Marzo 21 de 2008
En el país se vive un ambiente de tensión en varios sectores políticos de oposición y esto no ocurre, precisamente, por la veracidad de la tenencia de los computadores de las FARC y el ELN, sino por los documentos que se pueden fabricar en éstos.
Después de una marcha capitalizada en contra de las FARC –y promovida por los empresarios–, la muerte de Raúl Reyes, el conflicto con Ecuador y Venezuela, la forma en la que murió Iván Ríos, además de la colecta de firmas para permitir a Uribe ser reelegido, la opinión pública sólo sabe ver por los ojos de un presidente de carácter guerrero y mesiánico. Pero las cosas en Colombia están lejos de ser una embarcación con vientos a favor: el patriotismo hecho espectáculo público no permite ver el asesinato de 7 dirigentes sociales y las amenazas a 28 personas y organizaciones más, después de la marcha del seis de marzo; el robo y apropiación de tierras por parte de grandes empresarios, como en el caso de Carimagua; un congreso en el que hay una importante representación de la cuota parapolítica, además de un presidente que tiene relaciones muy cercanas con el narcotráfico y el paramilitarismo.
El problema, sin embargo, no es la perpetuación de Uribe en el poder, sino la aceptación y apropiación de un discurso supuestamente nacionalista que ha cambiado la apatía por un reconocimiento de una paz armamentista y en la cual la sociedad civil valida la pena de muerte.
Seis años lleva el presidente Uribe en el poder, lo que constituye uno de los grandes logros de empresarios y narcotraficantes que se lucran de la guerra, la explotación laboral y la tenencia de tierra a través del desplazamiento. Su primer periodo presidencial se fundamentó en una guerra a la subversión, pero los resultados no fueron muchos, a excepción de las caravanas militarizadas que ofrecieron la ilusión de viajar por los territorios antes vedados. Mientras tanto, los paramilitares tomaban zonas a sangre y fuego y operaban libremente por el país, en acciones conjuntas con militares.
Para la primera reelección, el presidente usó como bandera la reinserción de los paramilitares para emular el ejemplo de Pastrana con las FARC y, con el apoyo irrestricto de su bancada parlamentaria y de los gobiernos locales a su servicio –muchos de ellos implicados en este momento en los procesos de la parapolítica–, logró mantenerse en el poder. Ahora que la situación económica del país es más crítica, revive su postura inicial, la guerra al secuestro y a las FARC, capitalizada desde la muerte de Raúl Reyes y el conflicto con Ecuador y Venezuela.
Es claro que el lanzamiento de la campaña de la segunda reelección fue el 4 de febrero. La movilización realizada esa fecha fue un evento que preparó a las personas para el ataque militar que violó la soberanía nacional del Ecuador, en el que se traspasaron 18 kilómetros de frontera y no dos, como circularon algunos medios. Además, Chávez aumentó la popularidad del gobierno de Uribe al interior del país, gracias a sus permanentes intervenciones y respuestas a cualquier pronunciamiento de éste. Lejos estaba la postura de Correa, quien supo manejar la situación y presionar diplomáticamente para frenar cualquier intención de generar una guerra regional.
De esta manera, Uribe, a mitad de su segundo periodo presidencial, está en su mejor momento, gozando de una popularidad que lo revindica como la solución a los problemas de la nación, ya que ha sabido ubicar como chivo expiatorio de los males de Colombia a la subversión, a otros países y a toda postura de izquierda, distrayendo a la opinión pública y propiciando ideas intolerantes, enemigos creados y un nacionalismo simplón, pero efectivo. De esta manera, asegura la segunda reelección con una estrategia similar a la usada para su segundo mandato: acercar inicialmente el tema al manifestar no estar interesado en una reelección por el bien de la democracia, para luego presentar un acto fabuloso que demuestra que él es necesario, primero con la reinserción, ahora con el golpe a las FARC y el conflicto con Ecuador y Venezuela.
