Por: Juan Diego García – febrero 24 de 2016
Nunca antes, en su historia reciente, España se había visto sometida a una encrucijada política de tales dimensiones como la que se experimenta tras las recientes elecciones.
El bipartidismo sale seriamente afectado, no sólo porque ahora representa alrededor del 50% de los votos –cuando siempre controlaba el 70% o más de los sufragios– sino porque ambos partidos experimentan una grave crisis interna. Su poder actual sólo se debe a la dispersión del voto alternativo a derecha e izquierda. Siguen siendo fuertes porque las fuerzas nuevas aún no han alcanzado dimensiones suficientemente grandes, pero las perspectivas serían que éstas tiendan a crecer y consolidarse porque todo augura que la crisis de los partidos tradicionales irá en aumento.
El Partido Popular ve reducida su clientela a los sectores más conservadores de la sociedad y ve crecer con mucha preocupación el ascenso de Ciudadanos, una agrupación de derecha ajena a los escándalos de corrupción que carcomen al PP. Son tan neoliberales como los ‘populares’, pero dan la imagen de una fuerza nueva con un futuro prometedor, al menos para aprovechar la profundización de la crisis del PP y ocupar, entonces, su espacio social y político. Ciudadanos tiene el apoyo de la gran burguesía y de los centros de poder del capital en la Unión Europea, lo que no es poco. Es, pues, sólo cuestión de tiempo para que se impongan como la nueva derecha.
El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) también arrastra algunos casos de corrupción, aunque en mucha menor medida que el PP. Sus problemas son más bien de orden ideológico. Hace mucho tiempo que dejo de ser un partido socialista y su referencia a la clase obrera resulta sólo una expresión de nostalgia por la identidad perdida. A su izquierda crecen alternativas como Podemos y otras iniciativas regionales, o las mismas agrupaciones comunistas que representa Izquierda Unida (IU), que se mantiene a pesar de sus crisis permanentes. Las divisiones internas en el PSOE son de público conocimiento y, en tantos casos, antes que divergencias ideológicas parecen expresar luchas intestinas por el poder. Los clamores de Felipe González y otros dirigentes ‘históricos’ contra una alianza de las fuerzas de izquierda para desbancar del gobierno al PP muestran hasta dónde ha llegado la descomposición ideológica de ese partido.
Podemos y las otras iniciativas a la izquierda en Valencia, Cataluña y Galicia no son precisamente fuerzas radicales, en el sentido exacto del término, pues sólo plantean cambios al modelo neoliberal vigente, pero siempre en la perspectiva de un orden capitalista reformado. Ni siquiera avanzan hacia propuestas para retomar la idea original de la integración europea y desmantelar al actual modelo neoliberal de la Unión Europea (UE), impuesto por las grandes banqueros del continente, en especial los alemanes. No obstante, la moderación real de esta nueva izquierda despierta los rechazos histéricos del gran capital y sus voceros. Por otra parte, estas nuevas fuerzas de la izquierda reformista tampoco alcanzan aún la suficiente cohesión ni consiguen establecer posibles acuerdos con las agrupaciones separatistas en Cataluña en torno a su propuesta de un Estado de tipo federal.
La izquierda tradicional, IU, aunque logra mantenerse, tampoco escapa al drama de la falta de una cohesión suficiente y se ve afectada por un sistema electoral que la margina por completo: con un millón de votos sólo consigue dos escaños en el Parlamento, mientras otras fuerzas –sobre todo las separatistas– triplican esta representación con un tercio o menos de votos. De todas formas, su propuesta de un gobierno de izquierda amplio parece ser la más atinada, aunque su influencia como agrupación resulte menor.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, ha recibido del rey Felipe VI el visto bueno para formar gobierno, inaugurando un proceso de negociaciones sobre cuyo resultado nadie se atreve a vaticinar nada. Puede ser que Sánchez consiga formar ese gobierno de izquierda amplia, pues su actual propuesta no difiere substancialmente de las propuestas de la nueva izquierda e Izquierda Unida. Pero, por eso mismo, se vería enfrentado a la hostilidad de la derecha local y europea, no menos que a las presiones desde las propias filas de su partido. Sánchez tendría acaso la posibilidad no sólo de reconducir el rumbo de las cosas en España sino de presentar una batalla por una Europa diferente, en condiciones mejores que las que tuvo Grecia en su momento. Una evolución favorable del pacto de izquierdas en Portugal le ayudaría mucho en este propósito.
Pero, es igualmente posible que movimientos internos, y la presión del gran capital nacional y europeo, lleven a Sánchez a terminar pactando con fuerzas de derecha, sobre todo Ciudadanos pero también con una parte del PP. La suerte del PSOE sería entonces similar a la experimentada por la socialdemocracia alemana: verse diluido en un gobierno de coalición, borradas definitivamente las señas que aún conserva como partido socialista y convertido en socio menor que verá crecer, entonces, a las fuerzas de la izquierda emergente.
Sin embargo, ya sea una u otra la salida, nada permite pronosticar un gobierno sólido. Tampoco si Sanćhez fracasa en su intento y a Mariano Rajoy le queda el campo libre para presentar su propia candidatura con el apoyo abierto o soterrado del PSOE. Los negros pronósticos sobre la evolución de la economía en los próximos meses y un panorama político tan resquebrajado e incierto no auguran nada bueno para quien asuma el gobierno de España.
No sólo son la economía y el tejido político los factores que ensombrecen el horizonte. Es mucho más grave la pérdida de legitimidad de casi todas las instituciones, empezando por la misma monarquía, que se considera el factor que cohesiona todo el entramado social y que encarna la misma idea de país. El separatismo, por su parte, puede aumentar. También en Euskadi el apoyo a la idea europea se sigue debilitando y la UE ya no es vista como un factor de seguridad y estabilidad sino como un patrón odioso que encarnan muy bien los banqueros alemanes y la misma señora Merkel. La corrupción, el nepotismo, la irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública han llevado el desprestigio de las instituciones y de los políticos a niveles nunca antes vistos en la historia reciente del país. Los escándalos cotidianos de todo tipo, la superficialidad de los creadores de opinión, la política convertida en un espectáculo lamentable, la misma Iglesia Católica que ni aún con los nuevos aires del Papa Francisco consigue desprenderse de un tufillo de inmoralidad, hipocresía y abandono de todo principio cristiano, todos estos son factores negativos, retos a superar para quien asuma la dirección del país.
Queda, eso sí, la población como esperanza del cambio, esos millones de gentes de trabajo que cada día emprenden la creación de riqueza con la ilusión de un mañana mejor. Este panorama desolador lleva a muchos a considerar que sus hijos ya ni siquiera pueden aspirar a tener el tipo de vida de sus padres si no es que se produce un cambio radical en este orden de cosas. Una gran coalición de fuerzas de izquierda –al menos a juzgar por su programa– sería, sin duda, la posibilidad de cambiar el curso de los acontecimientos. Sin embargo, más que certezas predomina hoy la incertidumbre y tan sólo queda la esperanza que se finca en ese espíritu de las gentes españolas que saben siempre afrontar con una pasión envidiable los retos más difíciles.
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