Por: Sally Burch – octubre 18 de 2018
Las tecnologías digitales se han convertido, desde hace un par de décadas, en uno de los sectores más dinámicos del desarrollo económico. Esto se ve con mucha más claridad en los últimos dos años, con el despegue a gran escala de la inteligencia artificial (IA) y la Internet de las cosas (IoT, por su sigla en inglés).
Se habla ahora de una cuarta revolución industrial o ‘Industria 4.0’, donde ya no se trata solo de la automatización digital de funciones y empleos ya existentes sino de la transformación digital, que implica crear nuevos modelos de producción y negocio sobre la base de las nuevas capacidades que permiten la innovación y convergencia tecnológica, el procesamiento masivo de datos y el aprendizaje automático (machine learning). Entre ellos está la llamada ‘economía colaborativa’, cuyos ejemplos van desde Wikipedia, que reivindica ser el mayor proyecto de recopilación de conocimiento jamás realizado en la historia de la humanidad y se basa en colaboraciones voluntarias; hasta Uber, empresa que innovó al monetizar una plataforma para conectar taxistas con pasajeros.
En paralelo, en los últimos tiempos se ha desatado una pugna por la dominación global de esta nueva economía, cuyos principales contendientes hoy son Estados Unidos y China, así como sus respectivas empresas trasnacionales. Europa, Rusia y algunos otros países, si bien tienen algún nivel de desarrollo en IA, han quedado muy atrás de los dos líderes.
La carrera por dominar la inteligencia artificial
Esta evolución camina a la par de una acelerada concentración del control de las tecnologías digitales en manos de un puñado de megacorporaciones trasnacionales. En lo que va del siglo, esta concentración abarca, entre otros, la infraestructura clave, como cables submarinos y servidores raíz; los sistemas operativos para usuarios –Windows de Microsoft, MacOS de Apple, Android de Google–; y las plataformas más utilizadas, principalmente los llamados GAFA (Google, Apple, Facebook, Amazon). En todo ello domina EE.UU., como lo evidencia el hecho que los GAFAM –incluyendo aquí a Microsoft) ya ocupan los primeros lugares por valoración de mercado en la bolsa, superando a las petroleras.
Sin embargo, China está ganando terreno velozmente con sus propias corporaciones: en particular Alibabá, la empresa de comercio electrónico que ya superó a Walmart como la mayor en el mundo en ventas minoristas; Tencent, un proveedor de servicios de Internet; y el buscador Baidu.
Justamente, desde 2014, China desarrolla una política de Estado de fomento a la innovación tecnológica, con apoyo tanto a sus mayores empresas digitales como a un gran número de start-ups, en todo su territorio nacional. Hace un año, el Consejo de Estado difundió su propuesta para llegar a ser el número uno del mundo en IA para 2030. Un componente clave de esta política es la educación, en todos los niveles, para formar expertos, investigadores y trabajadores cualificados.
Varios estudios demuestran que a mayor cantidad de datos para analizar, mejores resultados arroja la IA. Por ello, China considera que tiene al menos dos ventajas comparativas: de una parte, una población numerosa que constituye una base masiva de usuarios que le permitirían manejar mayores cantidades de datos; y, de otra, una sociedad con similitudes a otros países en desarrollo, también con poblaciones numerosas.
Su apuesta sería captar el mercado de IA principalmente en estos últimos países por su mejor capacidad de desarrollar aplicaciones adaptadas a sus necesidades particulares. A su vez, ello significará el acceso a más datos y mejor IA. AliBaba, Baidu y Tencent, entre otros, ya están invirtiendo fuertemente en la IA y minería de datos. Por su parte, los GAFAM, entendiendo las ventajas tecnológicas de China, están invirtiendo en la economía digital de ese país. Google, por ejemplo, anunció en diciembre pasado la apertura de un centro de investigación en IA en Beijing, con 600 científicos e ingenieros, en su mayoría chinos.
