Por: Édgar Humberto Álvarez – mayo 31 de 2016
Hacia las 6:30 am, llego a una de las calles que circundan la Plaza España. Debo hacer una llamada. Una pareja de abuelos se encuentra vendiendo mecato y minutos. Un muchacho habitante de calle de acento guajiro pasa y les pide dos bocadillos, termino mi llamada y, mientras, me como un chocoramo.
El vendedor, como explicándome con plastilina, me dice:
– ¿Sabe qué? Nosotros somos como un bosque lleno de arbolitos y, si el que cuida a los arbolitos los quiere cambiar de lugar o los anda molestando como a nosotros los vendedores ambulantes, pues los arbolitos no crecen y se estancan, como pasa con este gobierno que, en lugar de apoyar para que crezcamos, hace todo lo contrario: mire no más lo que está pasando allí adelante con toda esa gente desalojada del Bronx.
Voy hacia el parque de La Pepita, donde se ve a varios habitantes de calle caminando. Me encuentro con mi amigo Tino y vamos hacia la Plaza España: hay varias calles cerradas, mucha Policía rondando y muchas personas durmiendo sobre las aceras. Se siente la tensión en el aire. Hay cantidades de ladrillos botados en el suelo, rastros de vidrios rotos, basura y policías del Esmad ubicados al frente de la zona comercial.
Caminamos por la plaza y nos sentamos en un muro. Vemos varios cambuches improvisados y carretillas, y sentimos el olor a mierda mezclado con el del caucho quemado. Vemos a muchas personas yendo de un lado al otro, notamos que hay algunos que nos miran con cierta inquietud. Tengo muchas ganas de fotografiar lo que estoy viendo, pero sé que es un riesgo innecesario.
Se nos acerca un hombre y nos dice:
– Y ustedes, ¿qué?
Mi amigo Tino dice que somos de por esos lados. El hombre me lanza una mirada amenazadora y me dice:
– Usted no, usted tiene es como cara de periodista.
Yo le digo que no, que soy artista. Me sigue mirando fijamente y yo le cambio de tema y le pregunto por la figura que trae su saco.
– Oiga, ¿le gusta Bob Marley?
Él dice que sí, que es como su Che Guevara, que ayer se sentía como él, que había liderado las protestas hacia la esquina que colinda con el Colegio Agustín Nieto. Nos pide dinero. Yo le doy $2.000 pesos y nos dice que más. Mi amigo le dice que todo bien.
La cosa se calma momentáneamente. Nos damos cuenta de que son varios los que nos están observando e inventariando, y que uno de ellos está a nuestro lado. Mi amigo me dice que mejor salgamos, que la cosa se está calentando. Nos vamos hacia el Hospital San José y allí nos vuelven a buscar: a Tino le sacan una navaja y le piden más dinero, pero él maneja la cosa.
Algunos comerciantes nos cuentan que están muy preocupados pues les parece que ese operativo está muy mal planeado y que ahora toda esa gente quién sabe para dónde va a agarrar. Uno de ellos nos dice que es el reflejo de los conflictos del país donde pagan los mas llevados, que esos que andan por ahí son es desplazados, que es como la cotidianidad del país en chiquito. Otro nos cuenta que le preocupa la cercanía del problema a la zona y que se puede armar una guerra con los paramilitares que ‘protegen’ el Sanandresito de San José. Me acuerdo de la ‘mano negra’ de otros tiempos.
Para una señora, está pasando lo mismo que cuando acabaron con el Cartucho y la gente de allí agarró de un lado para el otro. Otros no entienden por qué cerraron el día anterior el Centro de Acogida Bakatá.
Se escuchan los helicópteros que rondan la zona, la gente mira al cielo repetidamente. Nos dicen que en Cinco Huecos están feriando las cosas que robaron en los saqueos del día anterior a un centro comercial, que los líderes del microtráfico se están armando en este sitio y en el San Bernardo para proteger sus territorios de los ‘sayayines’ del Bronx, que esto va a generar una guerra con muchos muertos, que las ventas se van a joder y que a ellos les toca igual vender y que les quiten ese ‘problema’.
Una señora se acerca y nos dice que en la noche anterior un hombre se prendió en llamas por tratar de tirar una bomba incendiaria. Habla sin parar. Nos cuenta sobre los niños que dejan empeñados en las ollas por $50.000 pesos para pagar después $70.000 o $100.000. Habla de su militancia e ida al monte con un grupo guerrillero desde los 15 años hasta los 21 años, de los discos de Gardel que el mismísimo Carlitos le regaló a su abuela. Nos habla y nos habla mientras un gato ronronea y juega con mi mochila.
Vamos por el barrio. Se ve a muchos por allí. Un habitante de calle en una esquina vende una llave y la roseta de un bombillo.
– Denme alguito por esto. – repite, y nos dice con tristeza:
– ¿Saben qué? Se siente como si ya no tuviera casa…
Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.