"Rotas" - Foto: Kirikiri

"Rotas" - Foto: Kirikiri

Por: Shirley Muñoz – mayo 9 de 2013

A finales de noviembre de 2011, Luisa*, de 26 años de edad, se enteró de que la panadería donde trabajaba una prima suya estaba necesitando personal y ella, que en ese momento estaba empleada por la temporada de diciembre en un almacén de la zona comercial de El Hueco, decidió presentarse para trabajar allí, buscando más que todo estabilidad laboral, pues se trataba de un empleo en el que tenía la posibilidad de vinculación por término indefinido.

Fue así como llegó a trabajar a la Panadería Botero, ubicada en inmediaciones de la Plaza Botero del centro de Medellín, donde su prima era cajera, circunstancia que le dio mayor confianza para asumir este nuevo empleo.

Empezó a laborar sin haber firmado contrato y sin afiliación a la seguridad social en salud y pensión, situación en la que también estaban muchos de sus compañeros de trabajo, pero no le puso ningún reparo a eso porque pensó que era algo temporal, mientras pasaba el periodo de prueba.

Desde el primer día estuvo dispuesta a realizar todas las tareas que le asignaron: atender mesas, barrer, trapear, lavar platos y baños. Y, así, tras la temporada decembrina y el periodo de prueba, le permitieron continuar trabajando de manera fija en la panadería, circunstancia que la llevó a pensar que la formalización de su contrato y afiliación a la Seguridad Social era sólo cuestión de días.

Empieza el viacrucis

El 16 de enero, como cualquier día, Luisa se encontraba en las labores de aseo cuando accidentalmente, por efecto de un mal movimiento de la trapeadora, tropezó con uno de los vidrios de la vitrina que una de sus compañeras estaba limpiando, entonces sintió que la punta del vidrio le rasgó la mano derecha, que empezó a sangrar a borbotones.

Verse herida la asustó mucho. No sabía qué hacer. Fue su prima quien la asistió y le ayudó a tomar un taxi para que fuera a un servicio de urgencias y se hiciera atender por el Sisbén, con la advertencia, eso sí, de que dijera que el accidente no había ocurrido en la panadería sino en su casa, porque de lo contrario podía meter en problemas a la administración y a su prima, por haber sido ésta quien la recomendó.

—No se preocupe Luisa —le dijo su prima—, que la panadería le cubre todos los gastos de la atención. Llévese estos $50.000 y en caso de necesitar más me llama.

Luisa tomó el dinero y se fue para el servicio de urgencias, donde le hicieron un lavado a la herida y le cogieron tres puntos de sutura. Al día siguiente regresó a la panadería para llevar la factura del copago y demostrar que había sido atendida, por lo que recibió otros $50.000, como compensación de las diligencias que tuvo que realizar.

La herida le generó 4 días de incapacidad que, sin embargo, no fueron suficientes, pues su mano requería más cuidados para sanar por completo. Pero, así y todo, le tocó regresar a la panadería a continuar laborando. A pesar del mal estado de su mano, la administradora no tuvo hacia ella una consideración especial. Le pidió que lavara los baños e hiciera las labores habituales de aseo, tareas que ella, como siempre, cumplió a cabalidad, sin sospechar las malas consecuencias que ello traería para su salud.

En efecto, al poco tiempo le apareció un dolor agudo en su mano que, con el paso de los días, se hizo insoportable, más aún cuando la mano se le hinchó y comenzó a tomar una coloración oscura. Acudió de nuevo al centro de salud, donde volvió a ser atendida por el Sisbén. El médico le dijo que tenía una celulitis, o sea, una inflamación de los tejidos celulares por la entrada de bacterias a la herida. Le ordenó un tratamiento y le prescribió 20 días de incapacidad.

Una vez se venció ese tiempo de incapacidad regresó al trabajo, supuestamente curada. Pero como tuvo que realizar las mismas labores de antes y la infección retornó, incluso más virulenta. Nuevamente le dieron incapacidad.

Y, así, el ciclo se volvió a repetir, porque, a pesar de los medicamentos y las inyecciones para controlar la infección de su mano, las molestias reaparecían debido a que sus funciones en la panadería siguieron siendo las mismas. En esa dinámica permaneció dos meses más, periodo en el que estuvo en contacto permanente con sus empleadores, informándoles sobre las revisiones médicas y cada novedad. Éstos, a su vez, aceptaron su situación sin ninguna recriminación. Al contrario, fueron condescendientes con ella, le dieron ánimo, le dijeron que estuviera tranquila y que terminara su recuperación, que ellos le seguirían respondiendo, lo que le dio un margen de tranquilidad y confianza.

En este punto hay que decir que hasta ese momento toda su atención médica Luisa la había buscado a través del Sisbén, pese a que desde febrero la empresa la había afiliado a una EPS, novedad que, sin embargo, sólo se la vinieron a informar a finales de marzo, momento a partir del cual pudo acceder a una atención integral por cuenta de la EPS, y comenzar a tomar las terapias y consultas con especialistas. Pero ya era tarde: los daños en su mano eran irreversibles.

