NULL

Por: Julio E. Cortés. M. – 23 de mayo de 2010

Johnson Torres, a sus 25 años, es un dirigente sindical de los corteros del Valle del Cauca. Tiene, en cierta forma, bajo la responsabilidad de su liderazgo a unos diez mil trabajadores de la caña de azúcar, gremio que viene afrontando una dura batalla contra la explotación e injusticia que ejercen los dueños de los ingenios azucareros, así como otros sectores muy poderosos del país. La lucha de los corteros confronta los intereses del latifundio y los mega proyectos asociados a los biocombustibles, impulsados las élites, tanto la local como la nacional.

Este joven, de familia campesina nativa de Suárez (Cauca), terminó el bachillerato y luego, como lo hizo su padre durante 20 años, comenzó a cortar caña, pues ésta era prácticamente su única opción. Para los jóvenes en Florida (Valle), municipio donde se crió y creció, el panorama de la región no ofrece muchas alternativas laborales ni de estudio y las pocas opciones para sobrevivir son ser cortero, prestar el servicio militar o formar parte de uno de los grupos al margen de la ley.

Tales circunstancias se convirtieron en una importante motivación para estudiar la historia de su región y del país. Esta formación, así como sus propias vivencias le permitieron desarrollar un sentido crítico frente a la realidad y a los procesos sociales, políticos y culturales, especialmente a partir de la llegada de los ingenios azucareros. Por eso, dice que “el valle del río Cauca anteriormente era una gran despensa agrícola del país, habían muchos frutos, arroz, millo, cacao y trabajo, porque se necesitaba constante mano de obra”.

El primer ingenio azucarero, el Manuelita, se instaló en el Valle del Cauca hacia los años 70. La maquinaria fue traída en barco desde Europa hasta Buenaventura, allí la desembarcaron, y fue cargada por hombres a pie durante meses hasta que se estableció donde funciona actualmente. Aquellas tierras pertenecían a una comunidad afrodescendiente y estaban distribuidas en parcelas de entre cinco y diez hectáreas. La llegada de los ingenios implicó un proceso de desplazamiento de la población autóctona y de concentración de la tierra: “por ejemplo, la familia Caicedo González masacró gente para quitar tierras a sus dueños, otros, con amenazas y engaños, fueron usurpando nuevos terrenos”.

[…]

Históricamente, los corteros de caña han tenido una mala calidad de vida, producto de la explotación abusiva de su mano de obra por parte de los industriales dueños de los ingenios azucareros. Exhaustivas jornadas de trabajo de hasta 16 horas bajo el sol o la lluvia, pésimos salarios, enfermedades generadas por las malas condiciones laborales, altos riesgos de accidentalidad y hasta la muerte son expresiones de ese abuso.

El sufrimiento acumulado por los trabajadores condujo a la defensa de sus derechos. Gracias a la organización, las movilizaciones y los paros se obtuvieron conquistas significativas. “El primer paro fue el de 1978. Duró tres meses y asesinaron unos 25 corteros de caña. Sin embargo, se lograron varias reivindicaciones. En cada ingenio se crearon sindicatos de base, nacieron Sintracauca y Sintracastilla, se ganaron las convenciones colectivas, se redujo la cantidad de horas de la jornada laboral y lo que no cubría el Seguro Social lo asumía el ingenio”.

Posteriormente surgen reformas “con las que algunos de los dirigentes sindicales terminaron acomodándose y vendiendo su fuero sindical. Se perdieron conquistas alcanzadas con el paro del 78”. Según Johnson, los contratistas tenían tienda y los corteros tenían que comprarles todo a ellos, incluidos los implementos de trabajo. Adicionalmente, el ingenio quemaba la caña y obligaba a la gente a meterse en un cañal recién quemado, donde “hubo compañeros que murieron carbonizados” y que las empresas “se inventaron algo que llamaron la ‘materia extraña’, es el barro y la hoja de la caña que nos empezaron a descontar al pesar la tonelada de caña”.

Como si fuera poco, los contratistas obligaron a los trabajadores a afiliarse a fondos privados como Horizonte, empresa donde el industrial y dueño de ingenios Ardila Lülle tenía acciones. No obstante, los contratistas evadían el pago de la seguridad social. “Por eso tenemos compañeros que, con 60 años, no se han podido pensionar, pues el contratista se robó los tiempos de cotización. Si uno se enfermaba no tenía seguridad social, se robaban las incapacidades médicas pues no las pagaban”. Por estos motivos, los corteros y sus familias han vivido en la pobreza, en los sitios más marginales y en condiciones de hacinamiento y humillación.

En consecuencia, en 2005, la organización sindical decidió entrar en huelga. Primero Incauca y luego el Ingenio Castilla. Un grupo de corteros, entre los que se encontraba Jhonson, lideró este paro que duró seis días: “la gente no aguantaba más, paramos los ingenios que es donde les duele”. Se logró que las peticiones fueran escuchadas y algunos beneficios, como la eliminación de la ‘materia extraña’, un incremento en el precio de la tonelada de caña de $3.800 a $4.850 y mejoras en las condiciones del transporte. Igualmente, se suprimió el corte de caña caliente, se crearon planes de vivienda y se comenzaron a pagar parafiscales. Así nació Sinalcorteros.

