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Por: Alejandro Mantilla – diciembre 13 de 2008

No importa si es una fiesta o una reunión política. No importa si asisto a una concentración electoral o a una minga de resistencia. En cada rincón donde me puedo encontrar con compañeras y compañeros del Polo, me encuentro con una pequeña muestra de la diversidad de nuestro partido. El Polo ha venido siendo construido con los esfuerzos de ambientalistas, socialistas, comunistas, socialdemócratas, feministas, gays, lesbianas, transgeneristas, trabajadores, campesinos, afrocolombianos, indígenas, gitanas, desempleados, exguerrilleros, pacifistas y un muy pero muy largo etcétera.

Cada día me convenzo más de la entrega de las y los militantes del Polo. A menudo puedo constatar la fortaleza de mujeres campesinas que llevan la bandera de la izquierda en sus veredas. Puedo ver a los estudiantes que organizan grupos de trabajo en las universidades, a los gays que se levantan contra el heterosexismo conservador, a las y los trabajadores que agitan la huelga, a los indígenas que resisten contra las transnacionales mineras.

Ése es el partido del que estoy orgulloso, el partido de las ollas comunitarias, de las pintas en la calle, de la lucha cotidiana, de las consignas contra el Ubérrimo. Pero al mismo tiempo, cada vez me siento más alejado del partido de los ‘notables’, de los ‘políticos profesionales’, de los ‘caudillos’.

En muchos momentos no me siento orgulloso de ese aspecto del partido y hoy he confirmado mi posición. Pareciera que los senadores del Polo –con las destacables excepciones de Jorge Enrique Robledo, Luis Carlos Avellaneda y Gloria Inés Ramírez– no tuvieron ninguna dificultad en apoyar al candidato más siniestro para el cargo de Procurador General de la Nación. El apoyo a Alejandro Ordóñez no sólo es una bofetada al movimiento LGBT, a las mujeres del partido y al secularismo, el apoyo a Ordóñez es un verdadero insulto para cualquier militante inteligente del partido.

Se supone que los senadores apoyan a Ordoñez en razón de un supuesto acuerdo político, basado en la defensa de los derechos humanos, con el nuevo flamante funcionario. Pero inmediatamente surgen alguna preguntas: ¿no saben los senadores del Polo que el libre desarrollo de la personalidad es un derecho fundamental? ¿no saben nuestros brillantes legisladores que, en las últimas décadas, el movimiento feminista ha luchado por la despenalización del aborto y por los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres? ¿no saben nuestros ilustres congresistas que la libertad de cultos –que incluye, por supuesto, el no profesar ninguno– también es un derecho humano? En suma, no se puede hacer un acuerdo sobre derechos humanos con alguien que se opone a tales derechos.

Votar por Alejandro Ordóñez no sólo implicaba apoyar a un católico fundamentalista de ultraderecha, que se escandalizó cuando le vio las tetas a una modelo en una revista. Votar por Ordóñez no sólo implicaba apoyar una posible absolución disciplinaria de los parapolíticos y del exministro Londoño. No, había algo más en juego. Votar por Ordóñez es apoyar la racionalidad instrumental de la transacción política, es respaldar el olvido de los principios éticos y políticos, en privilegio de los ‘acuerdos políticos viables’.

Para algunos sectores del Polo la racionalidad instrumental de los ‘acuerdos’ es pan de cada día. Pero yo me permito disentir de ese partido de los ‘acuerdos’, las ‘transacciones’ y el olvido de los principios políticos y programáticos. Ése es un partido al que no quiero pertenecer. Yo me quedo con el partido de los trabajadores en huelga, con el partido de los gays y las lesbianas, con el partido de las feministas, con el partido que apoya la minga.

Todo buen político tradicional repite hasta el cansancio una máxima tan pueril como falsa: “la política es el arte de lo posible”. Pero todo militante de la vida debe sostener una sentencia mucho más ingeniosa: “es en búsqueda de lo imposible que se ha realizado lo posible, quienes sabiamente se han resignado a lo posible nunca han dado un solo paso”. Lo decía Bakunin el ruso. Pero cualquiera que haya ojeado las “Tesis de Abril”, escritas por otro ruso, encontrará una materialización de tal sentencia.

La izquierda necesita más gente como Mateo Kramer y menos políticos profesionales. Necesitamos más hombres y mujeres en minga, y menos profesionales de la transacción.

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