Por: Marc Vandepitte – diciembre 7 de 2013
Uno de cada cuatro habitantes del planeta padece desnutrición o tiene una carencia crónica de vitaminas y minerales esenciales. Lo irónico es que los fondos que se necesitarían para erradicar el hambre en el mundo son ridículamente bajos, pero ello implicaría poner en tela de juicio la omnipotencia de los gigantes de la agroindustria.
En función de la definición que se elija, en el mundo hay actualmente entre 842 y 1.300 millones de personas que sufren desnutrición. A ello hay que añadir que aproximadamente mil millones de personas carecen crónicamente de vitaminas y minerales (micronutrientes) esenciales, lo que a veces se denomina ‘hambre oculta’. Por último, en nuestro planeta también hay 1.500 millones de personas que padecen sobrepeso (obesidad). Así, la mitad de la población come demasiado bien o demasiado poco.
A escala mundial, la proporción de personas que padecen hambre ha descendido un 17% desde la década de 1990 y ni siquiera la crisis financiera ha dificultado este descenso. Así, desde 2007 se conoce un descenso del 9%. Pero esta media mundial no es válida en todas partes. En varios países de África ha aumentado en un 5%, es decir, 10 millones más de personas sufren esta situación. Sin embargo, el incremento es compartido por algunos países ricos que han visto aumentar un 15% este problema, es decir, dos millones de personas se suman a la tragedia humanitaria de pasar hambre.
El país donde más se padece hambre es India: afecta a 213 millones de personas. África es el continente en el que el porcentaje es más elevado y Burundi está a la cabeza, pues 67% de sus habitantes padecen desnutrición. Probablemente, las cifras concernientes a Congo y Sudán del Sur son más altas, pero no existen estadísticas fiables para estos países. Al otro extremo del cuadro, el país en vías de desarrollo que tiene el porcentaje más bajo es Kazajistán (0,5%) seguido de cerca por Cuba (0,6%).
Lo cierto, es que es inadmisible que todavía haya personas que sufren hambre: a escala mundial hoy somos capaces de producir suficiente comida para alimentar a 12.000 millones de personas.
Sin embargo, hoy en día se desperdicia una tercera parte de lo que se produce. Y a esto hay que añadir que solamente se utiliza una tercera parte de las tierras cultivables. Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y Alimentación (FAO), erradicar el hambre en el mundo costaría 30.000 millones de dólares al año, una nimiedad. Para que nos hagamos una idea, representa el 0,004% del volumen de negocios realizado en el mercado de productos derivados, el 0,6% del mercado alimentario, una décima parte de lo que consumimos en Europa en bebidas con gas o incluso una séptima parte de los subsidios a la agricultura en los países ‘desarrollados’.
Además, se podría afirmar que estos subsidios son los que contribuyen a crear el hambre en el mundo. Así, estos subsidios contribuyen a que se venda a unos precios irrisorios en el Sur, con lo que se crea una competencia desleal a los productores de estos países. El absurdo llega a su paroxismo sabiendo que esta inversión anual reportaría 120.000 millones de dólares del Producto Mundial Bruto, gracias a la espiral positiva que provocaría un aumento de la duración y de la calidad de vida. Todo ello sin hablar de los 7,5 millones de vidas humanas que se podrían salvar cada año.
Y, sin embargo, nuestro sistema de producción mundial no está dispuesto a hacer las inversiones necesarias. 500 millones de pequeños productores producen el 70% de lo que comemos. Pero la industria alimentaria, incluidas las bebidas –producción, comercio y venta– está controlada por unos pocos monopolios. Así, sólo la industria alimentaria representa un mercado de cuatro mil millones de dólares; dos empresas poseen el 75% del mercado de las bebidas con gas; el 42% del mercado mundial del café está en manos del tres sociedades privadas; otras cuatro poseen el 33% del mercado de las semillas, el 60% de la agroquímica, el 38% de las biotecnología, más de la mitad del chocolate o incluso el 60% del de la cerveza y así sucesivamente.
Estas megaempresas generan unos beneficios exorbitantes, a menudo en detrimento de los pequeños agricultores y productores del Sur. Entre el 7% y el 10% del precio del café en la tienda vuelve a las personas que lo recolectan, mientras que quienes lo comercializan se embolsan una tercera parte de su precio. En el caso de las que recogen las bananas representa del 5 al 10%. Por su parte, las personas que producen el cacao sólo reciben entre el 3,5% y el 6% del precio de venta del chocolate, mientras que en la década de 1990 la cifra llegaba al 18%.
Por otra parte, la huella ecológica de la producción alimentaria y de la agricultura es enorme: son responsables de una tercera parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero.
Como cabía esperar, la producción de carne se lleva el gato al agua. Por ejemplo, la producción de carne de vacuno provoca veinte veces más emisiones de CO2 que la producción de trigo, además, necesita doce veces más cantidad de agua y una superficie de tierra cinco veces mayor.
También aquí la diferencia entre el Norte y el Sur es enorme. Cada habitante del planeta consume de media 39 kg de carne al año, pero un luxemburgués come 3,5 veces más, es decir, 137 kg al año. Un estadounidense medio le sigue de cerca, con sus 125 kg al año. Un europeo come de media 82 kg, un latinoamericano 72 kg, un chino 54 kg, un habitante del sudeste de Asia 26 kg, un africano 17 kg y un indio 3,2 kg.
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