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Por: Andrés Gómez – marzo 1 de 2008

Los miedos son parte de la vida cotidiana de los colombianos al estar expuestos durante tanto tiempo a situaciones de violencia de todo tipo. En las selvas, el campo y en las ciudades se presentan actos demenciales, de barbarie y delincuenciales producto de un estado irresponsable, de la corrupción, del paramilitarismo, de una guerra en la que no hay compromisos políticos por parte del Estado, de las mafias, la delincuencia común y de las pasiones de una población que desde estas difíciles realidades y desde los medios es consternada constantemente.

Estamos en contacto todo los días, a través de los medios de comunicación, con situaciones que nos aturden y nos permiten ver la decadencia moral a la que se ha visto forzada la población, con un manejo morboso, sensacionalista, que encubre sucesos y espectaculariza otros a conveniencia. La clara falta de responsabilidad que tienen los medios noticiosos de mayor difusión en el país ha contribuido a mantener desinformada a la opinión pública. Además, la tendencia de éstos al discurso gobiernista acerca la audiencia a los intereses de un gobierno con claras relaciones con el paramilitarismo y en el que se venden o privatizan recursos no renovables a la vez que derechos básicos al mejor postor. Terminan, entonces, las grandes cadenas lavando la imagen de determinadas personas y países en detrimento del bien común, al negar el derecho a una información de calidad.

Por otra parte, se impide que exista un lenguaje comunicativo que visibilice alternativas y que promueva que la sociedad interpele a sus gobernantes y las acciones que influyen en la vida cotidiana de la población. De esta manera, los medios de comunicación más poderosos del país, junto con sus dueños foráneos, han influido en los niveles de miedo que sentimos, en la falta de sensibilidad humana y en crear la necesidad de aparatos que administren justicia de forma rígida. Por el contrario, las organizaciones civiles solidarias que buscan soluciones diferentes al conflicto armado no son visibles ni tenidas en cuenta.

Escandalizar a cualquier costo es algo a lo que se han acostumbrado los medios en Colombia, a bombardear con información inconexa, de forma sensacionalista y sin tratamiento histórico y, menos aún, social. Además, los productos televisivos no permiten asumir realidades de la población y menos aún reflexionar, ya que ponen en escena ridiculizaciones de nosotros mismos o reflejan realidades en las que no hay mediaciones y las personas son determinadas por un destino fatal al que están ligados y del que no se pueden escapar. Ésta es una de las maneras que tienen los medios de comunicación para consternar y obstaculizar vías de manejo del conflicto que vivimos los colombianos y, por el contrario, al manejar un discurso irreal, en el que se niega la situación de millones de personas desde lo visual e informativo, se van perdiendo las responsabilidades sociales de la comunidad como colectivo y se crea la sensación de que las cosas no pueden cambiar, dándole vía libre a la imposibilidad y a la apatía.

Los medios de comunicación, al ser un producto cultural, reflejan y enseñan, son muestras en escena y herramientas pedagógicas. Por esto es importante pensar el manejo que se da a la información si se quiere que haya un lenguaje de posibilidad circulando entre el grueso de la población. El problema es que, en Colombia, la palabra posibilidad frente al conflicto armado, desde el discurso del gobierno, va de la mano con las armas y, además, se busca el aval de la población en la consecución de dicho empeño. Es en este punto donde los medios alternativos deben apostar a generar reflexiones sobre los productos culturales para promover conciencias críticas frente a los escenarios que se recrean en los escenarios, en las pantallas y en el papel.

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