Por: Fernán Medrano – octubre 17 de 2017
Las vacas del expresidente y ahora senador Álvaro Uribe Vélez gozan de mejor salud que muchos colombianos.
De la misma manera en que el consumo de cigarrillo, ciertas sustancias prohibidas y el exceso de alcohol son perjudiciales, la privatización de la salud le hace mucho daño a las personas. La salud no puede ni debe convertirse en un negocio porque degenera en un infamia perversa y lucrativa.
El empresario de la salud no la ve cómo un derecho fundamental de las personas sino como un negocio que debe estar sujeto a la ley mercantil de la oferta y la demanda. Nadie quiere que su negocio se vaya a pique y los comerciantes de la salud preferirían mil veces que la gente muera en las puertas de de sus de clínicas que quebrar.
Por esto y por muchas razones más, el derecho a la salud debe volver a ser lo que era: un derecho, eso que debo disfrutar sin distingo de sexo, color de piel u orientación sexual porque para que se me proporcione solo importa mi condición de ser humano y el Estado está obligado a garantizar su cumplimiento.
Se han conocido casos de clínicas que no atienden a las personas, a pesar de haber sido interpuestas acciones de tutela que las obligan a prestar la atención a un paciente determinado. Por esto, cuando uno siente algún dolor o molestar, lo piensa mil veces antes de ir a una de estas entidades de salud para recibir atención.
Esto se hace más complejo cuando no todos los médicos brindan calor humano, no todas las enfermeras o auxiliares son amables, y, por lo general, la recepcionista es una persona con un ánimo de mil demonios, de actitud distante, que emplea palabras secas y cortantes, y cuya mirada fría proyecta desprecio y altivez, como si estuviera frente a un bicho jamás conocido. No me gusta pensar que todo el personal de salud se ha acostumbrado a que la gente se le muera en los brazos o, peor aún, en las camillas, me niego a creer esta triste y dolorosa realidad, pero así parece que son las cosas.
En esto, aparentemente el Ministerio de Salud de Colombia sirve para tres cosas: para nada, para nada y para nada. Lo mismo parece que ocurre con la Superintendencia de Salud. Por favor, señores funcionarios, dense una vueltica por las clínicas y hospitales de este país. Vayan a ver cómo se muere la gente en este país en las salas de espera y en los servicios de urgencias: es una atención infrahumana que hace temblar de indignación hasta al más insensible del mundo. ¡Tomen medidas correctivas al respecto, hagan algo!
La gente no se cura tomando solo Acetaminofén o Ibuprofeno. Es bien sabido por todos que con esta forma de tratar las enfermedades no se cura nada y solo se llenan los bolsillos de las empresas farmacéuticas. Duele ver cómo se mueren los familiares de uno por falta de atención médica, eso produce mucha impotencia.
Yo no espero que el Gobierno Nacional intervenga. Yo le exijo que actúe y que acabe de una vez por todas con el macabro negocio de la salud, cuyos gerentes de clínicas realizan la danza del buitre. Los pacientes tenemos que hacer valer nuestros derechos, activar nuestro valor civil y denunciar por todos los medios posibles, como las redes sociales, porque los derechos no se mendigan.
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