Por: Juan Diego García – junio 22 de 2017
El acoso sistemático contra el gobierno de Maduro no es más que la prolongación de la misma estrategia emprendida contra Chávez en su día. Y los motivos son los mismos: en lo interno, impedir que nuevas políticas sociales afecten los intereses de una minoría oligárquica, parasitaria e incompetente que ha usufructuado sin medida la riqueza de aquella “Venezuela la rica, Venezuela la grande” del poeta Neruda; y en lo internacional, destruir una política exterior que promueve la integración regional y la búsqueda de nuevos socios comerciales en armonía con el nuevo orden mundial, tal como lo hacen otros muchos países del área, incluyendo a México, el aliado más cercano de los Estados Unidos. Todo ello despertó de inmediato las alarmas en Washington, que ya ha visto muy disminuida su hegemonía en el hemisferio. No debe, entonces, sorprender la unidad entre las clases dominantes criollas y el gobierno de los Estados Unidos y sus aliados.
La guerra económica ha sido plenamente desarrollada. En el plano local produce un desabastecimiento sistemático y muy calculado, acompañado del impulso del contrabando hacia Colombia de productos de primera necesidad. Y sus autores habían tenido bastante éxito hasta que las autoridades tomaron medidas.
A cualquier observador le resultaría extraño que en los mercados no faltasen productos perecederos, pero sí algunos -cuidadosamente escogidos- de aquellos que se pueden guardar para producir el desabastecimiento o que mientras aumentaba en el país la producción de leche y azúcar, estos productos desaparecían del mercado pero no faltaban en las grandes empresas de bebidas azucaradas o de productos lácteos. Por su parte, los Estados Unidos han impulsado la sobreproducción de petróleo, con la ayuda de sus aliados árabes, para provocar la brusca caída del precio del crudo en el mercado mundial -y de paso perjudicar también a Rusia e Irán- y, por ende, generar la brutal disminución de las divisas para un país como Venezuela, altamente dependiente de las mismas.
El escaso o nulo control oficial del uso de las divisas ha contribuido mucho al caos económico. Muchos importadores, que reciben dólares muy por debajo del precio oficial, desvían esos fondos al mercado negro de divisas, incrementando así la inflación y el desabastecimiento. El gobierno ha reaccionado tarde, pero al parecer con cierto éxito: se han creado mecanismos de distribución directa de alimentos para la población, se han tomado medidas para combatir el contrabando -como el cierre de la frontera con Colombia-, se ha sancionado drásticamente a los especuladores y se ha avanzado en el control del tráfico de divisas y de las importaciones. Todo esto se ha hecho tarde, seguramente, pero al parecer con cierto éxito. ¿Por eso la violenta reacción de la oposición que presiente el agotamiento de su estrategia desestabilizadora?
Maduro apuesta ahora por un modelo económico diferente, que permita superar la condición de país suministrador de materias primas e importador de casi todo lo que necesita. Sin embargo, este tipo de estrategia, obviamente, no produce efectos inmediatos aunque constituye, sin duda, la decisión estratégica más importante del proceso bolivariano.
Resulta igualmente paradójico que la oposición se proclame ahora defensora acérrima de los valores democráticos cuando su comportamiento ha sido siempre contrario a esos valores: un fallido golpe de Estado, acciones para provocar alzamientos militares, desconocimiento de la actual Constitución -a la que siempre se han opuesto y que fue votada en su día por una amplia mayoría de la población-, un referendo revocatorio contra Maduro que no se pudo realizar porque más del 34% de las firmas que lo solicitaban resultaron falsas y una campaña de los grandes medios de comunicación locales -propiedad de los mayores grupos económicos del país- que, por su estilo y contenidos, sonrojarían a cualquier lector decente. Ahora se oponen a la convocatoria de una asamblea constituyente, la más genuina expresión de la voluntad popular.
Lo más divulgado por los medios a nivel internacional -igualmente en manos de grandes grupos económicos- son los desórdenes callejeros que desde hace mucho han dejado de ser simples algarabías de descontentos, convirtiéndose en terror, desorden programado y desestabilización. Unos desórdenes promovidos por matones a sueldo, bandas de paramilitares -que importaron el modelo de Colombia- y de sicarios para asesinar selectivamente a dirigentes populares. No son nuevos tampoco los francotiradores y los grupos de lumpen y delincuencia común que, debidamente financiados, son los responsables directos de las más de 60 muertes que anuncian los medios de comunicación.
El gobierno de Maduro entregó a la prensa nacional e internacional el listado completo de las personas muertas en los incidentes y las causas -que, por supuesto, no va a ser divulgado por los grandes medios locales y menos por los internacionales-: solo 4 se pueden adjudicar a la acción de la Policía, otras 4 fueron electrocutadas accidentalmente cuando saqueaban un supermercado, 1 resultó muerta por disparos de un guarda de seguridad también en un saqueo, 4 sufrieron accidentes al tratar de pasar las barricadas y la inmensa mayoría de los muertos -¡vaya sorpresa!- eran partidarios del gobierno, asesinados por mano extraña, casi siempre en sus hogares o en lugares de trabajo, lejos de las manifestaciones. La estrategia es calcada a la seguida contra Salvador Allende en Chile: la oportuna acción del gobierno de aquel entonces (UP) logró estabilizar la situación y en la última elección amplió el apoyo popular a su proyecto, fue entonces cuando la derecha chilena y el gobierno de Estados Unidos echaron mano de su medida extrema: el golpe militar y el baño de sangre a toda la oposición.
En Venezuela también han intentado todo lo que indica el manual de desestabilización diseñado por los estrategas del Pentágono, hasta ahora sin éxito. Si el gobierno de Maduro logra superar la actual coyuntura, si se realiza la Asamblea Constituyente y el chavismo gana las elecciones del año entrante, no pudiendo contar con los cuarteles a la derecha no le queda otra salida que provocar algún tipo de incidente para ‘justificar’ una intervención extranjera. ¿Eso busca la violencia en las calles? Ya se habla de una acción conjunta de los marines gringos con tropas de Brasil y Argentina -y la bendición de la OEA, o al menos de su secretario general, como no podía ser menos-. Por supuesto, se trataría de ‘salvar la democracia’, aunque para ello fuese necesario destruir por completo un país, tal como sucedió en Libia o Iraq. Los cientos de miles que desfilan casi a diario apoyando a Maduro -esos que no salen en los grandes medios de comunicación- serían, entonces, la fuerza más decisiva a la hora de hacer frente a la agresión y asegurar la victoria. “Es la hora de los hornos…”.
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