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Por: Juan Linares – 6 de marzo de 2011

Alguien dijo que los hombres deberían hacer todos los días, por el bien de su alma, dos cosas que le desagraden. Yo esta noche, negra y sin estrellas, intentaré justificar esa premisa, llenar ese casillero de virtudes ingratas, escribiendo sobre economía: una actividad que se le presenta al hombre común como un modelo de virtudes domésticas, pero que en realidad encierra trampas, engaños, bajadas de cabeza y mucha charlatanería. “El mercado se regula solo”, esa vieja y remanida frase de Adam Smith es, en estos tiempos de insurrecciones y puebladas, una metáfora cruel: es una madre que le pega al niño cuando éste llora de hambre.

El ministro de Hacienda de Colombia, Juan Carlos Echeverry, probó ser una mano que otro cerebro mueve. Comenzó exhibiendo una seguridad inverosímil frente al potro indomable de la banca –el verdadero poder–, reclamando bajar las tarifas y los costos financieros, y se fue apagando con el paso de los días. Ya ni siquiera alza la voz: ya es uno más en el engranaje del sistema, ¡hasta lo defiende! Su viaje a Europa –donde fue a pedir créditos blandos a los países centrales para el desarrollo de la infraestructura vial del país– le ha bajado los humos, lo ha sosegado, ahora pide permiso, ‘instrucciones’, antes de opinar. Se ha confesado ante la banca multilateral de crédito y ya está listo para volver a pecar.

Nadie ignora, y menos la Comunidad Internacional, que Colombia es un país con deficiencias vitamínicas importantes. Su crecimiento económico, que en un buen año puede arañar el 4% del PIB –el gobierno de Egipto se fue a los vestuarios con un 5,5%–, puede que le sirva para sostenerse pero no para despegar. Es como un enfermo que a veces se siente bien, se engaña a sí mismo y conserva las esperanzas de salir. Su falta de audacia en materia económica, su apego a un sistema neoliberal injusto y la brutal corrupción de sus instituciones le impiden alcanzar el crecimiento necesario para su desarrollo.

Pero, para construir un nuevo orden económico, es necesario que el país se libere de esas ataduras, llenas de lealtades tradicionales con el sector financiero local y la banca internacional, a la que le rinde permanente homenaje. A los inversores extranjeros el gobierno les brinda todas las protecciones y garantías, les quita la incertidumbre, les absuelve de los riesgos que conlleva todo negocio. Es el gobierno el que se encarga de que la apuesta favorezca siempre al apostador, a veces en detrimento de su propio pueblo. Hay que ‘mirar hacia adentro’ y no hacer políticas para favorecer a los de afuera.

Es imperativo invertir en educación, ciencia y tecnología. ¡Ningún país sale adelante vendiendo papa y yuca! A la base primaria –agraria, mineral– hay que agregarle una base industrial. En la actualidad, Colombia es un país importador de bienes con valor agregado y exportador de materias primas. Bajo estas condiciones es improbable que salga del subdesarrollo.

Países como Argentina y Brasil, con políticas económicas que podríamos denominar heterodoxas, crecieron en su PIB en 2010 en un 9,1% y un 7,5%, respectivamente. Los dos colosos sudamericanos basan su economía en una fuerte demanda del mercado interno, ambos se integran al mundo de una manera simétrica, nunca subordinada. Ninguno de estos dos países depende de un TLC con EE.UU. para progresar. Ambos gobiernos ejecutan políticas a favor del pueblo y tienen en el empleo y en la producción factores determinantes de inclusión social.

Así, mientras los industriales colombianos descorchaban champagne celebrando el haber alcanzado los 237.000 carros fabricados en el país en 2010, récord histórico; los argentinos se ufanaban de haber fabricado y vendido 858.000 y los brasileros 2,5 millones de unidades, lo que prueba que el mejor negocio es producir.

Colombia es una sociedad fatigada por la misma receta económica de siempre. Una receta que privilegia la concentración de las riquezas en manos de los que más tienen y excluye a los menos favorecidos. A esto, los admiradores vernáculos del semanario inglés The Economist le llaman “país previsible”. Hace apenas cuatro meses, en noviembre, el Fondo Monetario Internacional (FMI) había ensalzado los logros promercado del modelo libio: lo llamó “país previsible” y destacó los esfuerzos de Gadafi para modernizar y diversificar la economía y consolidar el rol del sector privado. […] Si no tenemos la capacidad de ver el mundo desde nuestra propia realidad quedamos sujetos a las decisiones de los otros.

Los aumentos de la gasolina y, fundamentalmente, de los alimentos han absorbido con creces el aumento del salario mínimo. ¿Qué va a hacer el gobierno al respecto? ¿En qué le favorece al ciudadano de a pie que le vaya bien a Ecopetrol? Contraviniendo la ley de gravedad en Colombia, cuando la economía produce ganancias, el superávit se derrama para arriba.

Da la impresión de que no hay otra opción de progreso y desarrollo para nuestro país que explotar a los más débiles, a los que menos tienen. Es fama que, independientemente del sistema económico que sea, las crisis siempre las pagan los pobres.

Colombia tiene graves problemas sociales y para escapar de ellos necesita crecer. Con el viento de cola en la economía que registra hace algún tiempo la comarca no alcanza: deberá efectuar cambios, ajustes y correcciones en su política económica; deberá dejar de lado la prudencia, lo más parecido a la cobardía, y poner el sistema financiero al servicio del país.

Alguna vez, el gobierno tendrá que tomar decisiones que beneficien al conjunto de la sociedad y no a un puñado de privilegiados.

La democracia no se reduce sólo a candidaturas.

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