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Por: Juan Diego García –  agosto 10 de 2007

Poco ha durado la euforia de los profetas del ‘siglo americano’, a juzgar por las enormes dificultades que atraviesan hoy los Estados Unidos, agravadas por el torpe manejo de la actual administración.

La batalla de Irak está perdida y sólo queda una retirada con las menores pérdidas posibles. La propuesta del New York Times, en reciente editorial, parece resumir el deseo de los más prudentes: retirarse conservando una base militar de dimensiones adecuadas; dividir el país en tres regímenes títeres, de inspiración étnica y confesional, y asegurar una ley petrolera que satisfaga los intereses estratégicos de las grandes compañías del crudo, que esperan desde el comienzo del conflicto hacer el gran negocio de sus vidas. Hasta ahora sólo ganan Israel, que ve desaparecer a uno de sus grandes enemigos, y el complejo militar-industrial, que ha agotado existencias y trabaja a marchas forzadas para el buscado conflicto con Irán. El ‘keynesianismo de derechas’ toca techo y su impacto sobre la economía comienza a ser una carga insoportable. La actual estrategia sólo beneficia a unos pocos, mientras conlleva riesgos enormes. Los discursos de Bush ya no convencen a nadie, la situación empeora día a día.

Pero ninguna de las propuestas para salir del atolladero iraquí parece fácil y la derrota tendrá costes muy altos. No es tan obvio que la división del país reciba el apoyo entusiasmado de los iraquíes porque el sentimiento nacionalista puede prevalecer. Tampoco es tan sencillo ceder a las presiones de los kurdos, que siempre han aspirado a formar Estado propio: se opone Turquía, para nada interesada en la formación de un estado kurdo en una frontera donde ya desplegó más de 150 mil de sus soldados, listos a frustrar cualquier aventura que envalentone a los millones de kurdos otomanos. Se saldría de una guerra para entrar en otra, con el agravante de tener que enfrentarse a un aliado muy firme, miembro de la OTAN y en cuya sociedad crece el fundamentalismo islámico. Un triunfo chií es un triunfo de Irán –¿para eso se hizo la guerra: para dar ventajas a los ayatolas?–. Por otra parte, fortalecer a los suníes tampoco garantiza plenamente los intereses estadounidenses, pues en tal caso sería Arabia Saudí la potencia regional beneficiada y hasta Siria saldría ganando.

No son mejores las perspectivas en Afganistán, una guerra de desgaste sin posibilidades de victoria y que lleva todas las trazas de convertirse en el infierno que sufrieron los soviéticos. Paradojas de la vida: los enemigos de hoy –talibanes y fundamentalistas de Al Qaeda– son los aliados de antaño a quienes Washington, Londres y Pakistán entrenaron, armaron y financiaron generosamente para acosar a los comunistas, entonces en el poder en Afganistán. Consuela poco saber que, en su desgracia, a los gringos les acompañan ahora los europeos, subidos a un carro que raudo y veloz se dirige al precipicio.

En el conflicto con Corea del Norte, si es que algún inesperado acontecimiento no descarrila las cosas, Washington y Japón terminarán reconociendo al gobierno comunista y aceptando la unificación de la península. Piong Yang tiene el respaldo atómico de China y podría ampliar sus zonas económicas especiales, que ya funcionan con empresarios chinos y surcoreanos. A pesar de sus pasajeras dificultades, el país cuenta con una mano de obra muy especializada, disciplinada y trabajadora para salir rápidamente de la crisis actual. No se trata de un país agrario y atrasado como demuestra el desarrollo de un programa atómico que supone una base industrial y científica considerable. Este es un detalle que no debe soslayarse. Los norcoreanos pueden apostar por una especie de modelo chino o vietnamita de socialismo sin que sean obstáculos insalvables ciertos factores culturales o de coyuntura que la propaganda occidental exagera y descontextualiza para pintar a Corea del Norte con los trazos más negros y sombríos.

En vano se lamenta el tenebroso señor Bolton acusando al negociador estadounidense poco menos que de traición a la patria. El señor Hill ha comprendido que no se sienta frente a un Sadam Hussein desarmado sino ante a Kim Jong Il, respaldado por bombas atómicas y bajo la sombra protectora de China.

Bien harían los estrategas de la Casa Blanca en atender, entonces, las sugerencias de la Comisión Baker y sentarse a negociar seriamente con Irán y Siria. Seguramente por este motivo Nancy Pelosi, presidenta del congreso, visitó a las autoridades sirias. Por su parte, la señora Rice, a regañadientes, conversa con Irán sobre las posibles salidas al conflicto iraquí.

