Por: William Javier Díaz Ramírez* – noviembre 24 de 2009
El miedo es quizá el sentimiento humano que, de forma más ambigua, ha paralizado e impulsado al mismo tiempo a la humanidad en su historia y desarrollo. Por el miedo a Dios, en la edad media, vivimos más de mil años de oscurantismo y atraso. Superando los temores, Sócrates toma la cicuta y se convierte en un ejemplo, para que el mundo libre la batalla interminable por el conocimiento.
Si el niño no supera el miedo a caer, jamás aprende a caminar, si no se arriesga, no aprende a volar. El superar el miedo, el controlarlo, el domesticar su condición estrictamente animal nos permite soñar, pensar y construir las utopías.
El rey le tiene miedo al pueblo y busca dominarlo. El pueblo, al mismo tiempo, teme al rey y se deja dominar. Toda tiranía se vale del miedo para perdurar, el miedo es hijo del terrorismo, depende de él, vive para él, todo aquel que quiera dominar hace uso del terrorismo y del miedo.
El Estado se erige sobre los miedos de una sociedad y ejerce el mas temible de todos los terrorismos, es el más amplio ejercicio del terror colectivo y, sobre los individuos que recae, es contundente y aparentemente invencible, más aún cuando se reviste del Espíritu Absoluto hegeliano, que no es más que otra forma de darle el atributo de la divinidad, siendo así la dialéctica perfecta del miedo. Temerle a Dios es la razón desde por la que el hombre lo creó, igual que su temor al Estado, pero si se funden en una sola conjunción del poder, su terror es infinito y el miedo es incontrolable.
El status quo se mantiene con este pleno ejercicio del miedo. Los egipcios, los griegos, los romanos lo sabían y lo ejercían, así como lo hace hoy cualquier gobernante con ínfulas de reyezuelo, como el colombiano.
En nuestro país sufrimos esta práctica de manera frontal, padecemos desde hace muchos años el rigor del Terrorismo de Estado que, de forma sistemática, destroza y asesina a los oponentes políticos y a todo aquel que considere que pone en riesgo sus intereses. Vivimos en un régimen del terror, el capitalismo, no solamente en Colombia sino en el resto del mundo. Occidente forma su proyecto de civilización con la consolidación y expansión de un Estado terrorista, ¿o qué otra cosa fue la invasión al territorio africano, a Oceanía y a América? Los pueblos originarios fueron arrasados y sometidos en estos continentes, la cultura judeo cristiana del miedo fue impuesta y se expandió el terror por todo el planeta. El miedo, dicen las comunidades indígenas, es el verdadero enemigo de nuestros pueblos.
Hoy vemos como esta combinación del miedo nos sumerge en el atraso. El maridaje entre religión y Estado hace trizas un orden liberal y sataniza una vez más al socialismo y al comunismo. Es por esto, y por nuestro permanente atraso, que aún es revolucionario pensar como un liberal.
Hoy, como ayer, la superación de este miedo –al Terrorismo de Estado–, ha de marcar el camino para las grandes transformaciones.
No le tengamos miedo a la guerra y luchemos por la paz, no le tengamos miedo a la muerte y luchemos por la vida, no le tengamos miedo a la cárcel y luchemos hasta vencer por nuestra libertad, pero, ante todo, no le tengamos miedo a la ignorancia y forjemos nuevos pensamientos de firmeza y dignidad, pues es hora de no recular, de tener principios y lealtad. Es hora de que los hombres, obviamente las mujeres, y los pueblos de América, declaremos en bancarrota La Industria del Arrepentimiento, como nombrara Benedetti a todos aquellos que, por moda, se visten con cualquier abrigo, que cubra todas sus ambiciones y vanidades.
Así, las sociedades humanas superan los miedos, al observar a las mujeres y a los hombres enfrentar con entereza, más que los triunfos que empalagan y enceguecen, las derrotas que entristecen y acobardan. Los pueblos que superan sus derrotas y emergen cual Ave Fénix de entre las cenizas ven la luz de la esperanza al final del mas extenso y oscuro túnel, pues la historia nos ha mostrado que el miedo y la oscuridad son hermanos.
A los movimientos sociales y populares de nuestro país los han querido aniquilar con distintas expresiones del Terrorismo de Estado: miles de masacrados, descuartizados, desaparecidos y torturados; millones de desplazados, desempleados y hambrientos, deambulando por las calles de nuestras ‘suntuosas ciudades’, que buscan ocultar tanta miseria debajo de la alfombra, como se hace con la basura que afea nuestro hogar. Somos un estorbo, y un desecho para esta sociedad: incomodamos, afeamos. Así nos ven y, lo que es peor, así nos vemos y hasta nos sentimos.
Antes, por lo menos, explotaban nuestra fuerza de trabajo o éramos su ejército laboral de reserva, hoy en día no nos necesitan, no les somos útiles, o tal vez si, para justificar los grandes presupuestos recibidos por las ONG asistencialistas, que evitan que el sistema colapse ante tanta miseria. La iglesia nos necesita para dar su caridad, aunque bendiga el terrorismo, el despojo y la humillación de los humildes. Los politiqueros nos necesitan para que por un tamal, un plato de lechona, un ron, una cerveza, un mercado o una teja vendamos nuestro voto a su inseguridad democrática. El gobierno nos necesita para hacer un crimen de Estado –o ‘falso positivo’–. Los ejércitos de la muerte nos necesitan para alimentar sus guerras. El sistema carcelario, como el resto del sistema, para ampliar su corrupción.
¡Uff! En un momento pensé que ya no les servíamos, pero, gracias a nuestra santa inquisición globalizada, servimos para algo. Así experimentaba este sentimiento hace más de un año, allá afuera, en la calle, mas no en la libertad, y aún más inútil me siento aquí adentro, donde nos busca sepultar en vida el sistema, donde la indiferencia, el olvido y el abandono son puñales que se pueden sentir lacerando nuestro cuerpo y nuestra mente. Aquí, el miedo aterroriza al hombre, la incertidumbre de cuándo salir, del quizás nunca, de la muerte que vendrá, del miedo que sienten los otros al decir que algún día compartieron con nosotros, que fueron nuestros amigos, nuestros parceros, nuestros panas, compañeros, camaradas, cómplices de sueños y utopías. Sin embargo, los miedos controlados y superados por los movimientos sociales y populares no son valentía, son la ternura de los pueblos, son la solidaridad hecha vida, son ese calor que te abriga, esa voz que te anima, esa fuerza que no te deja desfallecer, que, aunada a los principios, te hace resistir la más atroz de las torturas.
Hoy, a un año de esta infamia y tortura, no me arrepiento para nada de dedicar mi vida a la más hermosa de las profesiones: ser maestro, a decir libremente lo que pienso y a luchar con toda claridad y firmeza por los derechos humanos y la construcción de una Colombia en paz, soberana y socialista.
[…]
Noviembre 10 de 2009. A 361 días de secuestro en las mazmorras del fascismo. Cárcel la Picota, Bogotá.
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* Preso político y de conciencia, detenido desde el 14 de noviembre de 2008.
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