Sin embargo, el ataque en Ecuador responde a intereses que van más allá de fines electoreros o tácticos en contra de la guerrilla. Para Estados Unidos, gran amigo del presidente, es importante controlar el comercio con China en la cuenca del Pacífico, lo que compromete a cuatro países andinos: Ecuador, Colombia, Perú y Chile, además de seguir controlando un país que es vital políticamente en Latinoamérica, debido a la avanzada de izquierda que se manifiesta en estas latitudes. Muestra de esto son los aproximadamente 4.000 asesores militares norteamericanos que, según fuentes consultadas por el Periódico El Turbión, habrían ingresado unos 10 días antes del ataque en suelo ecuatoriano a la base de Larandia en Caquetá, emplazamiento que empieza a servir como reemplazo a la base aérea de Manta en Ecuador, y los numerosos efectivos militares colombianos que, de igual manera, se desplazaron a los cascos urbanos más cercanos a las zonas de frontera en departamentos como La Guajira, Nariño y Putumayo. Desestabilizar una región para lograr el control que se necesita sobre ésta es una vieja táctica estadounidense, que convierte fácilmente a amigos en enemigos con el fin de afianzar el control militar y económico.
El espectáculo que enmascara la realidad del país está ocultando la miseria que se vive en el campo y en las calles, por culpa de la guerra y el desplazamiento forzado. El show mediático que se ha originado después del ataque en Ecuador y la marcha del 4 de febrero mantiene a la gente en una euforia patriótica que propicia el creer en la paz armada, en la falsa desmovilización de los paramilitares y obnubila, consagrando la imagen de una suerte de Mesías, grande, fuerte y noble, mientras desaparece las discusiones sobre la tasa de desempleo, la caída de la bolsa colombiana, la crisis del dólar, la acumulación de tierras por parte de unos pocos y los asesinatos selectivos. La opinión pública, desinformada y maravillada con resultados espectacularizados, junto con el vértigo noticioso de más hallazgos en los computadores y de las supuestas capturas y asesinatos de comandantes de las FARC por parte de sus subalternos, se acerca a una aceptación taimada del asesinato. La captura o validación de información pasan a segundo plano y la obscena observación frente a un asesinato pasa del ‘por algo sería’ a la perversa aseveración del ‘se lo merecía’.
De esta manera, se está consolidando la aceptación del fascismo por parte del pueblo colombiano, con el fin de sostener un gobierno que, al igual que en los años de dictadura en Chile, permita y encabece el abuso y el asesinato. Una de las características de una administración de este estilo es concentrar el poder en el Ejecutivo mientras la gente apoya sus consignas llenas de patriotismo, distracción útil que le conviene a las grandes multinacionales y a los empresarios monopolistas locales, que acumulan más poder a medida que el grueso de la población se reduce a mano de obra barata desinformada. El resultado es nula participación democrática y una dictadura comprada por el mismo pueblo.
De seguir en rumbos de paz con sinónimos de arrasamiento, como la pax romana que propone Uribe, Colombia seguirá andando en círculos de violencia y comprando distracciones: lejos de una paz conciliada que proponga formas de reconocimiento y de responsabilidades políticas que le den salidas viables al desempleo, a la repartición de la tierra, al reconocimiento debido a indígenas, afrocolombianos y campesinos, y al empoderamiento de la sociedad en las decisiones de la política interna y externa del país. Es decir, de seguir en un rumbo guerrerista, las decisiones seguirán siendo tomadas por parte de tecnócratas que no entienden las realidades concretas de miseria que se viven en el país y se profundizará la venta de recursos naturales, las políticas neoliberales, la expropiación de las tierras y el sometimiento a no pensar diferente, a obedecer un gobierno milagroso que defiende al país de enemigos internos y externos, aunque éstos sean fabricados en las oficinas de propaganda de Palacio o de los grandes medios de comunicación.
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