Por: Catherine Marchais – enero 13 de 2016
Qué sombrío fue el fin de año, a pesar de las luces centelleantes que las administraciones municipales instalaron en las calles.
Qué confuso ese falso rumor de primavera que invade los árboles desorientados por el cambio climático, pues el acuerdo de la COP21 de principios de diciembre no engaña ni a las nubes, ni a los árboles ni a la tierra. Ellos ya conocen la historia de El flautista de Hamelín, y si fingen aceptar la dulzura de la temperatura es para lanzar unos últimos cohetes de alarma.
Qué nostálgico fue el fin de año, a pesar de las flores de manzano japonés, copos rojos enloquecidos, que se han adelantado por lo menos dos meses sobre el curso habitual de las estaciones y que hacen brotar una nostalgia de nieve. ¿Quién hubiera apostado a que los barrenderos, los carteros y los habitantes de la calle echaran de menos a los copos nevados y a las heladas?
Para 2015 en Francia, la morosidad ambiental se encuentra entre dos series de atentados sangrientos y sus respectivas consecuencias institucionales y sociales. A principios de enero, con un pretexto religioso, el fanatismo apuntó y asesinó a judíos, periodistas de “Charlie Hebdo” y policías en el centro de París. Y, a mediados de noviembre, la misma barbarie atacó al garete a unos jóvenes sin más ‘etiqueta identitaria’ que la de estar tomando un trago o comiendo en una terraza, la de bailar en un concierto o la de compartir la fiesta de un estadio. Esos hechos han desgarrado al país.
Alimentados con la conexión continua al espectáculo terrorista y a su posterior recuperación politiquera a través de la cobertura mediática desaforada, cada ciudadano se ha percibido como objetivo potencial de la tiranía. Desde entonces, la sociedad, en estado de choque traumático, se deja seducir más y más por el régimen del miedo y de la sospecha.
Una cosa son “los hechos”, otra sus causas y otra sus efectos.
Si florece el manzano japonés, no es culpa de los musulmanes ni de los migrantes. Y no justifica la detención domiciliaria, la constitucionalización del estado de emergencia y la privación de nacionalidad.
Fancia y Europa son el ojo del ciclón de los desórdenes mundiales. Les incumbe gran parte de la responsabilidad en esos desórdenes y vivimos las consecuencias del caos general internacional que han contribuido a crear. Cabe recordar aquí a los belicistas, con la crisis de los migrantes y de los refugiados directamente ligada a las guerras en Siria y en Iraq, que las intervenciones guerreristas no son indoloras: la miseria del mundo que viene a tocar a nuestras puertas y a ahogarse cerca de nuestras costas no sale de la nada. No hay una generación espontánea del desamparo. El orden capitalista y ‘occidental’ impuesto al mundo con los tratados de libre comercio y la infantería de las multinacionales destruye los bienes comunes y los lazos sociales.
Si se hacen explotar unos jóvenes, no es culpa de los musulmanes ni de los migrantes. Y no justifica la detención domiciliaria, la constitucionalización del estado de emergencia y la privación de nacionalidad.
Esos ‘jóvenes bomba’ son franceses, no vienen de fuera. Si se marchan a Siria para hacer la guerra o si emprenden acciones suicidas aquí es porque el radicalismo religioso les ofrece una afiliación, porque la fraternidad a través del homicidio y la sumisión hasta la muerte proporciona un sentido a su vida y porque ese sentido no lo encontraron en nuestra República. El problema no es, pues, religioso: reside en la transmisión y en la realización concreta de los valores de igualdad, de libertad y de fraternidad. El Estado, lógica y legítimamente, utiliza dispositivos de seguridad para enfrentar las amenazas, pero esa respuesta no puede ser la única y debe limitarse a un corto plazo.
Si la extrema derecha se desarrolla con creces, no es culpa de los musulmanes ni de los migrantes. Y no justifica la detención domiciliaria, la constitucionalización del estado de emergencia y la privación de nacionalidad.
Cuando el Parlamento, con el estado de emergencia prolongado, vota con amplia mayoría unas medidas de detención domiciliaria basada en “razones serias que permiten pensar que el comportamiento de una persona constituye una amenaza para la seguridad y el orden público”; cuando el gobierno las utiliza para limitar la movilización de los activistas ambientales durante la COP21 y cuando las prefecturas empiezan a prohibir manifestaciones sindicales, todo esto marca de manera clara que la izquierda está perdiendo la batalla de la hegemonía ideológica y cultural.
Cuando la franja gubernamental derechista de lo que queda de la socialdemocracia francesa empieza a hablar de privación de nacionalidad para los binacionales nacidos en Francia, eso significa que si Rachid, Pablo o Jean-Jacques cometen un crimen ya no serán franceses de la misma manera, ya que a unos se les puede quitar la nacionalidad y a otros no. Y he aquí cómo se socava el Artículo 1 de la Constitución: “Francia es una República indivisible, laica, democrática y social. Garantiza la igualdad ante la Ley de todos los ciudadanos, sin distinción de origen, raza o religión. Respeta todas las creencias”.
Hace 25 años que la extrema derecha francesa, el Frente Nacional, progresa constantemente: son millones ahora los electores que la consideran como una alternativa posible en el seno mismo de las instituciones republicanas. Progresa en las cabezas, progresa en los discursos y en los actos, progresa en las urnas. Este 6 de diciembre de 2015, con 6’820.147 votos en las elecciones regionales, se ha confirmado como el ‘primer partido de Francia’.
¡Oh, qué sombrío y oscuro es este fin de año! Los musulmanes, los migrantes y los manzanos japoneses tienen miedo. Yo también.
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* Funcionaria territorial y activista por la paz de Nanterre (Francia).
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