Por: Andrés Rincón – junio 18 de 2015
El pasado 13 de junio se llevó a cabo la décimo cuarta peregrinación nacional en conmemoración de la Masacre de Trujillo (Valle). 25 años después, las víctimas siguen resistiendo, reclamando justicia y construyendo memoria.
No podía ser para menos: entre 1988 y 1994 fueron asesinadas por lo menos 342 personas a manos de paramilitares y agentes del Estado, crimen de lesa humanidad que aún se encuentra en la más absoluta impunidad. Pero todo no ha acabado allí, las familias de quienes fueron victimizados siguen siendo acosadas, perseguidas y amenazadas. Por eso hoy, la memoria en Trujillo es ejemplo de resistencia y perseverancia, un paradigma de dignidad.
Arribamos bien de mañana a Trujillo, un municipio enclavado en las estribaciones de la cordillera Occidental que cruza de sur a norte el departamento del Valle del Cauca. Hasta allí llegamos luego de viajar por una carretera algo estrecha y un poco descuidada.
Tan pronto pasamos el municipio de Riofrío, distante unos 20 kilómetros de nuestro destino final, una motocicleta empezó a ‘acompañar’ el bus en que nos movilizábamos. Apenas faltaban unas pocas horas para el amanecer, la carretera se encontraba desolada y aquel individuo comenzó a darle indicaciones al automotor de cómo desplazarse, actitud sospechosa que se mantuvo hasta que entramos a la cabecera municipal de Trujillo. Luego, el ‘acompañante’ se esfumó en la penumbra. ¿Acaso es ésta una muestra más de la difícil condición que enfrenta la población en esta zona del país?
El desayuno necesario e iniciamos un pequeño recorrido por el pueblo. Sus construcciones evocan claramente el pueblito típico de la colonización antioqueña, el cultivo de café su mejor acompañante y los yipaos dispuestos en cada esquina ya avizoraban la jornada que le esperaba al mundo campesino. Luego, nos dirigimos directamente hacia la Casa de la Memoria de Trujillo, un lugar fácil de divisar, pues el Parque Monumento se encuentra localizado en el tope de una pequeña montaña al occidente del municipio. Se trata de una construcción con una cúpula de color blanco, tocada con una bandera del mismo color que se erige como claro símbolo de un territorio que aspira a la paz.
Todo se encontraba ya dispuesto: a la entrada se leía claramente el tenor de la apuesta social y política de la peregrinación a Trujillo: “Afavit (Asociación de víctimas de Trujillo): 25 años de lucha y resistencia, 20 años caminando la memoria con dignidad”. Al fondo se podían escuchar los aires de una tonada andina, ritmos que poco a poco se entremezclaron con el hermoso sonido de una marimba que se agitaba bajo las manos de un joven negro del Pacífico colombiano, víctima él y su familia de desplazamiento forzado, y que encontró en el instrumento el mejor acompañante a la espera de que iniciara el trabajo del día.
La entrada a la Casa de la Memoria me dejó estupefacto: imágenes de víctimas en cada pasillo, madres con las fotografías de sus hijos en sus manos, banquillos en el piso en conmemoración de un grupo de ebanistas cruelmente asesinados, las imágenes de las magdalenas por el Cauca que recuerdan los muertos cuyos cuerpos destrozados fueron arrojados a sus aguas. El recorrido enseña tanto como sensibiliza.
Antes de iniciar la peregrinación nos encontramos en las paredes con evocaciones al espíritu de la casa. En uno de tales letreros se leía: “la memoria histórica es denuncia subversiva, duelo doloroso, sueño y utopía de nueva sociedad”. A la cabeza de la marcha que salió de allí se ubicó el grupo Jimmy García Peña, conformado por niños y niñas familiares de las víctimas y que lleva el nombre de un pequeño de cuatro años asesinado por el paramilitarismo en la masacre. De otra parte, el grupo Semillas de Futuro ha elaborado historias de vida de sus víctimas y de un reclamo por la memoria plasmado en sus dibujos y pequeñas huellas.
