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Santos en el Foro Económico Mundial - Foto: Édgar Alberto Domínguez Cataño

Por: Carlos Jaime Fajardo – 28 de marzo de 2011

El abrazo con Chávez, el collar que una indígena caucana colocó a Santos en agosto pasado, la propuesta de unidad nacional y el alza del salario del 4% han tendido un ropaje confuso sobre el presidente, que ha llevado a que sectores de la oposición, como el partido Liberal, algunos del Polo Democrático Alternativo, uno que otro sindicalista y ciertos indígenas, consideren que se produjo una ruptura con el proyecto uribista, por lo que han decidido hacer parte de su régimen. Esto hace necesario empezar a desnudarlo.

Veamos, entonces, en qué se diferencian los dos gobiernos. Uribe proviene de los terratenientes, mientras Santos de una tradición burócrata y empresarial; el primero es rígido en sus principios conservadores, mientras el otro es pragmático; el expresidente se casó exclusivamente con los EE.UU., mientras el actual propone abrirse a otros merca; Uribe se aisló de sus vecinos, mientras Santos se acercó. Tales matices han llevado a una percepción de disputas con el uribismo puro, lo que sin duda se profundizará en las próximas elecciones, porque tener el derecho a decidir quién firma los contratos y las nóminas oficiales puede separarlos.

Sin embargo, a pesar de lo anterior, lejos están de conducir el Estado y el mercado de manera diferente. Entonces, ¿en qué se asemeja Santos a su antecesor? Su intención de reformar la Constitución de 1991 nos da una pista: busca darle más juego al neoliberalismo, supeditando los derechos fundamentales al concepto de sostenibilidad fiscal por medio del proyecto de acto legislativo que tramita en este sentido; intenta concentrar más el poder y los recursos, con la propuesta de acabar con la autonomía de las Corporaciones Autónomas Regionales, la reforma a las regalías y la centralización de los recursos municipales de las vías terciarias. Por otro lado, son claras sus intenciones de profundizar el saqueo de recursos naturales, con la entrega de la décima parte del país a multinacionales petroleras y mineras; de recortar las libertades políticas de quienes están fuera de su coalición, a quienes limitó la reforma política, intentando sacar del censo electoral a los abstencionistas de la última jornada; continuar con la militarización de la sociedad a costa de lo social, reformando la salud; y, como si fuera poco, también busca la reelección.

Ante dicho panorama, no queda otra alternativa que bajarse de la nube de la prosperidad oligárquica, apostándole a una verdadera sociedad democrática, para lo que se requiere que sectores progresistas no se dejen cooptar ni comprar con tiquetes de la locomotora neoliberal.

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