Por: Luis Arizmendi* – marzo 15 de 2017
El arribo de Trump a la Casa Blanca proyecta necesidades reales de reconfiguración del capitalismo estadounidense y del capitalismo mundial. Un complejo choque entre la geopolítica del siglo XX y la emergencia de una geopolítica inédita para el siglo XXI está en curso.
El artículo “Why the world needs a Trump Doctrine?” de Zbigniew Brzezinski, proponiendo, desde The New York Times, la exploración de un acuerdo entre Estados Unidos, Rusia y China para revertir el “caos entre las principales potencias que podría conducir a consecuencias desastrosas”, percibe entre líneas la delicada tendencia hacia la Tercera Guerra Mundial, incluso hacia una guerra nuclear, con desenlaces indudablemente impredecibles. Visibiliza peligros derivados de la disputa por la hegemonía mundial.
Con la crisis actual, una necesidad de devastación similar a la que detonó la crisis de 1929 y desembocó en la Segunda Guerra Mundial, está de regreso.
En la Gran Depresión del siglo XX sucedió la convergencia de una doble necesidad de destructividad: la disputa por la hegemonía mundial y la crisis de 1929 actualizaron la necesidad de devastación para el relanzamiento del dominio capitalista global. El proyecto de Großraumwirtschaft, es decir, de unificación violenta de Europa y Rusia con base en un Área Económica Amplia dominada por Alemania, fue la apuesta del capitalismo hitleriano por impedir que la sede de la hegemonía mundial pasará del viejo al Nuevo Continente. La conformación de una Paneuropa no podía lograrse por medios pacíficos: la Blitzkrieg, o guerra relámpago, fue el medio para imponer el Großraumwirtschaft y disputar el poder planetario. La devastación se volvió una necesidad en la disputa por la hegemonía mundial.
En un tiempo de peligro la crisis del 29 puso al descubierto la enorme funcionalidad de la devastación como medio de relanzamiento de la acumulación capitalista para contrarrestar la caída tendencial de la tasa de ganancia.
La Segunda Guerra Mundial hizo de la devastación y la barbarie, a la vez, el desenlace de la Gran Depresión y la ominosa premisa de los “treinta gloriosos”, de las tres décadas de auge en la posguerra que la reconstrucción posibilitó.
En el siglo XXI, la convergencia de una doble necesidad de destructividad para relanzamiento del dominio capitalista global se está dando nuevamente. La disputa por la hegemonía propulsa la tendencia hacia una conflagración entre potencias por una vía o por otra.
Bajo Obama, se integró un cerco con el escudo de antimisiles y las fuerzas militares de EE.UU. y la OTAN en torno a Rusia, a la par que los países suníes del Golfo Pérsico empezaron a conformar un frente contra Irán para que Europa pudiera atacar a Rusia y que los Estados de Asia Oriental avanzaran en la misma línea pero respecto de China. Moscú edificó búnkeres antiatómicos para proteger a la totalidad de su población y, semanas previas a las elecciones en EE.UU., realizó ejercicios ante un posible ataque nuclear. Si Clinton hubiera ganado, la necesidad de revertir el expansionismo económico y militar de Rusia, hubiera conducido a una gran conflagración militar, incluso de orden nuclear. Su apodo como ‘The Queen of Chaos’ responde a un proyecto que ha buscado dotar de continuidad a la geopolítica del siglo XX.
La triple alianza euroasiática, China, Rusia e Irán, constituye la fuerza geopolítica par excelence en la disputa entre Occidente y Oriente por la hegemonía global.
China y Rusia son países cuasi continentales que se han posicionado ya en varias líneas de punta de la modernización tecnológica. China cuenta con un sexto de la población mundial. Posee el control directo de un amplio porcentaje de la plusvalía global, que se acrecienta por el alcance de su hegemonía regional en Asia. Rusia e Irán poseen enormes reservas estratégicas de gas y petróleo.
Rusia y China son las potencias militares más importantes después de EE.UU. Incluso, Rusia se
ha encargado de rebasar en ciertas líneas estratégicas el poder militar de EE.UU.
China ya es la tercera potencia nuclear. A sus exorbitantes tasas de crecimiento de inicio de siglo –que superaron el 14% del PIB en 2007–, ha seguido una ‘desaceleración’ relativa que, de todos modos, mantiene la economía china creciendo por encima del promedio mundial. Su tasa de crecimiento más baja en un cuarto de siglo (6,7% en 2016) sigue siendo alta.
La triple alianza euroasiática apunta a convertirse en el factor clave de recentramiento de la hegemonía.
Esa tendencia es la que el proyecto de Trump por un G-2 busca revertir. La fundación de una geopolítica global inédita para el siglo XXI, rediseñando el ‘gran tablero de ajedrez’ a partir de una alianza inimaginable entre EE.UU. y Rusia, constituye la columna vertebral de un esquema para quebrar la triple alianza euroasiática. ¿Qué le podría ofrecer geopolíticamente EE.UU. a Rusia? ¿Crimea, Siria, el este de Ucrania o la Costa Oriental del Mar Mediterráneo? Todos esos constituyen espacios que la hegemonía regional rusa ya coptó.
Las afirmaciones de Trump acerca de la caducidad de la OTAN implicaban un predecible reacomodo, desmontando el cerco militar en torno a Rusia. Pero, más aún, sus insinuaciones al respecto de la posible salida de EE.UU. de la OTAN apuntaron a bosquejar que la posible concesión geoestratégica para Rusia residiría en otorgarle el dominio geopolítico de Europa. Mínimo, de cierta parte de Europa.
Sin embargo, el G-2 es un medio para la disputa por la hegemonía mundial contra China. Mientras un G-2 es viable, un G-3 parece sencillamente imposible. Detener a China lleva a EE.UU. a lanzarle una guerra. En ese marco deben leerse las amenazas del secretario de Estado, Rex Tillerson, acerca del inminente bloqueo del acceso de China a sus islas artificiales del Mar de la China Meridional, a las que Beijing contestó de modo implacable: “EE.UU. debería ilustrarse sobre las estrategias de potencias nucleares si quiere forzar a una gran potencia nuclear a retirarse de sus propios territorios”.
El proyecto geopolítico de Trump neutraliza el peligro de guerra con Rusia, pero para avanzar en ese peligro con China e Irán. En la medida en que el binomio de petróleo y sangre es indisociable, Irán y Venezuela se encuentran en primera fila de los nuevos teatros de guerra.
Las denuncias contra el equipo de Trump por sus encuentros con el embajador ruso están dirigidas a bloquear, desde dentro de EE.UU., la gestación del G-2. El Partido Demócrata, los intereses de la OTAN y el choque entre la CIA y el Pentágono juegan un rol central. La confrontación entre la geopolítica del siglo XX y una geopolítica inédita para el siglo XXI está en curso. Ambas configuraciones geopolíticas llevan a la guerra entre potencias. El siglo XXI no ha aprendido del siglo XX.
Cruzamos un tiempo de peligro porque la disputa por la hegemonía mundial y la crisis epocal del capitalismo propulsan la convergencia de una doble necesidad de destructividad en la que se viene incubando el potencial estallido de la Tercera Guerra Mundial.
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* Director de la revista internacional Mundo Siglo XXI del Instituto Politécnico Nacional de México. Publicado originalmente por Nuestra América XXI número 5, boletín del grupo de trabajo sobre Crisis y Economía Mundial del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).
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