Pero, después del paro de 2005, los corteros quedaron relegados a una nueva figura legal: su estructura organizativa y las relaciones de contrato pasaron al sistema de cooperativas de trabajo asociado. Este nuevo modelo ocasionó, a su vez, otros problemas: “el mismo ingenio empezó a manejar la cooperativa y cada cortero debía sacar 5.5 toneladas de caña diarias para poder ser rentable […] No se manejaban salarios sino compensaciones: la palabra salario se eliminó porque no nos acogió el Código Sustantivo del Trabajo, quedamos regidos por el Código Civil”.

Con las cooperativas los corteros ya no tenían patrones, pues aparentemente ellos mismos eran dueños de la empresa. “Los propios corteros se fueron creyendo el cuento de que eran empresarios, dueños de las cooperativas, gerentes. El ingenio le echó toda la carga a la cooperativa. A veces nos tocaba sacar plata del salario para pagarle a la cooperativa, la deuda de la seguridad social se volvió un problema […] eran absolutamente inviables pues no resultaban rentables. En últimas, el ingenio se libró de toda responsabilidad. Ese fue un gran error que cometimos”.

El trabajo de los corteros siguió realizándose bajo formas de explotación injustas y ocasionando graves problemas de salud, tales como lesiones en el ‘manguito rotador’ del hombro, afectaciones de la columna vertebral, así como intoxicación y dificultades respiratorias por inhalación de humo. Sumado esto a los múltiples accidentes en los cañaduzales por mordeduras de ratón y de culebra, o picaduras de alacrán. “No hay programas de prevención para los trabajadores. El corte de la caña está estipulado en el nivel cuatro de riesgos profesionales y aquí nos tienen en el nivel uno, que es el de una secretaria. Es inexplicable que se haga esto para que la pensión de los trabajadores salga por el mínimo”. Estas son las injusticias y las incoherencias del sistema de salud de nuestro país.

En 2008 los corteros emprenden un nuevo paro. Los industriales y los funcionarios del Gobierno Nacional ya estaban alertados y decididos a no permitir la huelga, decían que iban a reprimir a la gente de ser necesario. Johnson describe así aquellos sucesos: “el primer día de paro fue muy duro en Incauca. Ese día comenzó a llegar la gente, pero el problema fue que el Ejército hizo retenes en los alrededores de los ingenios y hubo gente que no pudo llegar a la concentración. En la mañana, el ingenio ya estaba militarizado, con unos 250 miembros del Esmad y de las Fuerzas Armadas. El comandante del Esmad me dijo: ‘la caña pasa, así sea por encima de ustedes’. Yo le dije: ‘ésta es una protesta pacífica, pero simplemente tenga en cuenta que nosotros tenemos machetes’”.

Pronto surgió lo esperado. El Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) de la Policía empezó a reprimir y a dispersar a los huelguistas, desatándose una verdadera batalla campal. Machete, plomo y gases se apoderaron del ingenio y cañaduzales. A los pocos minutos ya habían varios heridos graves de ambos bandos: 18 corteros y 12 policías. Con este paro mucha gente del país se enteró y comprendió las razones de la protesta, varios sectores de la sociedad se solidarizaron con la justa causa de los corteros y apoyaron nuevas jornadas de movilización, incluso hasta Bogotá. De igual manera, se afectaron las finanzas de los ingenios y de sectores poderosos de la región, quienes sintieron el impacto del paro en una gran crisis económica, pues muchos negocios dependían del corte de la caña y quebraron.

Otros de los logros a resaltar, con el paro de 2008, son el libre derecho de asociación y la articulación del movimiento social de los corteros con los indígenas, estudiantes, trabajadores y campesinos de varias regiones del país, debido, en parte, a la Minga de resistencia indígena, social y comunitaria. Todo esto probablemente tendrá una gran incidencia en que los corteros tengan mayor capacidad de influir en las decisiones que afecten su oficio y, en general, en la calidad de vida de sus comunidades.

Actualmente, los trabajadores de los ingenios de Castilla y Manuelita están en proceso de negociación. “Los ingenios aumentaron en un 20% sus ganancias en 2009 y, pese a esto, los industriales se han negado a incrementar por encima del 3% el salario a los trabajadores, esto sin olvidar que los dueños de los ingenios reciben jugosos subsidios por alcohol carburante para la producción de etanol y que, al mismo tiempo, el ingenio Castilla vende el azúcar más caro del mundo. Es necesario revisar temas como el de los agrocombustibles y la soberanía alimentaria. La economía del país no está creciendo, no hay empleo”, denuncia este líder cortero.

Los corteros han tenido que estrechar lazos de trabajo y solidaridad con sectores políticos y de opinión que defienden sus luchas. Uno de los ejemplos más palpables tiene que ver con el Polo Democrático Alternativo (PDA) y con algunos pocos representantes del Partido Liberal, como Piedad Córdoba, quienes estuvieron acompañando el paro y vienen denunciando los atropellos e injusticias contra los trabajadores. “Cuando más los necesitábamos, los senadores del Polo llegaron allá. Algún día tendremos que sacar un representante cortero de caña. Esto se hace a través de la organización sindical, de lo contrario no hay forma”.

Luego de escuchar a este joven líder sindical, ha quedado en evidencia que, aún en pleno siglo XXI, siguen imperando relaciones próximas a la esclavitud o a la servidumbre de tipo feudal que de ninguna manera corresponden siquiera a la modernidad que enuncian en su discurso las élites colombianas. No de otra manera se explica que cada conquista de los trabajadores cueste sacrificar vidas y derramar sangre. Pero, finalmente, se corrobora que en la historia de la humanidad ha sido la organización y la lucha las que abren camino a los cambios y las transformaciones sociales.

Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.