Paro cívico de Buenaventura. Kevin Andrés Sánchez.
El paro del Pacífico muestra el abandono en el que el Estado colombiano, centralista, racista y capitalista, somete a los pobladores de esta zona de Colombia.
Ni la desbocada violencia policial ha podido detener el paro cívico de Buenaventura. Foto: Kevin Andrés Sánchez.
Ni la desbocada violencia policial ha podido detener el paro cívico de Buenaventura. Foto: Kevin Andrés Sánchez.

Por: Mauricio Rodríguez Amaya – mayo 22 de 2017

El Chocó no aguantó más y desde cada casa se construyó el paro cívico. La gente salió a las calles, cerró el comercio y empezó uno de los capítulos más bellos de la lucha por la dignidad del pueblo chocoano.

Algo parecido sucedió en Buenaventura. La hora cero decretada fue el pasado martes 16 de mayo a las 5:00 am y, a partir de entonces, se clausuró el comercio en su totalidad, las vías fueron cerradas y la multitud se tomó las calles. Lo que antes eran estacionamientos de tractomulas y camiones se convirtió en improvisadas canchas de fútbol, lugares de canto y baile de currulao, y puntos de encuentro entre amigos y vecinas. Así nació el paro, como su región: pacífico, valiente, solidario; un paro que solo ha recibido por parte del Estado la acostumbrada represión policial y estigmatización y señalamientos por parte de los medios de comunicación dominantes.

El paro en el Pacífico ha dejado al descubierto el abandono en que durante décadas el Estado colombiano, centralista, racista y capitalista, ha sometido a los pobladores del Chocó y Buenaventura. El Pacífico colombiano pide servicios públicos, pide agua potable, pide escuelas y colegios, pide desarrollo económico y pide paz, esa paz con la que se sueña después de la guerra, esa paz que implica pan, salud, trabajo y dignidad.

Esa región ha sido marginada y estigmatizada por siglos. Se ha construido a fuerza del cimarronaje libertario del pueblo afrodecsendiente  y de la resistencia indígena y mestiza, pero el Pacífico colombiano se ha quedado rezagado del desarrollo centralista, machista y racista con el que se ha construido el Estado. Detrás de la cordillera quedó el desarraigo y el abandono y hacia el occidente la minería y la industria maderera han esclavizado pueblos enteros y destruido los ríos y montañas que sirvieron de refugio a los pueblos libertarios.

Por el Pacífico entra y sale el libre comercio, el 60% de las importaciones que recibe Colombia, pero a su pueblo solo le quedan los desperdicios de los contenedores y la contaminación producida por los buques. En toda la región, sus habitantes son precarizados y tercerizados en su trabajo, estigmatizados por su condición negra o indígena, y condenados a la pobreza y al olvido.

A Buenaventura la bañan ríos como el Dagua, el Anchicayá, el Calima, el Raposo, el Mayorquín, el Cajambre, el Yurumanguí, el Naya y el San Juan, pero no tiene agua potable; su naturaleza produce maderas finas y fieles, pero no tiene industria maderera; la pesca es diaria y abundante, pero no hay mercado pesquero y los barcos que antes hacían la pesca se oxidan de abandono en el mar. El Chocó tiene las tierras más fértiles de toda Colombia, pero no hay alimentos; las aguas más torrenciales, pero no hay energía; y la gente más noble, pero no hay escuelas. El poder central del Estado se queda con todo, con las riquezas del puerto y la industria maderera, con la fuerza de trabajo y la exigencia del oro.

Doce familias son dueñas de la Sociedad Portuaria de Buenaventura. Ninguno de sus dueños vive en Colombia, pero el puerto vincula a 4.000 obreros que no tienen contratos de trabajo, están tercerizados, ganan menos de USD 20 al mes y no cuentan con seguridad social ni derecho a pensiones, pero son quienes producen la riqueza de esas doce familias, las mismas que controlan los ministerios de Comercio Exterior y del Trabajo, la Superintendencia de Puertos, la Presidencia de la República, la Gobernación del Valle y la Alcaldía de Buenaventura. Ellos lo controlan todo, pero no viven en Colombia para ver las consecuencias trágicas del modelo de explotación violenta que imponen en el puerto más importante de Colombia.

Los pueblos del Pacífico no aguantan más y han lanzado a la historia un grito de rebeldía, han iniciado una revolución pacífica, libertaria y bella; una revolución negra, indígena y mestiza; una revolución que desde el mar atravesará las montañas de los Andes y se escuchará en cada rincón de la América nuestra. La revolución del Pacífico es la revolución de todos nosotros y nosotras, de los que luchamos por un país donde valga la pena vivir y sembrar, danzar al ritmo del currulao y la marimba, disfrutar de los ritos y los mitos de las gentes bellas que, conversando con la tierra y el océano, han decidido iniciar una nueva lucha por la libertad y han prometido no dar marcha atrás.

Si encuentras un error, selecciónalo y presiona Shift + Enter o Haz clic aquí. para informarnos.