Por: Alberto Vargas – julio 4 de 2018
De acuerdo a cifras oficiales de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), actualmente casi 2.400 millones de personas no tienen acceso a los servicios básicos de saneamiento del agua y alrededor de 1.000 niños mueren diariamente en todo el mundo por esta carencia. La ONU indica, también, que actualmente la escasez de agua afecta a más del 40 por ciento de la población en el mundo, con altas probabilidades de que la proporción aumente. Al menos 1.800 millones de personas consumen aguas contaminadas con materia fecal y más del 80% de estas aguas se vierten en el mar o los ríos sin que se eliminen los contaminantes.
Adicionalmente, la contaminación ambiental causa la muerte de 12,6 millones de personas al año, así lo indica el informe de la segunda Asamblea de las Naciones Unidas para el Medioambiente (UNEA-2). Esto es particularmente grave en los niños menores de cinco años, que conforman el 25% de las víctimas, y se calcula que el 23% de las muertes que se registran cada año se deben al deterioro del medio natural.
Y esto no es todo, diferentes estudios de la Universidad de British Columbia y la Universidad de Washington en Estados Unidos aseguran que gran parte de la población mundial vive en lugares donde los niveles de contaminación medidos en partículas en suspensión son más altos que los niveles máximos aceptados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
A esto se suman las guerras. Cuando una bomba explota genera temperaturas superiores a los 1.000°C y los efectos de esto no solo destruyen la flora, fauna y otros recursos naturales visibles sino también la composición interna de los suelos. Los conflictos bélicos no son exclusivamente enfrentamientos entre seres humanos sino ataques directos al medio ambiente del lugar donde se desarrollan los combates. Los enfrentamientos armados causan daños irremediables a los ecosistemas, contaminan las aguas, envenenan y destruyen las tierras de cultivo, y generan cientos de secuelas más.
A la vez, la deforestación arrasa los bosques y las selvas de la Tierra de forma masiva, causando inmensos efectos negativos para el medio ambiente y los suelos. Los árboles desempeñan un papel crucial en la absorción de gases de efecto invernadero, responsables del calentamiento global. Menos bosques significan emitir más cantidad de gases de efecto invernadero a la atmósfera y una mayor velocidad y gravedad del cambio climático. El impacto más dramático de esto es la pérdida del hábitat de millones de especies. El 70% de los animales y plantas habitan los bosques de la Tierra y muchos no pueden sobrevivir la deforestación que destruye su medio. Según algunos estudios, las selvas tropicales y los bosques pluviales podrían desaparecer completamente dentro de cien años si continúa el ritmo actual de deforestación.
Los grandes desastres, como el del carguero Exxon Valdez que en 1989 vertió 37.000 toneladas de petróleo en Alaska o la explosión de una plataforma de extracción de hidrocarburos en el Golfo de México en 2010 que provocó una fuga de 651 millones de litros de combustibles en el mar, son situaciones que han causado un daño al medio ambiente de grandes dimensiones y con graves consecuencias, provocando cambios genéticos en humanos, plantas y animales por la fuerte contaminación.
Nuestra madre Tierra es finita, varias especies se han extinguido y somos parte de una naturaleza que posee una capacidad de reposición nula: lo que se destruye no regresa. La vorágine del capitalismo salvaje no tiene límites y el tiempo se nos acorta. Debemos contener la barbarie, la humanidad necesita unirse para generar un mundo sustentable en el que prevalezcan la paz y la justicia, así como la solidaridad y la igualdad.
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