Los jóvenes de Afavit, junto con los mayores de la organización, fueron acompañados por una gran cantidad de víctimas provenientes de varias regiones del país: un amplio grupo de mujeres provenientes de la Capilla de la Memoria de Buenaventura, otros del municipio de El Castillo (Meta), varias mujeres de Boyacá y otros tantos del Valle del Cauca, de Tumaco (Nariño), de Bogotá, etc. Cada familiar llevaba consigo la foto de su ser querido victimizado.
La marcha se desplazó por la calle Víctimas de Trujillo hasta llegar a la plaza central del pueblo. Al fondo se escuchaban múltiples voces cantando “Sólo le pido a Dios”, la canción de León Gieco que en esta oportunidad animó los corazones de quienes marchaban en el Valle del Cauca demandando verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición. Siempre adelante se encontraba la hermana Maritze Trigos, la monja libertaria, agitando, enseñando y contando la historia de Trujillo. Desembocamos en la calle de los Ebanistas. Allí, el Padre Javier Giraldo narró cómo fueron raptadas, torturadas y desmembradas las victimas. Difícil remembranza que se acompañó de los acordes de un cantautor campesino de la región: “25 años exigiendo que aparezcan y se han quedado en la triste impunidad (…) se los llevaron y era ya de madrugada, semidesnudos y tiritando de frío, y alguien contó que después de masacrarlos vueltos pedazos los echaron en el río”.
El reino de la muerte señalaba la canción, misma que precedió a una serie de consignas que reclamaban a Trujillo como un verdadero ejemplo de dignidad. Después de unas cuadras, arribamos a la calle de los Motoristas, quienes corrieron con la misma maldita suerte. Allí se produjo un episodio realmente impactante: un amplio grupo de personas se acercó hasta una pancarta que contenía las fotografías de quienes habían desaparecido, señalando sus caras, recordando quiénes eran, qué hacían, dónde los habían conocido, cómo se los llevaron.
Retornamos finalmente a la Casa de la Memoria, hicimos el obligado recorrido por el Parque Museo, donde se encuentra un mausoleo en que se recuerda a cada víctima. El padre Javier Giraldo acompañó este punto de la peregrinación con una misa de Teología de la Liberación y en la homilia recordó al padre Tiberio Fernández Mafla, líder espiritual de Trujillo a comienzos de los años 90 y quien fue brutalmente asesinado por sus denuncias contra los abusos de paramilitares, narcotraficantes y agentes del Estado. Una de sus frases insignes resulta lapidaria en un marco de tanta muerte y destrucción: “Si mi sangre contribuye para que en Trujillo amanezca y florezca la paz que tanto estamos necesitando, gustosamente la derramaré”. La tarde se pasó entre saludos y presentaciones artísticas. Las mujeres cantaron “Los Cisnes” de Garzón y Collazos. Soledad, dolor en el pecho, tristeza infinita por el familiar desaparecido que una mañana de mayo dejó de brindar su afecto y su calor.
La tarde cayó entre aplausos, una que otra lágrima y el absoluto convencimiento de que la academia, el arte, las organizaciones sociales y políticas, y los medios de comunicación, totalmente ausentes en la conmemoración, deben ponerse al servicio de estos procesos de memoria y resistencia. La conmemoración también abre un cuestionamiento: ¿cuáles son los mínimos que el pueblo colombiano está dispuesto a aceptar en materia de justicia en el marco del proceso de negociación entre las guerrillas y el Estado colombiano? ¿Estamos dispuestos a aceptar una ley de punto final aún cuando, como en el caso de la Masacre de Trujillo, las víctimas han identificado claramente a los victimarios, las conexiones entre el Estado, los paramilitares, los narcotraficantes y los comerciantes de la región? Amanecerá y veremos.
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muy buena nota!