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Marzo 3 de 2008

En los últimos días se viene hablando de la violencia en algunos barrios de Pereira y Dosquebradas, generada por grupos expendedores de estupefacientes, sicarios y pandillas dedicadas a diferentes tipos de delitos. Las autoridades han desplegado fuerza policial para tratar de contrarrestar la  ola de asesinatos, pero, hasta ahora, los logros son pocos. En realidad, es un problema de varios años atrás, es una situación que ha generado, en los sectores donde se concentra, un contexto especial, diferente a cualquier otro lugar de estos municipios.

Los habitantes de las comunas afectadas y, sobre todo, las últimas generaciones, los niños y niñas, han nacido y crecido en medio de los tiroteos semanales, el humo de la marihuana en las esquinas y las armas de todas clases expuestas por las pandillas en cada cuadra. Es parte de su diario vivir saludar al ‘duro’ del barrio mientras van hacia el colegio. Los conocimientos adquiridos en la escuela se mezclan con los aprendidos en la calle: el manejo de pistolas, ‘changones’, puñales, y otros. ¡Ah! Sin contar las llegadas tarde a estudiar porque al amanecer hubo allanamiento en la casa de cualquiera de ellos. Saben perfectamente cómo atacar para lograr el sometimiento de una posible víctima, son expertos en envolver o fabricar ‘cachitos’, porque, además, este negocio ya se convirtió en una entrada económica para muchas familias que, ante la falta de empleo, encuentran en esta actividad una forma de sustento rápida y efectiva.

Sin embargo, el trasfondo social de la situación ha conllevado a que los chicos, los más vulnerables, crezcan con el imaginario del dinero fácil: carros suntuosos, cadenas de oro, ropa fina y rumba, sin importar el riesgo o el peligro. El Estado no brinda posibilidades de empleo o de educación para permitir a los jóvenes pensar en otras alternativas como proyecto de vida, a pesar de que muchos de ellos ya fueron tocados en forma directa por este flagelo en sus hogares: hermanos, padres o madres asesinados, en la cárcel o huyendo para escaparse de una muerte segura o un ‘canazo en la cuarenta’. Cuando se habla con los pequeños, expresan, con su inocencia, la admiración sentida hacia dichos personajes: para ellos son héroes de película, pues los ven utilizar su inteligencia y habilidad para realizar sus escapes, ocultar la mercancía y demás artes del oficio.

Visto por la gente del común, los residentes de los sectores citados son estigmatizados: para la mayoría, sus moradores son lo ‘desechable’ de la sociedad. Hasta los policías se atreven a decirle a los adolescentes: “pelaos, si quieren ser alguien en la vida deben irse de aquí”. Como si toda la culpa fuera de ellos mismos. No se tiene en cuenta que factores relacionados con la situación económica del país, la falta de apoyo a la educación, e insatisfacción de necesidades básicas para la población, generan un círculo vicioso de pobreza, violencia, negocios ilícitos, prostitución, maltrato y muerte hacia seres indefensos como son los menores de edad.

Los planes municipales o regionales, así como las políticas públicas existentes, no han sido suficientes para dar una solución al grave problema social en cuestión, que es de todos. El parquear una tanqueta antimotines y policías armados hasta los dientes en cada esquina no es la solución, pues aunque la presencia de los uniformados genera una muy relativa calma, es sólo momentáneamente. Cuando  la fuerza pública se retire, volverán a ocurrir los mismos acontecimientos que llamaron la atención del país en días pasados. Simplemente, la venganza y los negocios se posponen hasta observar un cambio en la situación.

Y, aunque el panorama se ve oscuro, siempre se guarda la esperanza de un mañana mejor, expresado en la sonrisa e inocencia de los niños, que llegan al colegio buscando, consciente o inconscientemente, una oportunidad para lograr un futuro digno, de igualdad y equidad.

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