Peluquería. Foto: Gustavo Minas.
Como María es peluquera tiene la posibilidad de arrendar unos dos metros cuadrados de espacio vacío para suplir esa necesidad tan suya de seguir siendo.
Peluquería. Foto: Gustavo Minas.
Peluquería. Foto: Gustavo Minas.

Por: Daniel Pizarro – octubre 18 de 2018

Con su permiso, me gustaría decir cómo funcionan las peluquerías modernas. No es que el asunto se preste para un tratado filosófico o científico, o qué se yo, ni para tema de grandes obras literarias. Pero, bueno, lo mío son las peluquerías modernas, de vanguardia, y lo poco que puedo decir sobre ellas, ya que apenas podría referirme a otras materias, es que viven del vacío absoluto. Tal cual.

El espacio vacío las define. Su esencia es la nada misma, diría yo. O la virtualidad, tal vez –ya ven que a poco andar el tema se torna gelatinoso–. Digo que el espacio vacío le cobra un derecho al ser o a la existencia para tener su lugar. Y entre el ser y el no ser, salvo contadas excepciones, cualquiera prefiere el ser, a ojos cerrado. En el caso de las peluquerías modernas se trata de un setenta por ciento del valor de un corte de pelo, para ponerlo en términos económicos. El derecho a la existencia, digo yo.

En medio del espacio vacío, o bien en la pura virtualidad, paso a paso comienza a surgir una peluquería moderna. Digo yo. María comprende que ahora faltan los clientes, que también son de exclusivo cargo suyo. Pues las peluquerías modernas no funcionan por rebalse como las antiguas. Cada estilista mantiene su propia clientela y nadie te regala nada, pues tus ingresos dependen de cada persona que venga a cortarse el pelo contigo. Eso al menos dice María. Si no ocupas tu tiempo pierdes el arriendo del espacio vacío. Por lo tanto, uno debe calcular muy bien cuánta clientela podrá atender para no pagar de más o quedarse corto, de donde se ve que el espacio vacío, como los casinos de juegos, lleva siempre las de ganar contra la voluntad de ser.

Pero bueno. Lejos de aquí, el espacio vacío cuenta con su propia ‘escuela de estilistas’, por donde María y todas las peluqueras modernas deben pasar si pretenden hacer uso de los dos metros cuadrados de superficie para ejercer su oficio. Allí te enseñan los cortes de moda, las tendencias que imponen los famosos, especialmente los futbolistas, e incluso te hacen aborrecer, dice María, del estilo regular corto por uniforme, por pobre de ideas y por deslavado. No aceptan ninguna peluquera sin una certificación de la escuela esa, y aquí me van a disculpar pero no he preguntado el valor del curso.

Bajos los mismos conceptos de vanguardia, María y las demás mujeres están obligadas a comprar las tinturas y otros productos para el cuidado del pelo o cabello, como se dice por estos lados, por intermedio del espacio vacío y no por cuenta propia, sistema que hace recordar las pulperías de los tiempos del salitre, pienso yo.

A todo esto, María tiene tres hijos criados o acaso ni tan criados, pues eso de la independencia se ha vuelto problemático, digamos, una puja de fuerzas gravitatorias y vaivenes sujetos a la posición de los planetas en el espacio exterior, dicho sea de paso, también vacío. O sea, que estudian y trabajan, y dejan de trabajar y vuelven a estudiar, a intentarlo. Van y vienen, y entre el ir y venir hasta es posible, pienso yo, que sueñen con un mundo sin peluquerías.

De momento, aquello es improbable, por no decir imposible. Uno asoma la cabeza fuera del universo de las peluquerías y ya se encuentra con aromas similares, tentándose, en la ignorancia que nos gobierna como un perro ciego, con trazar paralelos en distintos campos y tal vez comienza a delirar por causa de los estímulos.

Uno imagina, por decir algo, a profesores concursando por el ingreso de niños y estudiantes universitarios a sus aulas vacías, uno los ve a la entrada de la sala repartiendo volantes o flyers, como los llaman. Uno imagina a médicos de cualquier especialidad publicitándose con altavoces ante los pacientes en las salas de esperas. Pudiera ser una forma electoral de comprender el mundo, donde solo una votación te concede el derecho a la existencia. Pudiera ser una forma superior de democracia, me digo a veces, a punto de desbarrar. Y en esos instantes me detengo y me callo, y me vuelvo apurado a lo mío, a cortar el pelo como siempre: regular corto.

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Publicado originalmente por Politika.cl

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