Ejercicios en IraqEn síntesis, el ‘eje del mal’ no ha sido derrotado, como habían previsto los soñadores del gran imperio americano. Por el contrario, los procesos en Irak, Irán y Corea del Norte ponen de manifiesto todas las limitaciones del poderío estadounidense. De la arrogancia fundamentalista e imperialista de ayer se asiste a la hora de los moderados, al discurso de los pragmáticos, a la victoria de los sensatos.

La gran necesidad de salir un tanto airosos del impasse lleva ahora también a la búsqueda de un ‘estado viable’ para los palestinos: uno que acepte Israel y que, de paso, sirva para hundir definitivamente a Hamas. Pero, los presupuestos de esta nueva iniciativa tampoco ofrecen garantías de éxito: se echa mano de un presidente desacreditado y débil, rodeado de corrupción y esterilidad política, y se lo erige –contra toda evidencia– en el representante idóneo de Palestina en lugar de Hamas, legitimado en elecciones libres. En la otra parte se cuenta con un presidente igual de débil y desprestigiado, Olmert, cuestionado por la opinión pública y amenazado por el Likud, claro favorito en las próximas elecciones y contrario a la existencia del estado palestino –lo que se permite a la derecha israelí no se admite a la resistencia palestina–. En el fondo, ésta es una iniciativa de los Estados Unidos, como lo aclaró oportunamente la señora Rice, y funcionará bajo su dirección. Es decir, que además de empezar lastrada por la condición misma de la representación palestina y sionista, soporta la pesada losa de la administración Bush.

Nada garantiza que un estado pelele, fruto de las componendas de esta ‘comunidad internacional’ con presidentes desprestigiados y sin apoyo consiga llegar a buen puerto. Ni Israel ni sus aliados son ya tan poderosos. Más bien, recuerdan a los ‘tigres de papel’ que intentaron en su día atemorizar a los comunistas chinos sin conseguirlo. Ni siquiera poseyendo dientes atómicos, como subrayaba Nikita Jrushov. Palestina no es el Imperio del Centro, pero no parece que sea necesario tener dimensiones continentales para que la resistencia triunfe: lo demuestra Cuba, otro de los frentes fallidos de la política imperialista. No por azar, las voces sensatas sugieren también la necesidad de revisar las relaciones con La Habana, haciendo caso omiso a los discursos catastrofistas e irreales de la ultraderecha de Miami  y evitando permitirle que condicione la política exterior estadounidense. Hay mucho empresario deseoso de levantar el bloqueo y poder comerciar con la isla.

Más acertados parecen los franceses, que acaban de reunir en París a todas las tendencias políticas de Líbano para buscar una solución al conflicto. Han invitado a todas, incluida por supuesto Hezbolá, porque saben que sin ellos no hay solución posible. Igual debería hacer la ‘comunidad internacional’ en el caso palestino y no excluir inocentemente a Hamas, amarrando la suerte del proceso a los deseos de Israel y Estados Unidos.

Pero no terminan allí los dolores de cabeza de la administración Bush y sus aliados. Quedan además los conflictos de Pakistán, en grave proceso de descomposición –y con bombas atómicas–; queda la guerra de Afganistán, las crecientes manifestaciones del más duro fundamentalismo y una nada despreciable influencia de Al Qaeda en todo el mundo; queda África, con sus guerras tribales que enfrentan a las multinacionales en lucha encarnizada por materias primas, con resultados impredecibles tanto para las inversiones como para la seguridad internacional; queda también Colombia con su guerra interminable, que enseña la poca inteligencia de negar el conflicto y la esterilidad de una estrategia que supone que basta con pintar de negro a la oposición –civil y armada– para que ésta desaparezca. Más aún, Colombia comprueba que no sirve tampoco exterminar a sus dirigentes, pues si persisten las condiciones sociales que le dieron vida a la insurgencia ésta vuelve a renacer. Ni siquiera es suficiente el apoyo del mayor imperialismo de la historia. Al final, esa intervención extranjera se convierte en un lastre.

Por supuesto, nada asegura que las voces sensatas sean escuchadas. Existe la probabilidad de un predominio de los fundamentalistas de la guerra y la agresión, y aunque eso no les garantiza el triunfo sí presagia nuevas cuotas de sangre y sufrimiento para muchos. Su debilidad estratégica, su naturaleza de ‘tigres de papel’ les condena históricamente, pero antes pueden infligir daños enormes al género humano. Esos daños que les permiten sus ‘colmillos atómicos’ como acotaba el dirigente soviético.

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