Puerto Rico - Ilustración: Patrick McDonald.
En 500 años de existencia, diezmados los taínos, el pueblo multiétnico y mestizo de Puerto Rico no ha vivido un solo día de conducción de su país.
Puerto Rico - Ilustración: Patrick McDonald.
Puerto Rico – Ilustración: Patrick McDonald.

Por: Freddy J. Melo – diciembre 9 de 2015

El 30 de octubre de 1950, Pedro Albizu Campos y otros valientes se alzaron en varias localidades puertorriqueñas –con incursión también en Washington–, llamando a sus compatriotas a la lucha armada contra el proyecto de Estado Libre Asociado y en pro de la independencia de la isla, que del imperio español pasó al yanqui como botín de guerra cuando moría el siglo XIX.

La insurrección, destrozada y culminada en muerte y cárcel, buscaba tocar el alma de su pueblo, romper la conspiración del silencio sobre la tragedia nacional y dar continuidad al Grito de Lares lanzado el 23 de septiembre de 1868 –unos días antes del de Yara en Cuba– por Ramón Emeterio Betances, reconocido como Padre de la Patria borincana. Vergüenza ese silencio.

La tragedia se dice fácil. En 500 años de existencia, diezmados los taínos, el pueblo multiétnico y mestizo allí formado no ha vivido un solo día de conducción de su país.

Bajo el signo de la explotación colonial, EE.UU. controla toda la gestión pública: servicio militar, defensa, tarifa, comercio extranjero, moneda, embarque de mercancías, navegación interna y externa, comunicaciones internas y externas, ciudadanía y nacionalidad, inmigración y emigración, tierra, espacios aéreos, límites marítimos y guardacostas, tratados, patentes, bosques, monopolios, puertos, minerales, leyes y procedimientos laborales y de salario mínimo. La deuda estatal es la mayor per cápita del mundo –impagable y sin ayuda– y su territorio un arsenal de bases nucleares.

Los patriotas pelean duro y la represión ha sido brutal, como lo testimonian las masacres de Ponce (1937) y Río Piedras (1935), los asesinatos selectivos –el último conocido fue el de Filiberto Ojeda Ríos, ocurrido el 23 de septiembre de 2005– y la persecución y encarcelamiento de miles de combatientes, cuyos nombres pueden representarse en los de Lolita Lebrón, envejecida en la cárcel; el líder Albizu Campos, destruido en la lucha; y Óscar López Rivera, preso desde 1981.

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