Mayo 25 de 2015
La terminación del cese al fuego unilateral por parte de la guerrilla de las FARC el pasado viernes cierra un periodo en el que fue notoria una reducción de los enfrentamientos, lo que dio un respiro a las comunidades afectadas por la guerra, pero no a los contendientes.
Con arrogancia, el presidente Santos reaccionó al anuncio de esa guerrilla declarando que “la ofensiva se mantiene hasta alcanzar la paz”, dando al traste con una iniciativa de los insurgentes que hubiera permitido el llamado ‘desescalamiento del conflicto’, es decir, la reducción gradual de las acciones de guerra hasta el cese total de hostilidades.
Para el mandatario, a la paz se llega dando plomo. Así lo demostró recientemente, al asumir la responsabilidad por el bombardeo sobre una zona rural de Guapi (Cauca) donde murieron 26 combatientes de las FARC y que ocasionó la decisión de esa organización de dar por terminado el cese al fuego unilateral, y en abril con su orden de reiniciar los bombardeos sobre los campamentos guerrilleros.
Gracias a Santos y a sus declaraciones, la maquinaria de guerra de ambos lados se desata de nuevo: las FARC anunciaron el reinicio de operaciones ofensivas después de seis meses de que se dedicaran a realizar fundamentalmente acciones defensivas, según los informes de veeduría del Frente Amplio por la Paz, y la Fuerza Pública tiene autorizada la ofensiva que reclamaban los sectores más guerreristas a su interior.
De esta manera, el mandatario no sólo complace a quienes sostienen que la guerra en Colombia se debe resolver por la vía del aniquilamiento de las guerrillas por parte del Estado sino que pone en entredicho su propia capacidad de llevar el proceso de paz a buen término. Una apuesta peligrosa para un gobernante que se ha promovido a sí mismo como el ‘presidente de la paz’ y que, con esto, bombardea su propia gobernabilidad.
Sin embargo, Santos sabe bien que es imposible terminar la guerra por fuera de la mesa de negociación y busca presionar militarmente a la guerrilla para que acepte unas condiciones desventajosas en la misma. Así lo indica, en recientes declaraciones, cuando expresa: “Señores de las FARC: es hora de acelerar las negociaciones. ¿Cuántos muertos más necesitamos para entender que ha llegado la hora de la paz?”. Los muertos de la guerra, del bando que sean, se vuelven elementos de una suma macabra que sirve para presionar al contrario en los diálogos de La Habana y Santos sabe bien lo que hace al ignorar la oportunidad de evitar un recrudecimiento de las acciones armadas con un cese al fuego como el que las FARC ofreció.
No es para menos, como se ha señalado en varios medios de comunicación, mientras las FARC se dedicaron exclusivamente a defenderse el país pudo experimentar una notoria reducción de las acciones de guerra y esto se dio a pesar de que para insurgencia dejar las acciones ofensivas lesiona su propósito mismo de existencia, puesto que la rebelión armada busca atacar al establecimiento y derribarlo. Esto no sólo hizo destacable la decisión de esa guerrilla sino que también acentuó unas tensiones al interior de sus filas que su Secretariado supo manejar con éxito, demostrando que tiene unidad de mando a pesar de lo que se especula en algunos medios de comunicación y de los hostigamientos de parte de algunos mandos de las Fuerzas Militares que buscaban romper el cese al fuego unilateral.
Por su parte, Santos desestimó este esfuerzo por la paz de la insurgencia y estratégicamente no supo aprovechar el hecho de que una guerrilla dejara de disparar ofensivamente. Al parecer, dos sucesos lo llevaron a maniobrar de esa manera. En primer lugar, la muerte de once militares en el Cauca durante una operación de cerco a una zona de retaguardia de la guerrilla, hecho en el que altos mandos del Ejército tendrían un alto nivel de responsabilidad, según ha venido saliendo a la luz pública, y que Juan Manuel Santos aprovechó para mostrar fuerza y capacidad de mando a los miembros de la Fuerza Pública. De otra parte, el reciente intercambio de puestos entre el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, y el embajador en Washington, Luis Carlos Villegas, con el que Santos, en una de sus astutas maniobras, se libró del energúmeno ministro que había consolidado a la línea más guerrerista dentro del alto mando y la había acercado al uribismo, lo que ha traído una agria respuesta en la cúpula de las Fuerzas Militares que, posiblemente, haya podido emplear el recrudecimiento de acciones contra las guerrillas para sabotear el proceso de paz.
Esto cierra un periodo en el que, aunque las acciones de guerra se mantuvieron en numerosas zonas del país, era innegable que se presentó una situación de mayor tranquilidad para la población civil durante el cese al fuego. En zonas de histórica confrontación, la gente tenía menos miedo de salir de sus casas, de usar los caminos, de salir al pueblo, de comprar víveres y hasta de pasar por los retenes de la Policía. Hoy, la situación cambia radicalmente y el miedo vuelve a miles de comunidades a lo largo y ancho del territorio nacional.
De momento, Colombia se aleja de un cese al fuego bilateral que se ha vuelto uno de los reclamos más sentidos del país, en una clara exigencia a Estado y guerrillas para que las negociaciones de paz se den en un ambiente de mayor tranquilidad y puedan pactarse cambios en los temas de fondo, en las causas de la guerra, asunto al que el presidente Santos ha preferido hacer oídos sordos. Sin embargo, como se demostró con la manifestación del viernes en Bogotá, las organizaciones y movimientos sociales no desisten en su aspiración de que se logre un acuerdo de este tipo para que las partes dejen de dialogar en medio de la balacera.
Y es que hay que recordar a quienes se sientan hoy en la mesa de negociación que acordar el cese bilateral no es un signo de debilidad sino que, por el contrario, demuestra firmeza para alcanzar la paz y da signos claros a la población de que los acuerdos van caminando: sólo así se materializan los resultados de los diálogos y se ofrece confianza a los colombianos de que se intenta parar la guerra para construir una paz digna y justa.
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