personas. En estos días realizamos pesquizajes en la población para detectar casos de dengue: tocamos a la puerta y nos reciben con cariño, preguntan de nuestro país, platican y quieren saber de mi cultura. Yo me adapto fácilmente a todo. No sufrí por no tener la tortilla de maíz como plato en las comidas, tampoco veo las carencias porque los cubanos nos dieron uniforme, libros, alojamiento, comida y avituallamiento, todo de gratis. Mis profesores e instructores fueron amables y cariñosos. Fue muy linda la experiencia de tomar el avión y venir a Cuba.
NB: –¿Mantienes tu cultura y creencias en Cuba?
DC: –Nunca nos han prohibido ir a la iglesia. De hecho, participamos en todas las actividades de la iglesia. Soy católica y desde que llegamos nos acercamos a la iglesia.
NB: –¿Cómo ha sido la relación con otros estudiantes latinoamericanos?
DC: –Algo muy agradable e interesante. Conocer a personas de otros países, convivir con ellos diariamente como familia es una experiencia única y emocionante. Uno se fija en la forma en que camina, en cómo habla, en qué cuenta. Todo causa impresión.
NB: –¿En qué actividades has participado en Cuba?
DC: –Me gustan mucho las galas culturales de la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM*). Yo participé en la parte culinaria para exhibir platos típicos. Otros muchachos bailaban o cantaban. Esa actividad marcaba la identidad de cada país.
NB: –¿Cuál será tu futuro al graduarte?
DC: –Vine queriendo ser médico obstetra, pero me doy cuenta de que en la profesión hay otras especialidades que me atraen. Tengo la mentalidad de que sea cual sea la especialidad que estudie debo volver a mi pueblo. Quisiera laborar en un consultorio o quizás fundar un hospital. También quiero viajar y vincularme a otras culturas, conocer las llaguitas de cada país y ayudar. Sé que hay lugares que están ‘bajo la piedra’, como dicen en mi país. Me gustaría llegar allí y brindar mi esfuerzo.
NB: –¿Qué les dirías a los cubanos?
DC: –Les quiero agradecer por su solidaridad.
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(*) Escuela Latinoamericana de Medicina: universidad situada en La Habana (Cuba). Se fundó el 1 de marzo de 1999, por iniciativa del presidente cubano Fidel Castro, y constituye parte del Programa Integral de Salud que se desarrolla desde octubre de 1998 debido a los desastres naturales causados por los huracanes Mitch y George. En esta universidad se gradúan médicos generales básicos que trabajarán orientados a la atención primaria de salud. La colegiatura y la residencia estudiantil son absolutamente gratuitas, según el sistema de becas de Cuba. En la universidad se brindan servicios que garantizan la formación general de los estudiantes como la incorporación a manifestaciones culturales por países, la práctica del deporte, cursos electivos, literatura docente, etc. Todos los años se matriculan aproximadamente 1.500 becarios, según las plazas que se conceden por países. Actualmente, hay más de 10.000 estudiantes extranjeros vinculados a este proyecto, de 55 países, y están representadas 104 comunidades originarias de América Latina. En Cuba hay, además, 11.000 becarios del proyecto ALBA, el acuerdo de integración del Acuerdo Bolivariano de las Américas formado por Venezuela, Bolivia y Ecuador entre otros.
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