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Por: Erasmo Magoulas – 20 de abril de 2010

Mis bien ganadas vacaciones –mi jefa no está muy convencida del asunto– las disfruté en Cuba. Como llegué tarde para la 19ª edición de la Feria Internacional del Libro, no tuve más remedio que dedicar parte de mi tiempo a auto flagelarme con el mar Caribe de Varadero. Mi habitación de hotel tenía un televisor que receptaba más de cuarenta canales: comencé con el zapping, ejercicio extraño para mí, pues no tengo aparato de televisión en mi país de residencia y, obviamente, tampoco control a distancia.

Entre el canal chino con subtítulos en español –buena falta me hicieron–, el portugués, francés, ruso, polaco y, desde luego, los canales en idioma Inglés, se entremezclaban tres de los canales cubanos. La televisión cubana destaca de las demás por plantear notables diferencias: mientras que el imaginario que propone la homogénea y hegemónica televisión globalizante tiene la intencionalidad de alejarnos de la realidad desde y con la ayuda de su espectacularidad escenográfica, sus anclas, sus discursos y sus remanidos resursos de virtualidad, la TV cubana recurre al diálogo de iguales con los televidentes, en un entorno que podría ser inmensamente más semejante al de cualquiera de ellos en su sala de estar.

Los elementos alienantes, si los hay, son mínimos y, por supuesto, los anuncios comerciales literalmente no existen. En reemplazo de esa oferta visual, que para las grandes mayorías del primer mundo –qué decir para las del tercero– es inalcanzable en la mayoría de los casos y alienante en el resto, la televisión cubana promociona el hábito por la lectura, la praxis solidaria en el hogar y el barrio, la responsabilidad ciudadana, el compromiso con la actividad democrática desde la base, el uso racional de la energía y otros recursos no renovables, la lucha contra las fobias sociales de todo tipo, el ejercicio de la tolerancia, los hábitos saludables y preventivos, la lucha contra el alcoholismo, la drogadicción y la promoción de una sexualidad responsable.

El domingo 7 de marzo, el canal Cubavisión transmitió el primer capítulo de la serie “El que debe vivir”. Si no me equivoco, la frase es de Abel Santamaría, segundo al mando del ataque al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953. Quien recibió la orden fue su hermana Haydée Santamaría, quien seis años más tarde se convertiría en la usina generadora y promotora de lo mejor de nuestra cultura americana y caribeña desde la Casa de las Américas.

La serie reflejará el complot sistemático y los planes –más de 600– de la CIA y el Departamento de Estado para eliminar al Comandante en Jefe, aún antes del 1 de enero de 1959, como lo narra su primer capítulo. Se podrían conjeturar muchísimas diferentes hipótesis por las que el stablishment estadounidense puso todo su esfuerzo en eliminar a Fidel. De esa gama yo destacaría dos razones de peso: la primera, matar al mensajero, a aquel que, como dijo Abdelaziz Bouteflika, presidente de la República Argelina Democrática y Popular, definiendo magistralmente a Fidel, “viaja al futuro, regresa y lo explica”. Si hay algo temido por el Imperialismo, ese algo es el futuro.

La segunda razón de peso es que Fidel ha sido el más clarividente forjador de una manera radical de entender y ejecutar la democracia en nuestro entorno nuestro americano. Fidel despertó a la democracia del letargo al que la tenían sometida los ideólogos del representativismo liberal aliados a los intereses del imperialismo estadounidense y europeo. En otras palabras, Fidel fue el que puso a funcionar la democracia en nuestro contexto latinoamericano y caribeño, y fue también el factor imprescindible en el desarrollo democrático en otros rincones del planeta.

La serie promete ser de fundamental importancia para entender el histórico proceso de las relaciones de EE.UU. con Cuba. ¿Qué hubiera sido de nuestra existencia nuestro americana sin el triunfo y la resistencia de la Revolución cubana?

Tal vez porque el pueblo cubano descubrió sabiamente quién era el que debía vivir, hoy vemos con mayor claridad un futuro más promisorio para el desarrollo de una verdadera democracia en Nuestra América.

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