Por: Edgar Isch L. – octubre 22 de 2015
Aunque mantenida en la oscuridad de los grandes medios, el 30 de septiembre de 1965 dio inicio una de las mayores masacres realizadas en la historia del capitalismo. El Partido Comunista de Indonesia (PKI), que había sido fundado en 1920 y que tuvo un importante papel en la lucha por la independencia, debía ser exterminado por decisión del imperialismo norteamericano, la burguesía local y sectores islamistas de extrema derecha –Indonesia es el país con más alto número de musulmanes en el mundo–.
Los antecedentes inmediatos estaban en la gran fuerza del PKI, que llegó para ese año a contar con más de tres millones de miembros y cerca de quince millones de simpatizantes, integrados en diversos tipos de organizaciones populares, casi el 10% de la población total de entonces. Con esa fuerza, había realizado una alianza con el gobierno del presidente Sukarno, un anticolonialista que impulsó políticas que chocaban con las de Occidente. Entre las medidas que había impulsado estaba la industrialización del país para superar su economía agraria y extractiva, nacionalizar la banca y redistribuir las tierras y latifundios. Fue, sin embargo, un gobierno que no impulsó suficientemente la vida democrática del país.
Los documentos y declaraciones de agentes de la CIA demuestran que el gobierno norteamericano primero llevó a cabo una política para controlar a Suharto pero, al no lograrlo, inició el trabajo para derrocarlo. Indonesia fue convertida en un “laboratorio de la contrainsurgencia”, según la califica el investigador Paul Labarique, quien presenta pruebas de cómo el gobierno yanqui trabajó con este fin desde 1953, aplicando la Instrucción NSC 171/1. El director de la CIA en persona orientó a su embajada trabajar con partidos de ‘centro’, incluido el llamado Partido Socialista, así como con partidos de derecha para impedir la unidad nacional. Esto, en el marco de la Guerra Fría y la creciente influencia de la revolución China.
La CIA entregó armas y bombardeó en 1958 un mercado, provocando cerca de 700 muertos entre los cuales había feligreses que se acercaban a una iglesia. Ese mismo año dejó caer una bomba en un barco, matando a todos sus ocupantes, y un avión fue derribado el 15 de mayo siendo capturado el agente de Estados Unidos Allen Lawrence Pope. La CIA entregaba armas a grupos opositores, dirigía una permanente campaña en los medios contra los comunistas y formaba un centro de preparación para los oficiales del ejército indonesio, el Seskoad, desde donde promovieron el golpe de Estado. Por su parte, Sukarno declaró el Estado de Sitio, que se mantuvo esos años, lo que provocó que fuera mirado más como un dictador que como un presidente, aunque el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas Indonesias se manifestó en oposición al gobierno y a su alianza con el PKI.
Las múltiples acciones preparatorias se conjugaron el 30 de septiembre de 1965. Ese día, fueron asesinados 6 altos generales, todos leales a Sukarno. Los crímenes fueron usados como pretexto para el golpe de Estado y se afirmó que quienes los habían cometido eran dirigentes del PKI.
Quien asumió el poder pocos meses más tarde fue el general Suharto, hombre de confianza de Estados Unidos y formado en el Seskoad. Los golpistas recibieron de la embajada norteamericana listas con miles de nombres de los militantes comunistas a nivel de dirección y de base, así como de simpatizantes activos. Con ellas, y también de manera indiscriminada, inició la cacería y muerte de todo aquel que se identificara con el PKI.
En el documental “The Act of Killing” (“El acto de matar”), realizado con ejecutores de las torturas y asesinatos masivos que se consideran héroes y viven en plena impunidad, se pregunta a uno de ellos: “¿Cómo exterminó a los comunistas?”, a lo que responde: “Los matamos a todos, eso es lo que pasó”.
Las estimaciones más reducidas hablan de 500.000 asesinatos. El equipo del documental y otros consideran que fueron más de un millón. Para el premio Nobel Bertrand Russell, “en cuatro meses, en Indonesia murieron cinco veces más personas que en doce años de la guerra de Vietnam”. Tantos, que son frecuentes las narraciones de canales entre las islas del archipiélago indonesio que se tiñeron de sangre. Tantos, que quedó un trauma masivo que sólo las nuevas generaciones empiezan a superarlo.
Los torturados fueron también miles. Según Amnistía Internacional, para 1998 unos 13 comunistas seguían presos a pesar de su avanzada edad y de no haber cometido más delito que su identificación política. Aún hoy esos comunistas no pueden obtener un crédito bancario y les es prohibido trabajar en el área de la educación, la salud o ser funcionarios públicos. A todo esto, el gobierno de Estados Unidos lo calificó como “una grandiosa victoria sobre el comunismo” y, en su momento, la revista Time señalaría que se trataba de “una de las mayores noticias para Occidente desde hace años en Asia”.
La pregunta que el lector podrá hacerse es: ¿cómo un partido comunista tan grande, que participó en la lucha por la independencia, pudo ser exterminado sin que se presentara una guerra civil? Aunque tenía organización, influencia en sectores del ejército e incluso acceso a armas, no estaba preparado ideológicamente. El PKI por más de una década venía proclamando que la ‘alianza de fuerzas nacionales, religiosas y comunistas’ junto con ‘la burguesía nacional’, que sería aliada de los trabajadores, podría llevar al ‘socialismo por la vía electoral’ y que éste sería ‘respetado’ por las democracias occidentales. Una convicción que debilitó su accionar en la lucha de clases y que facilitó las matanzas.
Las lecciones de Indonesia no fueron analizadas en Chile, que en otro septiembre viviría el golpe de Estado impulsado por el imperialismo contra Allende. Considerarlas para el futuro de Indonesia, donde los jóvenes tienen avidez para entender esos momentos históricos, y para el futuro de otras experiencias de transformación social es importante, al tiempo de denunciar este crimen contra la humanidad.
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Publicado originalmente por el periódico Opción.
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