Por: Rebeca Buendía – julio 7 de 2009
Mientras que hoy en Estados Unidos el precio de la gasolina cae a US$2,61 y el precio más alto al que ha llegado es de US$2,89, siendo un país esencialmente importador de crudo, en Colombia las cifras muestran una tendencia muy distinta. El dólar se cotiza sobre los $2.000 y, en proporciones simples, cada estadounidense al tanquear su automóvil paga unos $5.600, mientras que el precio en Colombia es hoy de $7.073. La desigualdad es notoria, más cuando se tiene en cuenta que el ingreso per cápita de Estados unidos es de U$46.859 y que ese país no es exportador de petróleo, cuando en Colombia es de apenas U$8.215, siendo un país productor de crudo.
Otro factor importante es la relación entre el precio del petróleo y el precio de la gasolina en el país, sobre todo cuando Colombia, por ser productor de crudo, debería contar con precio más bajo que otros países. En enero de 2008 el barril de petróleo valía U$100 y el galón de gasolina $6.737, pero en abril de 2009 el petróleo bajó a U$46 y la gasolina, en lugar de bajar, había subido a $7.473. Haciendo cálculos simples, si bajó un 54% el precio del crudo, la gasolina debió haber quedado en unos $2.965.
Ante esto no se hizo esperar la respuesta de los gremios, especialmente de los transportadores, quienes llegaron a convocar un paro nacional para presionar un reajuste en el precio de los combustibles y sólo lograron, después de una dura negociación con el gobierno, una irrisoria reducción de $400.
Desde hace 10 años se viene aplicando la misma fórmula para determinar el precio de la gasolina. Ésta se establece por varios componentes, para los cuales el Gobierno Nacional establece unos topes máximos, donde los distribuidores finales tienen la autonomía de determinar el precio hasta dicho monto máximo.
Luego del costo del productor, una vez realizada la refinación del petróleo crudo, se le aplica el IVA, el impuesto global, la tarifa de marcación y la tarifa estampilla de transporte. Luego pasa por un margen de ganancia al distribuidor mayorista y un margen de ganancia del distribuidor minorista, un monto de compensación para compensar la pérdida por evaporación, el costo de transporte desde las plantas de abasto mayorista a las estaciones de servicio, para finalmente aplicar la sonada sobretasa al precio de la gasolina.
Para mayo de 2009, el precio máximo era de $7.073, lo que pagaba cualquier persona que iba a tanquear a una bomba de gasolina. Al productor le costaba $3.647 y, por los cinco impuestos mencionados, el monto ascendía a $2.666, es decir, los impuestos alcanzan un 73,1% del precio del productor, cifra ya exagerada donde el consumidor final es el que asume dichos impuestos. Y eso sin mencionar que hay estaciones de servicio que cobran la gasolina incluso a mayor precio que el máximo permitido en el caso de Bogotá, de $7.074.
Así las cosas, aunque el gobierno nacional anunció que el precio de la gasolina disminuyó $400 para el mes de mayo, en realidad no dejó de recaudar. De todos los impuestos únicamente se redujo el IVA, mientras otros, como la sobretasa, se mantuvo en los mismos $1.168. Un mes antes, en abril, el precio de producción era $4.022, a los cuales se aplicaban $2.678 en impuestos, es decir, un 66.5%. Con la rebaja en el precio, el gobierno ganó casi siete puntos porcentuales de cada galón.
A
Uribe le resultó una
buena jugada esta disminución pues, por un lado, le garantizó una
mejora en la opinión que los colombianos tienen de su gobierno,
enfrentando a la oposición que, en su momento, exigió a través de
la movilización dicha disminución. Pero, por otro lado, sigue
garantizando los recursos necesarios para nutrir su campaña para la
reelección, a través de los recursos del Estado.
La
cuestión sería
diferente si el precio de la gasolina correspondiera a la baja en el
precio del petróleo y se redujeran las altas cargas en impuestos. El
efecto de esto para la economía de los colombianos sería que,
dejando de asumir como consumidores finales los altos impuestos, la
rebaja en el precio final, a la larga, repercutiría en una reducción
considerable en el alto costo de vida.
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