Umberto Eco - Foto: Abderrahman Bouirabdane.
Se fue Umberto Eco, el summum del buen decir y de la reflexión adobada por un humor sin par que catapultaba lo natural hacia las entrañas de lo exultante.
Umberto Eco - Foto: Abderrahman Bouirabdane.
Umberto Eco – Foto: Abderrahman Bouirabdane.

Por: Gilberto Montalvo Jiménez – marzo 7 de 2016

Con su grandilocuencia verbal, mi amigo Elías Mejía Henao ordenó sin pausa que debía meterme en “Número cero”, la última exquisitez del más crítico de los críticos. Insalvable mi curiosidad por alguien que había sido de cabecera desde El Nombre de la Rosa o el Péndulo de Foucault.

Se fue Umberto Eco, el summum del buen decir y de la reflexión adobada por un humor sin par que catapultaba lo natural hacia las entrañas de lo exultante.

Aunque abordó con tino y sapiencia lo íntimo del Medioevo, Eco, en “Número cero” trascendió su curiosidad para poner en tonos grises las pirotecnias de un periódico en embrión que nunca saldría al público pero que propugnaba la estulticia de las miserias encarnadas a través de la prensa con las truculencias propias de la decadencia de los medios de comunicación al servicio de los poderosos.

La trama del libro recomendado por el poeta calarqueño se ambienta en la Italia de 1992, cuando los masones, las Brigadas Rojas y todo ese entorno mafioso adobado con la ulterior aparición de Berlusconi daba principio a la caótica Italia de hoy, en medio de la manipulación subjetiva de la realidad. Eco es misterioso en el ambiente de un sórdido periódico que es la cruda realidad de los intereses de toda índole al servicio de la nada espuria de los poderosos.


Nada es gratis, todo tiene un precio

Las reflexiones de Eco a través de la semiótica enseñaron a entender en plata blanca esa comunicación estelar que combina signos y mantras para el entendimiento de los mortales.

Para Umberto Eco los periódicos cuentan por la mañana lo que tu ya sabías desde que apareció la cajita mágica de la televisión. Por eso, su curiosidad de qué habrá que pasar alrededor de los diarios, cuál su destino y el por qué de su existencia.

Esta mirada de otear inclemente ha puesto en estado de alerta lo que debe ser la comunicación a través de los cotidianos que se han quedado en el esquema del siglo diecinueve mientras la sociedad avanza a los pasos agigantados de los años luz.


Umberto Eco fue un pesimista vestido de reflexivo optimismo

Cuando el diario La Reppublica de su natal Italia en un extra de la Internet anunció: “Muere Umberto Eco, el hombre que lo sabía todo”, resumió en esas nueve palabras lo que significó esta cumbre imprescindible de las complicidades con quienes se motivan por la cultura sin peajes.

Delicia leer sus ensayos sobre arte contemporáneo donde la estética, su magistral cátedra en Turín, toma forma en las excelsitud de las reflexiones filosóficas que sólo podían salir del magín de este escultor de la palabra bien dicha.

Reclamó para sí y para los demás la importancia de las redes donde con ellas no hubiesen sido posible las atrocidades de Auschwitz pero, simultáneamente, su sentido crítico censuraba con vehemencia que las mismas, las redes, “dan derecho de palabra a legiones de imbéciles”.

Se fue Umberto Eco, pero no se llevó a su tumba esa carga inmensa de enseñanzas que servirán de norte, hoy y mañana, y después, para poner la reflexión sobre el comportamiento humano como una línea derecha de acción.

Eco se lleva buena parte de la historia de Italia y del mundo, la misma que gravita como mojón reflexivo de su independencia mental, y su legado de corsario contra las inexplicables condiciones de los súbditos del poder y los poderosos.

Lección de estética, ética y fluidez mental, eso fue Eco el inmortal.

A las 10 y 22 de anoche, hora de Italia, del 19 de febrero dejó de latir el corazón de un grande aunque empezó de llano su inmortalidad.

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