De la condescendencia al acoso

A su regresó al trabajo tras el periodo de terapias e incapacidades, Luisa se encontró con un ambiente que ella califica como normal. La administración mostró consideración con su estado de salud y no sólo le asignó un horario especial, de una de la tarde a nueve de la noche, sino que, dadas sus limitaciones, la retiró de algunas tareas, como cargar objetos pesados, lavar platos y trapear. Incluso, la eximió de ir los domingos a trabajar, situación que para ella fue un alivio, pues el domingo en la panadería la jornada es de 12 horas y, entre otras cosas, a los trabajadores se les paga como cualquier jornada normal, es decir, les birlan las 4 horas extras y el sobrecosto dominical. Según Luisa, todos los empleados tienen la obligación de asistir los domingos, pues de no hacerlo pierden su empleo.

Pero esa condescendencia no duró mucho tiempo. El ambiente para ella comenzó a cambiar, a hacerse más pesado a partir del traslado de su prima a otra sucursal de la panadería. De repente, sus compañeros comenzaron a mirarla diferente y los malos comentarios no se hicieron esperar: “Ve, llegó la reinita, la que más trabaja”, le decían, y empezó a escuchar indirectas parecidas en el espacio de trabajo, sobre todo de parte de uno de los cajeros, quien le recriminaba por cada labor que realizaba y la saturaba de trabajo cuando la supervisora estaba ausente.

Luisa no entendía por qué sus compañeros adoptaban esa actitud en su contra, pues, a pesar de las limitaciones de su mano, siempre cumplía con las labores que le pedían y nunca tuvo altercados en ese sentido. Lo vino a entender un sábado, cuando se acercó al puesto de frutas que funciona dentro de la misma panadería, para pedir un poco de hielo. La respuesta de una de las fruteras la tomó por sorpresa:

—¡Ay, Luisa! Yo ya no le puedo dar hielo.
—¿Cómo así? ¿Por qué?
—Ud. ya no se puede ni acercar acá, porque si nos ven hablando con ud. nos regañan. Si quiere hielo lo tiene que pagar, vale $500 el vaso.
—Pero, no entiendo, ¿por qué?
—No lo sé. La orden del pago del hielo es para todos, pero en especial para usted.

Desde ese momento Luisa vio las cosas más claras. Comprendió que la reacción de sus compañeros no era espontánea sino orientada desde la administración. Según ella, lo que ésta buscaba era que se sintiera mal en el trabajo y renunciara.

Durante los días siguientes el acoso continuó y los efectos del estrés comenzaron a aparecer. No se sentía bien. Las discusiones con el cajero se hicieron cada vez más frecuentes, lo mismo que la presión de las órdenes y los comentarios desobligantes en su espacio de trabajo. Se sentía humillada. La situación se hizo insoportable, tanto que cuando regresaba a su casa por la noche se ponía a llorar. Comenzó a sentirse deprimida.

Pero el acoso no se limitó a esa situación. Un día la secretaria le notificó un cambio en su horario: de 6 a 10 de la mañana y de 4 de la tarde a 8 de la noche. Luisa no creía lo que estaba escuchando, pues ella era la única en la panadería con ese horario partido. Preguntó la razón del cambio y pidió que se reconsiderara la decisión. La secretaria le dijo que no podía hacer nada, que era una orden del abogado. Ella no entendió por qué nombró al abogado, si los únicos con potestad para definir los horarios en la panadería eran su jefe y la administradora.

Para Luisa la decisión fue injusta y se constituía en una muestra más del acoso del que era víctima. Los primeros días trató de adaptarse, se negaba a pensar en renunciar porque necesitaba trabajar para pagar los gastos en su casa y sostener a sus dos hijos.

El tiempo muerto entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde lo tenía que pasar en el centro haciendo nada, deambulando por ahí porque no tenía los pasajes para pasarlo en su casa. Así fue hasta que no aguantó más. Al cabo de una semana pasó su carta de renuncia, en la que dejó claro que lo hacía por causa del acoso laboral.

Sin embargo, lo que la dejó más preocupada fue que la afiliación a la EPS se le venció justo el día en que renunció. Como la herida de su mano no fue reportada como accidente laboral, perdió el derecho de seguir recibiendo atención en salud. Por eso, toda su vida lamentará haber reportado la herida de su mano como un accidente doméstico, cuando era laboral. Además, si en su trabajo le hubieran respetado el tiempo de recuperación y no le hubiesen pedido realizar labores no aptas para el tipo de accidente que sufrió, seguramente su mano no se le habría malogrado.

La mano de Luisa definitivamente ya no se recuperará. Según el parte médico, la afección es crónica: los tendones se le inflaman constantemente y el dolor es insoportable, además, no puede cerrar los dedos índice y medio. Por eso, ahora lo que más le importa es recuperar el movimiento en su mano, así no sea en su totalidad. Es consciente de que su situación, aparte de que la afecta en el día a día, también le puede impedir volver a emplearse. Sabe que con las limitaciones en el movimiento de su mano no es fácil conseguir un empleo.

Luisa puso su caso en manos de un abogado para tratar de que la Panadería Botero la indemnice, por lo menos mientras termina las terapias y mejora la condición de su mano. Entre tanto, no le queda otra opción que soportar el dolor y la inflamación, y retomar sus terapias y tratamientos. Pero como los gastos y necesidades en su casa no dan tregua, todos los días trata de buscar un nuevo empleo, aunque sabe que, en su situación, encontrarlo no será fácil.

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Publicada originalmente por la Agencia de Información Laboral de la Escuela Nacional Sindical (ENS).

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