Hay quienes consideran que la pugna por el dominio en el plano tecnológico es, justamente, lo que está detrás de la guerra comercial que inició EE.UU. contra China. Jorge Castro, exsecretario de Planeamiento Tecnológico de Argentina, estima que, en el fondo, lo que busca EE.UU. es frenar las inversiones de las empresas estadounidenses, principalmente las GAFAM, en el desarrollo de alta tecnología en China:
Ahora China requiere la inversión que se orienta hacia los segmentos de punta del sistema trasnacional de producción, de elevada productividad e intensa capacidad de creación de valor agregado, lo que significa esencialmente que es la que proviene de EE.UU. y Europa, sobre todo Alemania.
Entonces, para enfrentar a China, no le quedaría otro camino a EE.UU. que establecer una relación de fuerzas favorable a sus intereses vitales. El analista añade que:
Esto ocurre en un mundo que se ha integrado plenamente y donde la globalización ha adquirido un ritmo vertiginoso, arrastrada por la instantaneidad de la revolución tecnológica. Por lo tanto, la puja por el poder global es una parte estratégicamente decisiva del esfuerzo de integración. Competencia e integración son un solo fenómeno histórico.
¿Hacia un proyecto digital latinoamericano?
En América Latina, el desarrollo de IA está bastante incipiente y en muchos países ausente. Sin embargo, en cada vez más áreas, tanto el sector privado como las entidades y servicios públicos contratan los servicios de IA de las corporaciones transnacionales. Ello implica entregar, a menudo gratuitamente, grandes cantidades de datos que se convierten en fuente de enriquecimiento de las empresas extranjeras y no del país que los entrega, y por lo general sin ninguna exigencia de transferencia tecnológica.
Hoy, cuando las redes digitales están integradas mundialmente y los bienes digitales transitan libremente a través de las fronteras, el mundo ha ido tejiendo formas novedosas de integración económica y cultural. América Latina forma parte de este tejido, pero por lo general de manera subordinada, en la medida en que carece de políticas de soberanía tecnológica y, en muchos casos, de las condiciones adecuadas de infraestructura, conectividad, almacenamiento y manejo de datos, inversión en innovación, etc. Mientras tanto, las potencias tecnológicas presionan para que los Estados acepten la imposición de unas reglas de ‘comercio electrónico’ que favorezcan a sus propias empresas dominantes, como se discute actualmente en la Organización Mundial de Comercio y se han plasmado en varias negociaciones de tratados de libre comercio. De poco serviría a la región aceptar tales reglas, que coartarían sus posibilidades de desarrollar su propia capacidad tecnológica.
La Comisión Económica para América Latina (Cepal), por su parte, recomienda la creación de un mercado común digital latinoamericano, que ofrecería a nuestra región una oportunidad de integración económica que permitiría adquirir escala y desarrollar economías de red, lo que no se logró con las viejas tecnologías. La CEPAL reconoce que habría que superar varios obstáculos para lograr una tal integración, incluyendo, entre otras, la falta de coordinación en materia de estándares y regulación, así como las carencias en infraestructura y transporte de mercancías. En este sentido, se ha impulsado la Agenda Digital para América Latina y el Caribe, que se viene discutiendo en el marco de eLAC, proceso regional que surgió a raíz de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información en 2005.
Llama la atención que, aun en su momento de mayor auge, las iniciativas integracionistas como Unasur y Celac tuvieron poco presente el tema, es decir, ha quedado prácticamente limitado al ámbito de los ministerios de Telecomunicaciones, principales actores del eLAC, con su enfoque prioritario al negocio de las telecomunicaciones y, en un segundo nivel, a la inclusión digital. Parece que estamos aún lejos de una comprensión global de las dimensiones y desafíos de una nueva era digital que demandaría desarrollar un enfoque integral que priorice la creación de capacidades locales y soberanía tecnológica. El potencial para pensar en el escenario mundial sería mucho mayor con políticas concertadas regionalmente. Sin ellas, América Latina arriesga volver a nuevas formas de dependencia.
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Sally Burch es periodista británico ecuatoriana y directora ejecutiva de la Agencia Latinoamericana de Información. Publicado originalmente por ALAI.
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